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8M: La alegría de la selección, la tristeza de la Liga

En marzo de 2019 varias futbolistas colombianas denunciaron en una rueda de prensa inédita las condiciones precarias en las que jugaban

#8M: El fútbol femenino en Colombia enfrenta otro año de silencio y desigualdad
#8M: El fútbol femenino en Colombia enfrenta otro año de silencio y desigualdad #8M: El fútbol femenino en Colombia enfrenta otro año de silencio y desigualdad

Desde que las jugadoras denunciaron públicamente en 2019 los malos manejos de la dirigencia, la selección femenina de Colombia ganó el mencionado oro panamericano ese año, y en 2022 fue subcampeona de la Copa América, subcampeona mundial Sub-17 y subcampeona sudamericana Sub-20. También llegó a cuartos de final del Mundial 2023 y al año siguiente, del Mundial Sub-20. Además, es la única participación de Colombia en un deporte de equipos en los Olímpicos de París 2024.

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En los cinco años transcurridos desde esa protesta, la explosión del talento individual de las jugadoras de la selección ha superado cualquier expectativa. Leicy Santos llegó al Atlético de Madrid y se consolidó como figura de la liga española. Linda Caicedo arribó al Real Madrid y fue reconocida como la segunda mejor jugadora del mundo en 2023 por la FIFA. En España ya estaban Natalia Gaitán, como capitana del Valencia, e Isabella Echeverri en el Sevilla, donde fue una de las figuras del equipo.

Además, Yoreli Rincón fue incluida en el once ideal de la Conmebol para la década 2010-2020 por la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol y fue la mejor asistidora del fútbol italiano en la temporada 2021-2022. Y este año, Mayra Ramírez se convirtió en la jugadora más costosa de la historia del fútbol femenino mundial al ser transferida del Levante de España al Chelsea del Reino Unido por 450.000 dólares. Aunque es una cifra récord está muy por debajo del valor del fichaje reciente más caro en el equipo masculino (146 millones de dólares por el ecuatoriano Moisés Caicedo). La lista de los éxitos individuales de las futbolistas colombianas, desde ese 7 de marzo de 2019, sigue y es larga.

Estos resultados de las diferentes selecciones femeninas y de las jugadoras han generado que la dirigencia se vanaglorie de estos logros mientras sus periodistas aliados les dan todo el mérito por cada éxito. “En todas las selecciones nacionales femeninas del 2022, según el balance, se hizo una inversión de $ 12.373.105.000. Casi 12.500 millones de pesos metió la Federación el año pasado, únicamente en selecciones femeninas”, dijo en agosto de 2023 Carlos Antonio Vélez en su espacio radial de Antena 2 tras la clasificación de Colombia a los cuartos de final del Mundial, la mejor participación de una selección mayor en una Copa del Mundo junto a los cuartos de final de la masculina en Rusia 2018. Para Vélez, se debía a la inversión de la Federación. “Estamos hablando de una preparación sin recortes, sin limitación, sin tacañería, metiéndole billete a este asunto”, insistió.

Lo que Vélez no contó es que la participación de Colombia en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda le dejó a la Federación Colombiana de Fútbol 2,18 millones de dólares como premio de la FIFA. Ni él ni otros periodistas considerados cercanos a la dirigencia contaron que los premios que la organización de la Copa destinó a cada jugadora (90.000 dólares en el caso de las colombianas, por haber estado entre las ocho mejores selecciones del torneo) demoraron varios meses en llegar a las futbolistas nacionales. Claro, como el silencio es regla y nadie quiere que le pase lo de Natalia, Isabella y compañía, ninguna jugadora hizo pública esa denuncia, no vaya y sea que terminen vetadas.

Sin embargo, los goles y victorias de la selección y de las colombianas en el exterior ocultan un serio problema en el fútbol femenino local, en donde la norma es la precarización laboral con contratos de unos cuantos meses al año, y la falta absoluta de una estructura que permita el desarrollo profesional de las jugadoras y favorezca al espectáculo y la industria.

