En el barrio de origen del menor de 15 años que disparó contra el precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, el ambiente cotidiano esconde una realidad alarmante: una poderosa red de microtráfico que opera a escasos metros de viviendas, escuelas y parques. La historia del joven sicario no puede entenderse sin mirar de frente el ecosistema criminal que lo rodeaba.
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La zona donde vivía el adolescente no es, a simple vista, un foco evidente de violencia. Calles organizadas, conjuntos residenciales, comercios barriales y espacios deportivos componen su imagen superficial. Sin embargo, en medio de esta aparente normalidad se desarrolla un entramado de criminalidad silenciosa que ha atrapado a jóvenes como el atacante.
Un parque tomado por la droga
Enfrente del conjunto residencial donde se alojaba eventualmente el menor, se ubica un parque que debió ser un lugar de recreación infantil. Hoy, ese espacio es considerado por los vecinos como un punto neurálgico del expendio y consumo de drogas. Allí es común ver residuos de sustancias psicoactivas, objetos para el consumo y jóvenes que, sin discreción, fuman o se inyectan a plena luz del día.
“El rodadero y el pasamanos son el territorio del crimen. Es de día y cuando llegamos todavía hay papeletas frescas que parecen de bazuco y marihuana de la noche anterior”, relató un testigo citado por El Colombiano.
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Alias “Copper” y la casa de latas
Varios testimonios apuntan a un individuo conocido como alias Copper, identificado como el jefe de la olla. “Al man le dicen Copper y manda aquí. Ahí atrás hay una casa de latas en donde procesan”, afirmó un consumidor que frecuenta la zona. En ese mismo lugar, se observan marcas territoriales del crimen como cruces de madera, y se ha documentado la presencia de personas inyectándose posibles opiáceos como hidromorfona o heroína.
Durante su captura, el menor gritó entre golpes que estaba dispuesto a entregar información clave: “Yo les digo quién fue. Fue el man de la olla. Yo les voy a dar los números”. Aunque sus palabras surgieron en un contexto caótico, podrían abrir una nueva línea de investigación.
La normalización del sicariato infantil
Este joven no es un caso aislado. El sicariato en Bogotá ha cobrado múltiples víctimas en los últimos meses, y en muchos casos se han involucrado adolescentes reclutados por estructuras criminales. La facilidad para acceder a armas y la manipulación emocional por parte de redes delictivas convierten a los menores en herramientas útiles para el crimen organizado.
A pesar de que el joven vivía en condiciones aparentemente estables, con acceso a servicios y educación, su historia terminó en uno de los actos más impactantes del año en la capital. Según vecinos, se le reconocía fácilmente por su corte de cabello y sus frecuentes visitas al parque que también era el epicentro del expendio.
Un crimen que trasciende lo individual
Miguel Uribe, exsecretario de Gobierno de Bogotá y actual candidato al Senado, había lanzado una fuerte campaña contra el microtráfico, exigiendo la recuperación de espacios públicos y la prohibición del consumo de drogas en parques. Esta postura, lejos de ser simbólica, pudo haber significado una amenaza directa para redes criminales.
El ataque en su contra ocurrió en medio de un evento comunitario en el que hablaba precisamente de devolverle los parques a las familias. En ese momento, un joven dio un par de pasos y le disparó varias veces. El político sobrevivió, pero el mensaje del crimen es claro: quien se enfrenta al microtráfico en Colombia puede convertirse en blanco, incluso en plena vía pública.
¿Un atentado político o una vendetta del narcomenudeo?
Las autoridades manejan distintas hipótesis: desde una posible relación con acciones coordinadas por disidencias armadas, hasta una retaliación directa por parte de redes locales del narcotráfico. Lo cierto es que el barrio del niño sicario continúa operando bajo la sombra de una olla activa, mientras la investigación avanza entre silencios, sospechas y una comunidad aún en shock.
El sicariato en Bogotá, como en los peores años de la violencia en Colombia, vuelve a mostrar su rostro más crudo. Esta vez, con el rostro de un niño armado, atrapado en la lógica del crimen y la desesperanza.

