Ya hace casi cinco años que Daniel Osorio se suicidó y su caso sigue sin resolverse. Su madre, incansable, sigue buscando justicia para que se sepa quién abusó de él cuando solo tenía 11 años en un prestigioso colegio de curas, en un caso más de abusos sexuales a menores que sigue impune en Colombia.
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“Me voy porque estoy cansado de esta vida que tengo (...) Desde niño fui abusado en el colegio”, decía la carta que Daniel dejó a su madre, Patricia Osorio, al intentar suicidarse. Era la primera vez que hablaba sobre el abuso y no lo volvió a hacer más.
A Daniel le arruinaron la vida
La maldición de Patricia -y sobre todo de Daniel- fue meterlo en el Colegio San Viator, “uno de los mejores colegios del norte de Bogotá”, como se anuncia en Internet.
Patricia habla como si Daniel hubiera caído en una red criminal: “Ellos (los abusadores) no fijan su atención en un niño morenito, tiene que ser un niño muy bonito”, dice a Efe.
En algo tiene razón, Daniel era muy bonito, “tenía cara de ángel”, rubio y unos profundos ojos azules que sonríen en las fotos que Patricia guarda de sus vacaciones, sobre todo cuando está rodeado de los animales que tanto amaba.
Como en la mayoría de casos de abusos sexuales dentro de la Iglesia, se aprovecharon de que Daniel procedía de una “familia disfuncional” o no tradicional; Patricia era mamá soltera y trabajaba muchas horas fuera de casa como profesora.
El problema llegó cuando Daniel estaba en quinto, con unos 11 años, allí sucedieron dos cosas que crean suspicacia en Patricia: se cortó un tendón de la mano y dejó de jugar en el patio, aislándose en los recreos, y un día Daniel volvió diciendo que “había conocido la casa de los curas”; le habían llevado allí, a sus aposentos, y Patricia cree que “aprovecharon y lo abusaron”.
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De ahí lo empezó a notar callado, en los cursos siguientes fue pegando bajones, cuando antes sacaba resultados excelentes, y a aislarse más y más. Los profesores decían que “vivía distraído”, pero su madre sabía que le pasaba algo aunque no quisiera hablar.
A duras penas acabó el colegio, pero cuando fue a entrar en la universidad, Daniel ya tenía una depresión muy fuerte y ninguno de los diez psiquiatras por los que pasó pudo detectar por qué.
La nota en la que dejaba por escrito su confesión se la encontró cuando Daniel estaba ingresado después de que intentase suicidarse ingiriendo pastillas.
Ella y su otra hija, Diana, pusieron la denuncia en la Fiscalía y trataron de decirle que estaban ahí para lo que fuera, pero Daniel, por miedo a que les mataran, no les quiso decir nada. Acabó con su vida cuando tenía 11 años, llevándose los nombres y los detalles del abuso a la tumba.
Los rectores en esa época fueron Carlos Luis Claro, Pedro Ernesto Herrera y Albeyro Vanegas (quien fue apartado del cargo después de que se conociese el suceso) y Osorio cree que alguno de ellos debe saber lo que pasó, aunque se nieguen a hablar.
“Me querían convertir en una prostituta”, llegaba a decir Daniel en su carta. “Lo asesinaron en vida”, asegura Patricia ahora. “Le acabaron la vida al niño, preferible que le hubieran disparado”.
La desprotección de los colegios
El caso de Daniel va a cumplir cinco años en la impunidad, sin acusación formal, con un juicio dilatado en el que Patricia lamenta que la Fiscalía no ha querido investigar, en un momento en el que los casos de abusos sexuales en colegios se suceden.
Mauricio Zambrano, un profesor de educación física del exclusivo colegio Marymount de Bogotá, acaba de ser puesto en libertad, a espera de juicio, después de que varias exalumnas le acusaran en redes sociales de propuestas indecentes y de que presuntamente abusara de una menor de 14 años.
En el colegio Venecia, en el sur de Bogotá, otras alumnas también acusaron a un profesor sustituto de español de tocarlas. La Secretaría de Educación aseguró que lo está investigando, pero que no puede despedir al docente, sino modificar sus funciones para que no tenga más contacto con las jóvenes.
Los casos de abusos sexuales a menores tienen muchos antecedentes de impunidad, ya que muchas víctimas necesitan años para hablar de lo acontecido -o nunca llegan a hacerlo- y cuando lo hacen suelen enfrentarse a trabas, descrédito y revictimización. La situación se agrava cuando está la Iglesia de por medio.
Con la Iglesia hemos topado
Lo de Daniel es aún más complicado porque los agresores muy probablemente eran curas y en los casos de abusos sexuales de la Iglesia colombiana persiste el patrón de impunidad y encubrimiento.
“De la cúpula para abajo, desde cardenal hasta el expresidente y el exvicepresidente de la Conferencia Episcopal, la Iglesia católica colombiana está totalmente podrida”, asevera a Efe el periodista Juan Pablo Barrientos, una de las personas que más ha investigado estos casos en el país.
Él habla -y para ello ha hurgado en los archivos secretos de muchas archidiócesis y diócesis- “que entre el 20 y el 30 % de los sacerdotes tienen denuncias por abusos sexuales a niños, niñas y adolescentes” y a pesar de eso aún siguen en parroquias, sin ningún castigo y rodeados de niños.
“Duele decirle madre a una mujer que ha perdido a su hijo”, dice Barrientos, en el libro “Dejad que los niños vengan a mí”, y continúa: “cómo duele saber que ese hijo se suicidó porque no pudo soportar el dolor de vivir con las cicatrices íntimas de un abuso, de una violación”.