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“Era como filmar un museo sin poder ver los cuadros”: Juan José Lozano sobre el reto de rodar documental sobre arte rupestre de Chiribiquete

PUBLIMETRO habló entrevista en San José del Guaviare con el director de esta pieza audivisual producida por los canales de televisión Señal Colombia y ARTE Francia.

Foto de Juan José Lozano, director del documental ‘Chiribiquete, un viaje a la memoria ancestral de América’.
Suministrada Foto de Juan José Lozano, director del documental ‘Chiribiquete, un viaje a la memoria ancestral de América’.

Llegando en helicópteros, colgados de cuerdas, suspendidos desde un tepuy —una montaña de piedra en medio de la selva—, un grupo de investigadores y académicos colombianos lleva más de 20 años estudiando el arte rupestre de Chiribiquete. Esta historia cautivó al documentalista Juan José Lozano, quien, en una filmación relámpago de seis días, seleccionó tres tepuyes y calculó los mejores momentos de luz solar para capturar los murales en todo su esplendor. Su objetivo: acompañar al equipo científico en su misión de demostrar que los primeros pobladores de esta región llegaron hace 20.000 años, desafiando la mayoría de las teorías científicas aceptadas hasta hoy. El documental puede verse en RTCV Play haciendo clic aquí.

Para leer:Lanzan documental científico sobre Chibiriquete en sede de la Unesco en Francia

¿Cómo nació la idea de rodar este documental?

Lo primero fue tratar de entender el territorio y contarnos ese proceso. Yo quería filmar a esa gente haciendo ese trabajo. Me parecía muy interesante que fueran colombianos investigando Colombia, y creo que eso fue algo que enamoró también al canal francés, que fue el primero en decir: “Sí, nos interesa, lo vamos a hacer”.


¿Cómo se estructuró el trabajo con el canal francés ARTE?

Bueno, una vez se definió que el documental sería para el espacio Aventura Humana del canal ARTE de Francia —que es un espacio de prime time, los sábados por la noche, dedicado a grandes expediciones científicas—, comenzamos a armar el relato. Tocaba definir criterios para contar una historia científica para televisión, dividir el territorio geográficamente, y entender qué preguntas se hacían los investigadores y cómo traducir esas preguntas en una narración.

Foto colgados en cuerdas los investigadores rastrean todas las pinturas en los tepuyes de la serranía.
Suministrada Foto colgados en cuerdas los investigadores rastrean todas las pinturas en los tepuyes de la serranía.

¿Cómo se enfrentó como director al reto de contar una historia científica donde no siempre hay hallazgos inmediatos?

Sí, es muy difícil hacer un documental donde el científico encuentre algo revolucionario, porque puede pasarse la vida entera buscando y no encontrar nada. Pero en esas pequeñas tareas de campo, surgen imprevistos, aparecen “cositas”, detalles… y la idea es cómo ir amarrando esas pequeñas revelaciones para construir un gran relato.

¿Cuánto tiempo tomó la escritura e investigación del documental?

Fueron más o menos dos años de escritura e investigación. La primera vez que vine, lo hice solo, en bus desde Bogotá. Fue un viaje largo, como de 10 horas, pero muy bueno. Esos viajes te dan una intimidad con el lugar, que le da también intimidad a la narración.

¿Cómo viviste emocionalmente el proceso?

Hacer películas es un trabajo de mucha soledad, aunque uno esté rodeado de gente. En este rodaje éramos quince: científicos, camarógrafos, técnicos… pero la soledad del director es profunda, porque aunque todos rememos juntos, la responsabilidad es mía. Cuando termina una jornada, tú piensas: “Hice esto, pero me faltó esto otro”. Y estás solo con eso. Claro, estás apoyado por un equipo maravilloso, pero el que lleva el barco eres tú.

Foto de mural en Chiribiquete.
Suministrada Foto de mural en Chiribiquete.

