Durante la Semana Santa, los cristianos conmemoran los últimos días de la vida de Jesús, su pasión, muerte y resurrección. Es una semana de profundo significado religioso que invita a la reflexión, el recogimiento y la renovación espiritual. Entre todos los días, el Viernes Santo es quizá el más solemne: recuerda el momento en que Jesús fue crucificado, murió y fue sepultado. Por eso, este día se vive con un aire de luto, cosa que se refleja en las tradiciones de la iglesia.
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Una de esas tradiciones es el silencio de las campanas. A diferencia de otros días en los que su repique anuncia celebraciones, en Viernes Santo las iglesias optan por silenciarlas por completo. Esto no es un simple gesto simbólico: representa el dolor, el duelo y el vacío que dejó la muerte de Cristo.
La Iglesia suprime todo sonido festivo, e incluso durante las celebraciones litúrgicas del día se evita cualquier elemento que pueda considerarse jubiloso. Algunas comunidades incluso reemplazan el sonido de las campanas por matracas de madera, que emiten un ruido seco y sobrio, acorde con el tono del día.
¿Por qué se ayuda en Semana Santa?
El Viernes Santo se caracteriza por el ayuno, la abstinencia y el recogimiento. Los fieles están llamados a abstenerse de comer carne y a reducir sus comidas como muestra de penitencia, en unión con el sacrificio de Jesús. Las iglesias se mantienen con decoraciones austeras, el altar queda desnudo y no se celebra misa, sino una liturgia especial centrada en la Pasión del Señor.
Todo esto invita a los creyentes a vivir un momento de introspección profunda, de acompañar a Jesús en su sufrimiento y de prepararse espiritualmente para la esperanza que trae la resurrección en la Vigilia Pascual.

