En la costa pacífica panameña, un pequeño cangrejo ermitaño inicia una odisea para hallar un cascarón que lo proteja. Mientras tanto, una niña, Lucila, recoge caracolas sin detenerse, sin pensar en cómo su afán acumulador afecta el entorno. Entre sus desencuentros transcurre Kakiri Kakiri, la epopeya de un cangrejo por encontrar un nuevo hogar, la más reciente obra de la escritora chocoana Velia Vidal, que utiliza el lenguaje sencillo y poético de la literatura infantil para poner sobre la mesa temas que suelen discutirse con palabras académicas que muchos no entienden, la gentrificación, el desplazamiento, la acumulación y la búsqueda de un hogar.
Las ilustraciones, a cargo de Gina Rosas, no son un mero acompañamiento visual, sino una voz narrativa en sí misma. Por la fuerza poética de sus imágenes y el diálogo que entablan con el texto, Rosas comparte autoría junto a Velia Vidal, convirtiéndose en coautora de este libro infantil la que palabra e imagen se entrelazan para dar vida al universo de Kakiri.
“Este libro nació de una preocupación por la gentrificación, que descubrí durante un viaje a Europa en 2021”, recuerda Vidal. “En Hamburgo, por ejemplo, la gente luchaba por ver el río Elba porque el proceso inmobiliario los estaba desplazando. Y entendí que este no era solo un asunto urbano: se relaciona con el despojo en todas sus formas”.
La autora confiesa que la inspiración definitiva llegó a orillas del mar Báltico, cuando vio un cangrejo ermitaño caminando lejos de la playa. “Me pregunté qué hacía ahí y me respondí: estaba buscando casa. Ese fue el punto de partida. Supe que la historia debía girar en torno a la búsqueda del hogar y a la manera en que miramos al otro: alguien que se siente poderoso frente a alguien que percibe como insignificante”.
En Kakiri Kakiri, la metáfora del cangrejo es central: un ser vulnerable que necesita ocupar un cascarón ajeno para sobrevivir. Para Vidal, esa fragilidad habla de todos nosotros.
“El territorio es el hogar, y el hogar es cuidado y protección. Eso lo entendemos desde lo más básico: nuestra casa, nuestro barrio, el lugar en el que nos sentimos seguros. Pero también está lo contrario: la expulsión, el despojo, el desplazamiento. Y el Kakiri me parece una metáfora perfecta de esa búsqueda”.
El contraste entre la niña Lucila, que colecciona sin límite, y el pequeño crustáceo que no encuentra refugio, es también una representación de las relaciones de poder. “La segregación y la exclusión siempre están asociadas a una comparación: alguien que se siente superior frente a otro al que considera inferior. Eso está en el corazón de muchos de nuestros conflictos”, explica.
Más allá de la metáfora, la autora insiste en que su intención no es entregar respuestas cerradas, sino abrir la conversación. “Yo no quiero decir cómo debe entenderse el libro. Lo que me interesa es que niños y adultos se pregunten: ¿a quién estamos viendo?, ¿qué territorios estamos afectando con nuestras decisiones?, ¿cómo habitamos nuestros propios espacios?”.
Y aquí, para Vidal, radica el poder de la literatura infantil en su capacidad de hacer preguntas grandes desde palabras sencillas y las gráficas que representan a través de las formas y los colores: “Los niños y las niñas son sujetos de derechos, no adultos en miniatura. Y ellos también conviven con las migraciones, con los desplazamientos, con las transformaciones de los barrios. No podemos marginarlos de estas discusiones. La literatura nos da la posibilidad de acompañarlos, de entregarles herramientas para pensar lo complejo sin subestimar su comprensión”.
En ese sentido, la escritora se distancia de la idea de que ciertos temas son demasiado difíciles para los niños. “Las habilidades para la vida se forman con toda la realidad, no solo con lo bonito. Muchos de los que cruzan el Darién son niños. Muchos de los que están en campamentos de desplazados en el mundo son niños. ¿Cómo excluirlos de una conversación que los atraviesa directamente?”.
Un libro que nace del Pacífico, dialoga con el mundo
Aunque la historia ocurre en Panamá, Kakiri Kakiri conserva la esencia del Pacífico colombiano. El propio título rescata la palabra usada en la región para nombrar al cangrejo ermitaño. “Yo siempre decía en mi casa: ‘Kakiri, Kakiri, busca tu cascarón’, cuando alguien estaba usando lo que no era suyo. Tenía claro que quería escribir algo con esa palabra porque es parte de nuestro lenguaje. Es también una forma de reivindicar el valor de nuestras expresiones propias”.
El libro, sin embargo, no se limita a lo local: dialoga con la tradición universal de la literatura infantil. Entre sus guiños, Vidal incluye un homenaje a Qué bonito es Panamá, clásico del alemán Janosch, en el que los protagonistas descubren que el país soñado siempre estuvo en su propio hogar.
“La experiencia vital es el insumo primario de todo escritor. Yo escribo desde mi territorio, desde mi cuerpo y mi historia. Pero al mismo tiempo, las preguntas que atraviesan este libro son universales: ¿qué significa tener un hogar?, ¿cómo miramos al otro?, ¿qué nos impulsa a acumular?”.
Precisamente esta reflexión sobre el consumo es una de las discusiones más marcadas del libro. En la voz de Lucila aparecen frases como “me llevo esta y listo” o “con esta me voy a hacer un collar bonito”, que parecen inocentes, pero resumen la lógica de la acumulación sin límites. “Son las mismas justificaciones que usamos todos los días para consumir: ‘es que no tenía una de estas’, ‘solo me falta una más’. Y en realidad no necesitamos tanto”, comenta la autora.
Estas preguntas, por complejas que sean, deben estar presentes en la formación de los más pequeños. “El consumo y la depredación también afectan nuestro modo de habitar el mundo. Si queremos construir un mundo más justo, tenemos que conversar sobre ello. Yo lo que hago con este libro es dar insumos para esa conversación”.
Vidal reconoce que en algún momento temió que los padres no quisieran leer Kakiri Kakiri a sus hijos por considerarlo un libro “difícil”. Sin embargo, la experiencia ha sido diferente, los niños lo han disfrutado y han conectado con la historia; “La invitación es a no tenerle miedo a la verdadera literatura. Los niños merecen literatura, no versiones simplificadas del mundo. Este libro me enorgullece porque es plenamente literatura: combina la fuerza del lenguaje con la potencia de las imágenes para hablar de temas complejos desde la belleza. Y los niños merecen esa experiencia estética y reflexiva”.

