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Una defensa a Vicky de ‘Envidiosa’: porqué a los hombres como ella no les dan tan duro

Si bien el comportamiento de la protagonista de la serie de Netflix es, para efectos narrativos, exagerado, a hombres igual de ‘tóxicos’ se les alaba en televisión.

Serie "Envidiosa"
Serie "Envidiosa" Foto: Ig / @chenetflix

Ha arruinado todas las relaciones que ha tenido. ¿A sus parejas? Ni las deja salir como quiere. Las cela constantemente: incluso cuando van a trabajar las controla. Y por supuesto, la otra persona no importa. Sea por el trabajo o lo que sea, sus necesidades nunca las cubre. Además, siempre hace todo sobre sí, ignorando a los demás. Cómo no, su carrera, su ser, es lo primero, no los demás, y por más que intente, sus traumas le sobrepasan.

Esto podría describir a Victoria Mori, la arquitecta de 42 años de Argentina, interpretada por Griselda Siciliani en ‘Envidiosa’, la serie de Netflix que por su intensidad, decisiones frenéticas y erróneas - y no aprender casi nada de ello- ha sido criticada ampliamente por la audiencia, sobre todo femenina.

Esto, a tal punto de que la guionista de la serie, Carolina Aguirre, la defendió en sus historias, al considerar que no toda la gente debe ser ‘perfecta’ para tener relaciones amorosas.

Pero, esta descripción no iba hacia la argentina: iba hacia otro personaje masculino que ha sido muy famoso en la televisión: Don Draper, de la famosa ‘Mad Men’, la icónica serie de publicistas de los años 60.


Claro, hay un océano de contexto entre una latinoamericana millennial que vivió dos recesiones y una pandemia y tuvo que integrarse de lo análogo hacia lo digital y un hombre de la Generación de Cemento que usurpó la identidad de otro en la Guerra de Corea, se reinventó y se convirtió en el exitoso publicista de Madison Avenue. Las épocas son distintas, los países, las historias.

Pero, Don Draper, a pesar de perder a dos esposas que lo amaron sinceramente (y de verdad le aguantaron todos los cachos y la indisposición emocional del mundo), a pesar de estar indisponible para sus hijos y literalmente hacer lo que se le daba la gana en la agencia para perjuicio de su socio y sus negocios (sí, este señor se peleaba con marcas como Jaguar solo por un ejecutivo desagradable y mandaba todo al traste), que tuvieron el valor de despedirlo hasta la sexta temporada y casi que no lo reintegran, es uno de los antihéroes más glamurosos de la televisión.

Hasta tiene libros. Le analizan y le sobreanalizan la historia y la personalidad (aunque ‘Mad Men’ es como el vino, mientras uno más la ve, más se fija en el poder de su sutileza), pero claro, no le van a dar tantas críticas como a una mujer que tiene sus mismos patrones emocionales y que fácilmente podría ser su nieta.

El punto es que acá no se justifican los comportamientos de Vicky- quien también está construida para efectos cómicos y de la historia, pero que hay mujeres que son como ella en una o dos cosas, o en todas, sí que las hay-, que provocan retorcerla como un trapero o ponerla en su sitio ante un entorno que le permite todo. El punto de esta defensa es mostrar cómo es más fácil señalar eso en las mujeres, cómo es más incómodo. Porque las mujeres, incluso en la ficción, siguen teniendo que mostrar el “deber ser”.

Esto pasaba también en la misma ‘Mad Men’ con la ex esposa de Don, Betty Draper, la gélida y glamurosa ama de casa interpretada por January Jones. Muy odiada en su momento por sus patrones erráticos de maternidad, por su actitud y sus reacciones emocionales. Por sus decisiones amorosas.

Jones justificaba a Betty, bastante odiada, con bastante gracia: “Juzgan a Betty por un desliz, pero Don los comete todo el p*to tiempo”, se expresaba. Con ese desequilibrio y ese rasero se mide a los tipos ‘cool’. Pueden ser lo más desagradables y malas personas posibles, pero su aura masculina los protege de todos. No como con las mujeres.

De Amy Dunne, a Hannah Horvath, a Carrie a Victoria: una revisión a las mujeres que amamos detestar (pero a ellos no)

De cuando en cuando, en HBO Max, repito una película que me gusta mucho, ‘Casi Famosos’ de Cameron Crowe, que relata las peripecias de un joven de 15 años que viaja con una banda emergente de los años 70, Stillwater, para escribir una crónica de ellos en la Rolling Stone. Con horror, la última vez, me di cuenta de algo gracias a mis aprendizajes feministas y sociales: detestaba enormemente a Russell Hammond, el apuesto y carismático guitarrista que interpreta Billy Crudup, y que es uno de los personajes más queridos y ‘cool’ de la película.

