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Los hijos de la paz: una esperanza que crece en Colombia

Así viven los hijos de los exguerrilleros en las zonas de reincorporación.

Cuando los exguerrilleros de las FARC llegaron a La Montañita, un pueblo en la entrada de la Amazonía colombiana, para comenzar su reincorporación, era casi imposible escuchar entre ellos el llanto de un bebé porque entonces no pensaban siquiera en encontrar el amor que les llegó con la paz.

Fueron unos 250 firmantes del acuerdo de paz del 24 de noviembre de 2016 los que comenzaron su tránsito a la vida civil en el antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Agua Bonita, una apartada zona rural del Caquetá, en el sur del país.

Entregaron los fusiles con la ilusión de empezar una nueva vida, pero pasado el primer año de su desarme hubo una inflexión: el “baby boom” de las FARC, una ola de embarazos y nacimientos que les cambió inesperadamente su proyecto social.

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Cinco años después, los menores de edad representan casi la mitad de los pobladores del antiguo ETCR, un espacio transitorio creado por el acuerdo en el que actualmente solo permanecen unos 150 excombatientes con sus familias.

EDUCAR PARA EL FUTURO

”¿Quieres que te lea algo?”, le pregunta Nelsy Correa a su bebé de dos años mientras la alza en brazos para calmar su llanto. Celeste (nombre ficticio), su primera y única hija, corre descalza, como todos los que entran a la Biblioteca Popular Alfonso Cano, un módulo que construyeron en el ahora denominado Centro Poblado Héctor Ramírez.

La pequeña no se separa de su madre aunque ella esté organizando las estanterías donde han juntado centenares de libros, desde clásicos literarios hasta los estatutos de la extinta guerrilla, cuentos infantiles y unas memorias que ellos mismos escribieron; una colección formada con ejemplares donados por universidades colombianas y los que los exguerrilleros guardan de otros tiempos.

”Para mí, el acuerdo ha significado mucho porque tengo una bebé y hoy me proyecto para que ella pueda estudiar”, dice a Efe Correa, quien tras acogerse al proceso de paz terminó el bachillerato y se graduó como técnica en enfermería.

La guerrilla de las FARC penetró esta recóndita y vasta zona del país y durante décadas sembró el terror en el mismo lugar donde hoy apuestan por una educación popular y emprendimientos productivos.

Correa es una de las líderes del proyecto Educaré (Educación, Campo y Reconciliación), una iniciativa de la Universidad de la Sabana y esta comunidad para disminuir las brechas educativas entre lo urbano y el campo e impulsar la reincorporación de los desmovilizados y sus familias mediante la primera escuela popular con un currículo propio.

Su sueño, y el de todos en el caserío, es tener de aquí a unos cinco años un colegio para la educación completa de sus hijos porque “los niños para estudiar tienen que ir hasta Florencia (la capital del Caquetá) que es bastante lejos y hay riesgos”, reclama Correa.

BABY BOOM 2.0

En 2017, apenas un año después de la firma del acuerdo, los medios documentaron el “baby boom” de las FARC como el primer paso libre hacia la paternidad y la maternidad. ”La guerra nos quitaba algunas posibilidades, la dinámica misma del conflicto nos impedía a nosotros poder hacer nuestros hijos”, confiesa a Efe Diego Ferney Tovar, conocido como “Federico Montes”, coordinador de uno de los proyectos del antiguo ETCR.

Tovar recuerda que algunos de los hijos que tuvieron en la guerrilla “fueron asesinados, muchos de ellos desaparecidos, otros fueron capturados y entregados en adopción y se les perdió el rastro”, por lo que nunca pudieron plenamente “gozar ese derecho a la paternidad y a la maternidad”.

Los desmovilizados que permanecen en La Montañita hoy pasan los días trabajando por el futuro de los hijos de la paz, la primera semilla que les germinó tras dejar las armas.

Solo en Agua Bonita nacieron a comienzos de 2018 más de una docena de bebés y hoy hay 43 niños de cero a seis años y otros 50 de entre seis y 17 años, por lo que la educación se volvió una prioridad.

Los ETCR fueron planteados como espacios temporales, pero muchos exguerrilleros decidieron echar raíces allí para comenzar de cero y dar una vida más estable a sus hijos.

Lo tuvieron claro desde el principio: juntaron el dinero que recibieron tras su desarme y compraron las más de 50 hectáreas del ahora centro poblado.

En ellas construyeron coloridas casas de concreto, comenzaron a cultivar piñas y montaron una despulpadora de fruta, aunque las estrechas vías sin pavimentar por las que se accede a la zona son un obstáculo para vender sus productos.

”Hoy, a cinco años, ya estamos experimentando el ‘baby boom’ 2.0, algunos están encargando su segundo hijo. Y el futuro que nosotros esperamos para ellos es un futuro en el que realmente se implemente de manera integral el acuerdo de paz”, dice Tovar ilusionado.

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