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70 años de televisión colombiana: el país que hizo de la moda una telenovela

A diferencia de los melodramas de la región y los de países asiáticos, Colombia destacó por narrar en ficción sus cambios económicos y culturales, reflejando así los cambios de vida de sus mujeres.

Betty la fea Betty la fea

En la ponencia de Tanya Meléndez- Escalante, curadora del Fashion Institute of Technology, sobre la moda y las telenovelas mexicanas presentada en 2013 en Ixel Moda (el único congreso de moda meramente académico en Latinoamérica), había una dualidad escenográfica clara: las villanas tenían un uso más marcado de la moda, mientras que las “buenas” eran más simplonas.

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Solamente hasta que tenían poder equivalente, comenzaban a usar lo sartorial y el disfrute del vestir en términos de poder. Así, Angélica/ Marimar Paula/Paola de ‘La usurpadora’, o la misma Soraya/María la del Barrio ejemplificaban muy bien estos parámetros. Pero Colombia, desde los años 90, lo cambió todo: no solamente al narrar sus propias historias en clave universal, sino también al mostrar la moda como el reflejo del cambio histórico de sus mujeres, que de ser siempre salvadas pasaron a ser sus propias Cenicientas y príncipes azules.

Eso se ve, claro - y ad-portas de la esperada secuela de ‘Betty la Fea’- con las dos obras maestras de Fernando Gaitán: ‘Cafe, con Aroma de Mujer’ y ‘Yo soy Betty, la fea’, dos novelas que pusieron a Colombia como reina de los melodramas (junto a Brasil) en Latinoamérica y en el mundo al cambiar la forma en cómo se contaban estas historias. Pero también en el uso de la moda.

De hecho, lo que encumbró a Colombia como mayor exportador de melodramas, es lo que cita Edward Salazar, académico de moda y compilador editorial y académico del libro ‘Estudios de la Moda en Colombia’, al este mencionar cómo las dos principales telenovelas colombianas contaron la historia de sus industrias principales en el siglo XX: el café y la textil.

Y, de cómo estas industrias llevaron a mujeres del campo o de clases más humildes a llegar a ser altas ejecutivas y a cambiar su mirada sobre la moda como elemento de poder, lejos de la estridencia estética mayoritaria en las telenovelas mexicanas.

Liliana Peñuela, autora de la tesis ‘Moda y mujer en Café, con aroma de mujer y Yo soy Betty, la fea: una historia de la moda y género en las representaciones femeninas colombianas de los años 90′,  lo resume así:

“Esta década para la historiografía de la mujer es importante, porque muestra un cúmulo de tensiones que venían desde que la mujer colombiana se convirtió en sujeto de derecho, y al igual que otras mujeres en el resto del mundo salió de la esfera privada a la pública desempeñándose como fuerza laboral. Pero además deja de ser una mujer que únicamente tiene agencia sobre el cuidado del hogar, y que empieza a tener acción sobre sus propias decisiones de vida, como por ejemplo lo que visten. Los arquetipos femeninos en las telenovelas no solo evidencian los cambios y permanencias, también logran demostrar cómo se construye la mujer como sujeto en Colombia en los años 90 y cómo se crean unas identidades diferentes al ideal de lo femenino. Por otra parte, Ecomoda es la materialización de la historia de la industria de moda en Colombia”.

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Es así como Gaviota y Betty, desde el origen campesino y el de la clase media son protagonistas y testigos de los cambios históricos del país.

En ‘Café, con aroma de mujer’, (1994) Gaviota, de recolectora y de apariencia ingenua, usa la moda como un elemento de poder y sofisticación a medida que quiere avanzar por sí misma en la vida y en una industria dominada por hombres. De hecho, gasta mucho dinero en un vestido para conseguir un puesto con Iván Vallejo.

De secretaria, y en pleno auge del power dressing (que en los 80 instauraron Armani y Donna Karan y empoderó a las mujeres ejecutivas que ya obtenían puestos de poder, tal y como se refleja en la película de Harrison Ford y Melanie Griffith del mundo corporativo, ‘Working Girl’), llega a tener un curioso vestido multiusos, cual Marge Simpson, y, poco a poco ese pelo alborotado pasa a ser recogido, con colores más oscuros, abrigos más pesados y joyas más discretas cuando ya es una ejecutiva en Londres.

Incluso su madre, Carmenza, comienza a dejar esos vestidos y apariencia por exigencia de ella misma y se viste tan refinadamente como las mujeres de la familia Vallejo.

Cabe decir que entre ‘Café’ y ‘Betty’, hubo cinco años de diferencia. Para la época en la que ‘Betty’ se transmitió, el país andaba en recesión económica, y pasaba de tener una industria que solo valoraba sus cualidades textiles a tener una industria de moda. Inexmoda tenía diez años de fundada, también el neoliberalismo tenía una década. Las grandes marcas de fast fashion entrarían diez años después al país. Y las empresas como Ecomoda (en sus tiempos, Hernando Trujillo y otras) se vieron en la disyuntiva de vender solo calidad textil a hacer series cortas, tal y como Armando quería (de manera muy mal ejecutada, eso sí)  y tal y como pasó luego de 2012.