Lo peor del asunto es que en 2019 las jugadoras, en su gran mayoría profesionales y con estudios en el exterior, le presentaron a la Federación Colombiana y la Dimayor su propuesta para desarrollar el fútbol femenino en el país. La dirigencia aceptó sentarse a conversar sobre el tema en medio de la presión mediática del escándalo del momento, e incluso las futbolistas se alcanzaron a ilusionar con que algo iba a pasar. Oriánica Velásquez, entonces jugadora del Deportivo Independiente Medellín, se lo dijo al diario deportivo As en 2020: “Llevamos un proyecto con el fin de colaborar con la idea de una Liga estable”, explicó quien fuera otra de las lideresas de la protesta. “Estamos proponiendo ideas y la reunión fue para mostrar lo que hemos llevado en ese aspecto, esperando que las puedan aplicar en un futuro. Fue más para mirar a futuro un proyecto que nos permita tener estabilidad anual, un plan de desarrollo que involucre a todos los que les importa este deporte, desde las jugadoras y dirigentes, hasta los que venden en los estadios y la logística, todos. Esperamos que se pueda llegar a un acuerdo y ese ha sido nuestro interés desde siempre, encontrar soluciones”, dijo.

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Pero el plan nunca avanzó: el proyecto fue archivado y la Liga Femenina siguió siendo la última prioridad de la Dimayor, que nunca ha mostrado siquiera una propuesta similar para estabilizar el campeonato femenino. Tanto así que es recurrente que el presidente de la Dimayor, en este momento Fernando Jaramillo, a final de cada año acepte que no sabe cómo va a ser la Liga Femenina del año siguiente, y que en este 2024, por ejemplo, Once Caldas renunciara a participar en el torneo apenas unas semanas antes de su inicio.

“¿Usted qué haría si le ofrecen sólo tres meses de contrato al año? Pues obviamente uno trata de ser una profesional, pero así es imposible, toca tener otro trabajo para poder vivir y resulta que a ese trabajo le va a quedar mal durante el tiempo que juega fútbol, pero una quiere seguir jugando así que se sacrifica”, comenta una de las futbolistas de la Liga Betplay 2024 que, como dicta la ley del silencio, prefiere mantener en reserva su nombre.

“El problema no es sólo en la contratación, está en que la gran mayoría de clubes arman un equipo femenino por obligación, sin compromiso y por tanto sin condiciones para que se trabaje bien”, comenta otra jugadora, más veterana y con paso por selecciones Colombia. “Como la pretemporada es corta, porque los tiempos de contratación son tan cortos y la Liga es tan breve, siempre que empieza una temporada tenemos un festival de lesionadas. No nos preparan bien y no les importa”, agrega.

Para la temporada 2024 la Liga se disputa con 15 equipos, todos con participación voluntaria, aunque la Licencia de Clubes de Dimayor (la entidad que organiza los campeonatos profesionales en Colombia) exige que los 36 equipos que participen en sus torneos (primera y segunda división) tienen que tener equipo femenino. Y aunque es una regla escrita y firmada, nadie la hace valer.

Incluso, los equipos colombianos le han dado la vuelta a la normatividad, pues para jugar en torneos de Conmebol (Copa Libertadores o Copa Sudamericana) es obligatorio que cada club tenga un equipo femenino, y en Colombia para este año el Tolima y Alianza no tienen el suyo, pero el Real Santander y el Yumbo juegan en la Liga Femenina a nombre de estos dos equipos, para que así ibaguereños y vallenatos puedan participar en la Sudamericana masculina.