¿Cómo fue grabar en un lugar tan inhóspito? ¿Cómo lo hiciste?

Fue muy difícil. Con Carlos Castaño, el investigador con quien entramos a Chiribiquete, teníamos tres opciones. Él debía hacer un trabajo de exploración en uno de tres tepuyes distintos —tres montañas— que nunca había pisado antes. Solo las conocía desde el aire. Son montañas donde ninguna persona de la sociedad mayoritaria, ningún occidental, había estado. Las tres tenían una particularidad: el helicóptero podía aterrizar y permitirnos el descenso. La preproducción fue el momento más difícil y más importante del documental, porque tuvimos que planearlo todo sin conocer físicamente el lugar al que íbamos. Para mí, era como grabar en un museo sin haber visto los cuadros. Sabíamos que tenía 500 piezas valiosas, pero no había fotos y teníamos solo cinco días para grabar.

¿Solo cinco días?

Sí, el permiso que da Parques Naturales de Colombia fue de seis días. Un día antes de grabar enviamos un equipo logístico que instaló las carpas, las cuerdas, y preparamos todo. Ya con el equipo instalado, escogimos el tepuy con base en factores como la luz del sol, los horarios y la logística. Cada minuto contaba. Fuimos con dos cámaras. La primera tarea fue identificar el “mural”, digamos, esas grandes paredes de arte rupestre. Al verlas, ibas notando relaciones entre las figuras. Tal vez los artistas originales no lo pensaron así, pero tú como observador empiezas a conectar elementos. Entonces, lo grabas de forma diferente.

¿Y mientras tanto, qué hacía el equipo científico?

Ellos excavaban. Sacaban carbones, pedazos de cerámica… pequeños indicios. Yo me encargaba de que su trabajo quedara bien documentado. Fue un trabajo muy técnico.

¿Qué pasa si no se logra contar eso en el documental?

Si no hubiera existido la película, el trabajo de los científicos igual se habría hecho. Pero quedaría en documentos técnicos que solo se leen entre ellos. A Chiribiquete se han hecho apenas 13 expediciones desde 1991. Son solo 13 semanas reales de trabajo científico en 30 años. Cada semana en campo equivale a un año de trabajo en laboratorio. Excavación por capas de cinco centímetros, lo que encuentran lo anotan, lo embolsan, lo estudian después. A veces no entienden de inmediato qué significan esas piezas. Pero después, revisando los cuadernos, pueden conectar hallazgos de misiones diferentes.

Foto mural en Chiribiquete.
Suministrada Foto mural en Chiribiquete.

¿Y el documental plantea también debates científicos?

Claro. Uno de los puntos del documental es justamente el debate sobre la huella del ser humano en este territorio. Juan me lo advirtió desde el principio: esto, dentro del mundo científico, va a generar polémica. Porque pone en discusión las fechas de llegada del ser humano a estas tierras. No es un tema menor. No era el eje central del documental, pero está ahí, latiendo.

¿A qué hipótesis llegaron los investigadores del arte rupestre en Chiribiquete?