Asimismo, tal y como lo señala Peñuela, ‘Betty’ posicionó en la retina del espectador colombiano a los diseñadores colombianos, que desde hace dos décadas comenzaban a apropiarse del relato colombiano como una forma de reivindicación cultural: Ángel Yáñez, y Bettina Spitz, entre otros, así como Silvia Tcherassi, comenzaban a ser conocidos por el grueso del público.

Por su parte, Betty (que irónicamente está siendo reivindicada en la tendencia geek chic que instauró Prada y revivió Alessandro Michele en su época con Gucci), pasa también a ser una mujer ejecutiva que refleja el minimalismo de la época. Y de ahí, casi ninguna heroína colombiana vuelve a tener el papel de la ingenua que aspira a la modestia.

Protagonistas de todo tipo y megaproducciones

Es así como las mujeres de ‘El último matrimonio feliz’, ‘Amor en Custodia’, ‘En los tacones de Eva’, ‘Allá te espero’, ‘Los reyes’ cambian también de estatus social por sus méritos y por sus luchas y usan también la moda, cada una a su estilo, como arma de poder. La tía Laisa se vuelve vedette. Hilda, una pionera empírica de los estilos dosmileros que hoy tanto las marcas adoran comprar.

Asimismo, las mujeres lideradas por Alejandra Borrero en ‘El último matrimonio feliz’, en su mayoría, se empoderan y comienzan a cambiar de apariencia. E incluso las más pueblerinas, como ‘Las Juanas’ o las parientas de ‘Rigo’ usan a su favor su apariencia para mostrar los cambios y su ascenso social (en especial, en esta última, Girlesa, que no se conforma con solo ser esposa de Lucho, el tío del ciclista, sino que llega a ser política).

Y cómo no: al hablar de contextos más urbanos y contemporáneos, ese poder que muestran mujeres como Karol G y Farina en el ámbito del reggaetón quedan reflejados a la perfeccion en la pinta y actitud del personaje de Carolina Ramírez en ‘La reina del flow’.

Sí: a diferencia de México, que casi siempre se ha quedado en lo mismo (y hasta nos copian con espantosos remakes), Colombia sí que ha sabido contar las historias de sus otredades. Es así como pueden existir novelas como ‘La mamá del 10′ (una mujer afro víctima del desplazamiento forzado que lucha para que su hijo llegue a la Selección Colombia), ‘Lala’s Spa’ (reivindicación de la comunidad trans), o ‘Casa de Reinas’, donde a través del icónico Lucas de la Rosa, personaje pop para la comunidad gay en Colombia, también se ve la moda y la cultura del reinado de forma jocosa y en forma de crítica social.

Una que también se ve en las narconovelas: a pesar del impulso de volver a los narcos íconos pop y héroes de acción, es inevitable pensar en ‘Las muñecas de la mafia’ como fábula aleccionadora de un fenómeno que nos sigue permeando. Y que sigue generando debates sobre cuerpo, raza, clase y colonialismo en cuanto a la mirada hacia la mujer.

Ahora bien, entre varias producciones y hasta biopics donde las mujeres también llegan a usar la moda como poder, siempre: pasó con la maravillosa ‘La ronca de Oro’, con una esplendorosa Majida Issa en uno de sus mejores papeles interpretando a Helenita Vargas, o con la propia ‘Arelys Henao’ y sus maravillosos vestidos del escenario, entre otros programas.

Igualmente, hay que destacar que a excepción de Brasil, ningún otro país en la región ha hecho del vestuario algo tan rico en exploraciones de moda contemporáneas históricamente. Guarnizo & Lizarralde, compañía cofundada por el diseñador Diego Guarnizo, ha deleitado a los televidentes en producciones como ‘Loquito por ti’, ‘Bolívar’ (donde popularizó los saberes artesanales de los sombreros sandoneños), ‘La esclava blanca’, ‘Las Villamizar’ (mujeres luchadoras en plena época de Independencia, cuyos usos del vestido darían para un estudio más profundo sobre las novelas de época en Colombia), ‘Pecados Capitales’, entre otras producciones, mostrando cómo han hecho de los formatos del país un producto de los más refinados del mundo.

Así, han pasado 70 años. 7 décadas desde que un día Gloria Valencia de Castaño comenzó a mostrarle a los colombianos la moda del mundo (tradición seguida por su hija, Pilar Castaño) y la moda colombiana. Una que pasó a sus ficciones. Una que ha tenido cambios paulatinos en sus informativos.

Una que pasó a reconocerse a sí misma, incuso desde las masculinidades que ninguna otra región ha podido desafiar: Jorge Enrique Abello a lo ‘Tootsie’ como mujer ‘En los tacones de Eva’, o como drag en ‘Betty’, desafiando con su apariencia prejuicios misóginos y homofóbicos.  Pedro Coral, en ‘Pedro el Escamoso’, haciendo del kitsch cultura pop. Germán de ‘El man es Germán’, haciendo consumible una contracultura que fue tan mal vista en los años 80 y 90.

Ningún otro país ha hecho lo mismo si se trata de sus ficciones más dramáticas, consumidas y parodiadas:  Colombia hizo de la moda una telenovela. Una ficción, y una realidad de las muchas que faltan por contarse.

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