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María del Mar Ramón regresó a su país, Colombia con su tercera novela: ‘La Memoria es un animal Esquivo’

La autora bogotana reside en Argentina y visitó su ciudad en el marco de la Feria del Libro, acompañada de su nuevo lanzamiento.

María del Mar Ramón
María del Mar Ramón (Cortesía)

María del Mar Ramón es una joven escritora proveniente de Bogotá, que desde el año 2012 vive en Argentina, pero cada que puede regresa a su país, en esta ocasión para presentar su cuarto libro y tercera novela, La Memoria de un Animal Esquivo. La autora ha pasado por varios medios latinoamericanos y a la vez ha ido construyendo su proyecto literario, que empezó con su ensayo y primer libro Tirar y vivir sin Culpa.

Desde aquel momento, Ramón demostró su increíble forma de escribir, en la que le interesaba crear obras de ficción desde una mirada diferente, con historias que sin planearlo se ubican en el país y exploran la complejidad de las masculinidades. Ahora, después de dos años, regresó su ciudad en el marco de la Filbo y contó varios detalles de sus obras para Publimetro.

Sobre el libro: La historia sigue a Juan Francisco, un hombre que, tras la muerte de su madre, se ve obligado a abandonar su pueblo natal y reconstruir su identidad. A lo largo de su vida, se enfrenta a la fragilidad de sus recuerdos y a la dificultad de distinguir entre lo vivido y lo imaginado.

Se habla mucho de los “hombres escritos por mujeres”, especialmente en el género romántico, donde se idealizan. Pero María del Mar, ha escrito sobre hombres en sus tres novelas desde una perspectiva distinta, más real y cercana.


¿Por qué elegir hombres como protagonistas?

En mis tres novelas he elegido protagonistas masculinos porque me interesaba explorar ciertos conflictos emocionales —la amistad, el miedo a la humillación, el duelo, la pérdida de un hijo, la familia— desde una perspectiva masculina, que siento ha estado menos representada o explorada con profundidad.

No me interesa contar grandes aventuras de hombres que recorren el mundo. Lo que me mueve es indagar en sus universos íntimos, afectivos, emocionales. Creo que eso nace de una ausencia: yo habría querido leer algo así, algo como una Vivian Gornick que hablara de un hombre y su padre. Sentí la necesidad de ponerle voz a ese universo emocional masculino.

Además, por las características de las historias que quería contar, estos personajes solo podían ser hombres. Las mujeres estamos socializadas para procesar nuestras emociones de manera muy distinta, más comunicativa. En cambio, los hombres de mis novelas lidian con el dolor, la pérdida o el afecto desde el silencio, la violencia, el chiste.

¿Cómo fue la experiencia de crear La Memoria de un Animal Esquivo y regresar a Colombia con este lanzamiento?

Yo había escrito dos novelas en tercera persona, y pasar a la primera persona supuso desafíos técnicos muy bellos e interesantes. Me implicó mucho más estudio, lectura y también más frustración en algunos aspectos, pero siento que ese trabajo me fortaleció como escritora.

Quería escribir una novela sobre cómo la memoria puede ser traicionera y explorar los conflictos entre hermanos. Me interesaba abordar la familia como una fuerza que moldea la vida entera de un personaje, incluso cuando ya se tiene 70 años. Quería construir un personaje mezquino, obstinado, pero profundamente humano y falible, con el que los lectores pudieran identificarse desde un lugar de pudor.

Por eso, sentí que esta historia solo podía contarse en primera persona: porque es uno quien recuerda. Había que crear una voz honesta, que asumiera su propia miseria, para que el lector pudiera creerle y reconocerse, incluso en lo incómodo.

¿Hasta qué punto crees que recordar puede ser un acto de resistencia, especialmente en contextos donde el silencio ha sido impuesto?

Para mí, recordar solo se convierte en un acto de resistencia cuando es un ejercicio colectivo. Si compartimos el recuerdo, las complejidades de ese recuerdo, y las diferentes versiones de un mismo hecho, ahí está la resistencia. De lo contrario, si es un acto individual, puede ser inevitable, especialmente en lo que respecta a la identidad. Recordar constantemente una vida puede ser útil o dañino para quien lo hace, pero pensar que nuestros recuerdos son infalibles es peligroso.

En el caso del personaje, su tragedia es no poder ver cómo su recuerdo ha cambiado con el tiempo y cómo ha ido transformándose y en un país como Colombia, donde la memoria es crucial, la clave está en lo colectivo. Dentro de las familias latinoamericanas, muchas veces hay silencios, especialmente sobre lo doloroso. En mi novela, la historia se cuenta desde la perspectiva del “tío raro” de la familia, un personaje del que no se habla, como el “no se habla de Bruno”. La historia no disculpa a los personajes, sino que abraza la complejidad del trauma, el envejecimiento, el silencio y el dolor, elementos que definen a la familia, con sus silencios y anécdotas no contadas.

¿Por qué elegiste Cúcuta y el Norte de Santander como el escenario literario para La Memoria es un Animal Esquivo?

En esta novela quise construir un ecosistema familiar muy masculinizado: tres hermanos y un padre que quedaron huérfanos de madre cuando eran niños. Es una familia marcada por la violencia no dicha, por el silencio frente al dolor, y donde la única forma de expresar las emociones es a través del chiste y la burla.

Y para eso, el norte de Santander fue el escenario perfecto. Es la primera vez que escribo un libro deliberadamente colombiano, donde Colombia no solo está presente, sino que es protagonista. La elegí porque es una región fronteriza, con una identidad muy marcada y un carácter muy masculino: el acento fuerte, la voz alta, la mezcla entre lo rural y lo urbano. Todo eso me servía para construir esta historia.

Además, es una familia que encaja perfectamente en la idea de una familia conservadora colombiana. La novela empieza en los años 60 y atraviesa varias décadas, está narrada desde dos líneas temporales, por lo que conocemos la vida del personaje a lo largo de 70 años a través de encuentros con los otros. Fue un proyecto ambicioso, pero me emociona mucho haberlo intentado: construir una novela que diera la sensación de abarcar toda una vida.

¿Cómo cambia la forma de escribir cuando se hace desde la nostalgia y no desde la inmediatez del día a día, considerando que lleva tanto tiempo viviendo fuera del país?

Curiosamente, yo nunca he escrito desde Colombia. Cuando empecé a publicar y a escribir novelas, ya vivía lejos. Y no fue algo que me propusiera: de hecho, al principio no quería escribir sobre Colombia. Mis dos primeras novelas, sobre todo La manada, intentan ser de ninguna parte. Quería que esa ciudad fuera casi fantástica, sin ubicación clara.

Recuerdo que un autor con el que trabajaba me dijo: “Tienes que dejar de luchar contra esto, deja que el texto sea del lugar del que es”. Y tenía razón. Esa lucha me llevaba a un lenguaje inorgánico. Hay algo misterioso en el acto de escribir, ese estado de flujo que no se puede controlar del todo, donde lo que uno piensa no se traduce directamente, pero surge algo más profundo. Es una novela que habla directamente del país, que está escrita desde la oralidad, en cucuteño, con acento. Me conmueve mucho eso. He llegado a aceptar que no puedo dejar de escribir sobre Colombia.

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