Este es el norte y este es el sur. Aquí está el río Guaviare y más abajo el río Caquetá. La serranía del Chiribiquete —que tiene unos 350 kilómetros de largo— está dispuesta en un eje norte-sur. Nosotros estuvimos en la punta más al norte de la serranía. El arte rupestre que se ha encontrado en el centro de Chiribiquete se caracteriza por figuras humanas con la cabeza en forma de “C”, que representa la boca del jaguar abierta. Es decir, son figuras humanas con cabeza de jaguar. Eso es lo que llamamos “estilo Chiribiquete”. En cambio, en la serranía de La Lindosa —que queda más al norte— las figuras humanas se representan de manera distinta. Allí no tienen la cabeza abierta, sino cerrada. Es un muñequito con la cabeza cerrada, una figura más simplificada, más abstracta, no tan naturalista. Lo interesante del lugar donde estuvimos, y que fue un hallazgo fortuito, es que en ese tepuy aparecen figuras de los dos tipos: hombres con la cabeza abierta y hombres con la cabeza cerrada. Carlos Castaño, el investigador que descubrió los murales allí, plantea la hipótesis de que las pinturas de Chiribiquete (las figurativas) son más antiguas que las de La Lindosa (las más abstractas). Según él, en la medida en que las representaciones se hacen más simbólicas, tienden a ser posteriores. Lo mismo ocurre en otras regiones. Las pinturas en la serranía de La Macarena son del mismo estilo que las de La Lindosa, y las que se han encontrado en Soacha o incluso en Bogotá son completamente abstractas: ya no se distinguen animales o humanos, sino solo símbolos. La hipótesis de Castaño es que el ser humano llegó a esta región desde el sur, por los ríos, alcanzó Chiribiquete, pero no se quedó allí, sino que continuó su camino hacia el norte. En La Lindosa habría comenzado la sedentarización, el desarrollo de la agricultura, la formación de asentamientos, y luego siguieron hacia La Macarena, la cordillera de los Andes, Bogotá y las civilizaciones andinas

¿Cómo desarrolla esta investigación en el documental?

Para continuar su trabajo, Castaño se preguntó: “¿Dónde más hay hombres pintados con cabeza en forma de C, como de jaguar?”. Encontró registros similares a 4.000 kilómetros, en el sur de Brasil. Así que fuimos a filmar allá con él. Fue fascinante, porque no se trata de encontrar una piedra o una tumba, sino de dedicar años a observar los dibujos. Yo me lo imagino solo, frente a su computador, mirando las imágenes y diciendo: “Esta cabeza es diferente a aquella”, y luego comparando, buscando patrones. Su trabajo ha sido identificar los murales. Hasta ahora, se han documentado 71 murales en Chiribiquete, que contienen unas 75.000 figuras pintadas. El trabajo de Castaño ha sido fotografiarlas todas y registrar: “En el mural número 68 hay cuatro caimanes, cinco figuras humanas, un montón de formas que no entendemos todavía…”. Ese conocimiento acumulado le permite, cuando aparece un hallazgo nuevo, decir: “Ah, eso lo vi también en tal mural”. Es como armar un gran rompecabezas.

¿Cuáles fueron retos logísticos de grabar en el Amazonas?

—Luego, cuando fuimos a grabar, sabíamos que solo teníamos una oportunidad. Era un solo “shot”, no podíamos más. Muy costoso. Fue la grabación más cara que he hecho. El Amazonas es demasiado costoso.Yo tenía un número limitado de horas de helicóptero que me daba la producción. Me tocó pelearme —metafóricamente— a punta de puñal para que me dieran más tiempo. Éramos un equipo de 13 personas, y en cada helicóptero caben cinco. Entonces era como un Tetris humano. Como esos acertijos del campesino que tiene que cruzar el río con la cabra, la gallina y el lobo... Así estábamos nosotros. En cada vuelo yo decía: “Me voy con un investigador, cámara y sonido”. Luego alguien se tenía que devolver. Todo era así, una logística muy compleja.

¿Qué experiencia emocional le dejó Chiribiquete?

Lo que más me impactó como director fue la sensación de protección.He filmado en la selva desde que salí de la Universidad Nacional, en muchas zonas complicadas por el conflicto armado. Siempre con ese miedo de que algo pudiera pasar.Pero esta fue la primera vez que me sentí protegido, acogido. Pude tener tiempo de oler, de sentir, de estar en paz. Y creo que fue también por la gente con la que íbamos: investigadores llenos de respeto por el lugar, y eso se transmite.Te das cuenta de lo pequeñito que eres, y de que lo importante es saber escuchar y observar con humildad.Quizás también influye que ya estoy más “cucho” —ríe—.

La cifra: se han documentado 71 murales en Chiribiquete, que contienen unas 75.000 figuras pintadas.

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