Realmente, lo protegía solo eso, tal y como a Don su profesión y su glamour implícitos: él era el “genio” incomprendido, la gran estrella que se permitía tener arranques de drogas en casas de desconocidos, tratar mal al protagonista, un menor de edad, y sobre todo, jugar con las ilusiones y el corazón de Penny Lane, la groupie interpretada por Kate Hudson. La maltrató tanto, que incluso casi la lleva al suicidio, no sin antes venderla por un pack de cervezas a un mánager de otra banda. El tipo, en vez de un genio, me parecía un verdadero monstruo, un imbécil, una verdadera mala persona que trata de redimirse al final y a medias. Russell era solamente, tras esa fachada de gran guitarrista y estrella de rock, un mal hombre, un mal novio, un mal compañero de banda, como Don, al fin y al cabo (aunque este tuvo ciertas acciones, en sus grises, de redención).

Eso sí, nunca se le trató de la misma manera que las mujeres que actuaron igual que él.

Porque como ahora en Latinoamérica con Victoria Mori, a Carrie Bradshaw, su antecesora neoyorquina, le han caído todos los palos. Mi feed de TikTok está lleno de los análisis de hombres y mujeres de mi generación y la Z hablando de lo mala amiga que es, de lo insegura que lucía para Big, de lo acomplejada que siempre fue y será con el sexo en verdad, de lo egocentrista que es. Todo eso es cierto.

Todo eso la hace la antiheroína perfecta, todo eso hace que volteemos los ojos cuando vuelve con Big, cuando stalkea a Natasha. Lo mismo que con Hannah Horvath, la protagonista de ‘Girls’, su físico imperfecto y sus berrinches al renunciar a trabajos por los que jóvenes de nuestra región matarían y aguantarían en peores condiciones (sí, Hannah, renuncia a GQ mientras acá los graduados en Periodismo tienen que bregar para conseguir trabajo y escribir sobre famosos de región cuatro), o la misma Amy Dunne, que ya es de calibre mayor al querer vengarse de su esposo, y que es una psicópata en toda regla. Y de ahí en adelante.

Las mujeres desagradables incomodan. Nos hacen odiarlas. Nos hacen verlas como una lección. En Latinoamérica hallamos imposible que ellas puedan ser felices a su imperfecto modo, como pasa con Vicky y Matías (que también tiene que trabajarse en eso de ser salvador), mientras su mundo se desmorona alrededor (como pasa con la pobre Caro, a quien no se le apoya en su puerperio).

Nos educaron para ver cómo ellas morían de formas horribles o lo pagaban caro: que lo digan desde Rubí hasta Soraya Montenegro y de ahí en adelante. La mujer virginal, la mujer buena y complaciente siempre se lo llevaba todo. La que no protestaba. La que rezaba. Ella se llevaba al ‘buen novio’ y al perro, o en el caso de siempre, a la mansión y al heredero. No había punto medio.

Claro, otros personajes igual de desagradables en su equivalente tenían finales iguales: desde Heissenberg hasta el Joker en todas sus versiones (o casi). Pero a ellos se les alaba por su aura “malvada”. El chico malo encandila, seduce. Que lo digamos las millones de fans del Loki de Tom Hiddleston.

La chica mala también, como Gatúbela, pero ella debe tener su lección, casi siempre. A ellos no se les juzga igual, no se les señala igual. Ellos son los incomprendidos genios más allá de todo juzgamiento.

Qué importa si el personaje de Adam Sandler es un imbécil doméstico en sus películas: su esposa bella y generosa le permite todo. O qué importa si cualquier héroe de acción tiene alguna falencia: siempre habrá una mujer sin mácula que lo ‘suavice’ y eduque.

Ellos pueden ser lo que quieran, nosotras no, así sea para mal. Las mujeres deben seguir siendo perfectas, y uno y cientos de ejemplos hay en la cultura popular.

Por eso me gusta mucho ‘Envidiosa’. Porque aparte de ese humor argentino negro, en su punto, lo que la hace deliciosa, nos invita a confrontarnos. Como mujer en el rango etario de Vicky, pienso en sus dilemas, los mismos míos, en comportamientos que me hacen no quererla tanto, en otros que me hacen querer estrangularla y en otros que me hacen querer abrazarla.

Y por eso siento que dentro de su historia es perfecta: es tan odiosa, tan desagradable, tan intensa, que puede ser lo que nosotras nos tenemos que cohibir por bienestar propio, consideración o por imposición social.

Es una fábula del “no deber ser”. Y en eso también hay algo que a los hombres se les ha dado por derecho, pero que en nosotras se llama valentía.

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