Jessica Melgarejo tiene 29 años y es madre de tres niños. Ella nació en el barrio Palmeras en Cúcuta, pero desde 2010 vive en Palmarito, un corregimiento del área rural de la ciudad. Ahí llegó siendo una adolescente de 17 años y junto a quien hoy es su pareja se esforzó por salir adelante pese al contexto de violencia en el que vivía.
PUBLICIDAD
Palmarito está a solo dos horas de la capital de Norte de Santander, pero muy distante del resto de Colombia. En septiembre de 2016 cuando se llevó a cabo la ceremonia de la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno y la Guerrilla de las Farc, los palmariteños no tenían mucho qué celebrar. Estaban en un territorio cercado por agresiones y amenazas, cultivos de uso ilícito, reclamos territoriales, expendios de narcotráfico y microtráfico y bajo el dominio de los grupos armados.
Pero luego de cinco años desde la firma empezaron a reconocer los beneficios que trajo el posconflicto a las regiones más apartadas del país y las mujeres de Palmarito entendieron que la voluntad personal sumada al correcto acompañamiento del Estado sí da buenos resultados. “Yo me siento muy feliz de vivir acá. Me acostumbré a recorrer todo caminando y a la tranquilidad del campo. Ahora con este proyecto de los cerdos mucho más, no quiero que se acabe nunca porque gracias a esto voy a poder brindarle un mejor futuro a mis hijos”, dijo Jessica Melgarejo, que es miembro de la Asociación de Mujeres de Palmarito (Asomupal).
Ella se refería al proyecto porcícola que llegó al corregimiento gracias al apoyo de la Alcaldía de Cúcuta y la Secretaría de Posconflicto y Cultura de Paz, que les brinda herramientas de generación de ingresos con el fin de proteger a las mujeres de otro tipo de economías ilegales. Además, este proyecto les genera una protección gracias a la presencia constante que hace la administración llevando asistencias técnicas, asesoramiento y generando habilidades para el emprendimiento.
“Siempre se ha hablado de la necesidad de la presencia institucional en los territorios afectados por la violencia; sin embargo, desde la Administración Municipal concebimos ese acompañamiento no desde el aumento del pie de fuerza sino desde alternativas de generación de ingresos que aunadas a otras estrategias y programas de la Alcaldía permite que esta población rural pueda empezar a tener unas garantías de no repetición y adicionalmente logre salir de esa vulnerabilidad que les ocasionó el conflicto armado”, indicó Elisa Montoya Obregón, secretaria de Posconflicto y Cultura de Paz.
Pero sembrar la paz en el campo no es una tarea fácil, aunque nunca se podrá equiparar con el dolor de enfrentar el conflicto. Por eso estas mujeres, junto a un grupo de hombres colaboradores y funcionarios, cada cierto tiempo se toman el trabajo de transportar los insumos hasta Palmarito, aunque eso implique aguantar altas temperaturas y muchas veces ayudar a recatar el camión estancado con nueve toneladas de alimento para los porcinos.
Si bien es cierto que el sufrimiento a causa del conflicto armado en Colombia se sigue conjugando en presente, es innegable el esfuerzo que se hace en otras zonas del país, como en esta población, donde no solo la administración cumple con su deber de llevar la correcta presencia del Estado a la zona rural, las asistencias técnicas, el acompañamiento psicosocial y el mensaje de paz y reconciliación, también es visible el ánimo y esfuerzo de una comunidad, que por años han tenido que vivir el doloroso círculo de la tragedia, intentando dejar atrás su pasado y construir un nuevo presente.