Lo irónico es que a pesar de la falta de interés generalizada por parte de los directivos del fútbol colombiano en la Liga, la apuesta en los equipos femeninos de clubes como América de Cali, Santa Fe, Deportivo Cali o más recientemente Nacional y Millonarios da sus frutos. A nivel continental, América femenino fue tercero en la Libertadores de 2019 y subcampeón en 2020; en 2021 Santa Fe fue segundo y en 2022 América y Cali fueron semifinalistas, misma posición que logró Nacional en 2023. Vale la pena recordar que el Huila fue campeón de la Libertadores 2018, el único equipo no brasileño que ha ganado el torneo, y que el dinero que ganaron las jugadoras en el campo, con Yoreli Rincón a la cabeza, fue utilizado por los dirigentes en el equipo masculino, lo que fue uno de los detonantes de la protesta de 2019.

Pero más allá de los resultados, los partidos en la liga local femenina empezaron a convocar a la gente gracias al ruido en las redes, en donde muchos hinchas empezaron a entender que si son hinchas de un equipo, lo son del equipo masculino, femenino, juvenil o infantil: “Los colores de la camiseta terminan constituyendo una identidad individual y colectiva”, explica el sociólogo argentino Pablo Alabarces. Las tribunas de América, Santa Fe y Cali se han visto llenas varias veces en los últimos torneos y la final de 2023 tuvo una asistencia que el equipo masculino de Santa Fe no tuvo en todo el año: 33.327 personas. Esto a pesar de la poca promoción de la Liga y de los terribles horarios que pone la organización. ¿Quién va a ir a fútbol un martes a las 2 de la tarde o un viernes a las 3 pm?, como se ha programado muchas veces.

A esto se suma que en la mayoría de clubes se siguen manteniendo viejas malas prácticas. “A mí me ha tocado escuchar que me dicen: ‘No le vamos a pagar porque le estamos haciendo el favor de ponerla a jugar’. ¡Y hay peladas que sueñan con ser Linda Caicedo y aceptan esas condiciones porque sí! Luego se dan cuenta de que no tienen ni para ir en bus al entrenamiento. Ahí es cuando uno se pregunta si esto es fútbol profesional o no”, recuerda una veterana futbolista, activa en la Liga desde la primera edición en 2017.

“A los clubes sólo les interesa cumplir con lo que les obliga la ley”, explica una jugadora más joven que aún no ha sido llamada a la selección de mayores, refiriéndose a los pagos de seguridad social exigidos por el Ministerio del Deporte después de la protesta del 2019. “A uno le pagan la salud, pero el salario sí es como un salto al vacío. Hay clubes que pagan, pero otros le dan a uno cualquier cosa o a veces nada, y pues toca quedarse calladas, porque si no, no hay posibilidad de que la contraten a una la siguiente temporada, ojalá en un equipo más organizado”, agrega con desazón.

Lo increíble y tristemente comprensible es que ninguna se queja públicamente, pues el mensaje desde la dirigencia está claro: “Es mejor quedarse callada y no molestar a los directivos”, resume una de las once jugadoras vigentes de diferentes clubes consultadas para este reportaje.

“Felipe Taborda siempre nos decía: ‘¡Cuide su culo!’. Y es muy triste que esa siga siendo la norma”, resume Isabella Echeverri, quien se retiró del fútbol el año pasado a los 28 años. Lo hizo sin poder volver a jugar en la selección por un veto que la dirigencia siempre ha negado, pero que el entorno del fútbol sabe que es cierto. Sobre esto no se habla en los grandes medios deportivos porque nadie quiere enemistarse con la dirigencia y quedar excluido del circo multimillonario que es el fútbol masculino, especialmente si hablamos de la selección.

“Si uno critica o señala la corrupción de la dirigencia también lo vetan, no le vuelven a dar acreditación para cubrir a la selección o a los equipos de la ciudad, y pues uno vive de esto y eso es patear la lonchera”, dice una periodista deportiva que pidió no ser identificada. Las denuncias sobre la censura por parte de la dirigencia del fútbol colombiano a los periodistas que se atrevan a cuestionar sus acciones fueron ya documentadas por Vorágine.

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