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El cielo resplandece a su alrededor: de cómo Akira Toriyama cambió millones de vidas en Latinoamérica

El mangaka japonés es quizás el equivalente a la princesa Diana de muchos millennials en el mundo: con ‘Dragon Ball’ hizo felices a millones de personas.

Dragon Ball Z. Guerreros Z
Dragon Ball Z. Guerreros Z

Es inevitable que se salgan las lágrimas.

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Al enterarse de su muerte a los 68 años el primero de marzo, uno entiende a las mamás y británicos de los noventa que lloraron por Diana de Gales: Akira Toriyama educó a millones de infancias sentimentalmente, las pulió en valores, paralizó países enteros hispanohablantes, rompió estigmas de género y enfrentó a los países latinoamericanos a su propia concepción de modernidad, prejuicios y de conocer realmente otros mundos -y el mundo- a través de ese extraterrestre que como Supermán, pero más poderoso que él, se olvidó de colonizar la Tierra y la hizo suya y la amó hasta su final.

Y, hasta el final de él mismo, de ese hombre que tenía un sentido del humor único que hacía a sus personajes entrañables, complejos y protagonizando batallas épicas que varias generaciones vieron a través de los caprichos de la televisión abierta de cada país (con el agravante de que repitieran muchas veces, porque no tenían más capítulos, dejándolo a uno iniciado), su obra fue infinita, así en Latinoamérica todo comenzara con sufrimiento gracias a las veleidades de las programadoras.

Canales que repetían o adelantaban según su privilegio o la piratería de su antena (en Colombia, particularmente, quienes pirateaban ‘Perubólica’ o ‘Canal 5′ se sentían como Tutina de Santos en Cannes viendo sagas adelantadas) hacían las delicias o las desdichas de cada niño y adolescente por año.

Pero entre repetición y adelanto, ‘Dragon Ball’ y sus sagas posteriores crearon la cultura pop de Latinoamérica, la formaron durante generaciones y hoy miles de mujeres y hombres lloran no solo porque este autor no pueda crear más historias de Gokú y compañía, sino porque con él, muere oficialmente parte de su infancia y la entrada hacia animaciones japonesas que amaron contra todo prejuicio.

Esto, porque fuimos muchos niños los que luchamos cual batalla encarnizada de Gokú y sus amigos contra el villano de turno, contra los muchos señalamientos, estigmas, matoneo de papás y maestros y directivos que no se molestaron en investigar absolutamente nada (con qué Internet), que veían en la obra de Toriyama cosa del “demonio”, sabiendo que hoy en día el Templo Satánico se preocupa más por el laicismo que por sacrificar gente.

Pero ajá: esta fue la realidad de miles de jovencitos desde el Río Bravo hasta la Patagonia que lucharon como una batalla agónica contra Cell y Majin Boo para defender la serie que amaban. Luchamos contra la censura y la ignorancia, proveniente de monjas ignorantes, conferencistas paranoicos o padres asustados que los señalaron o cohibieron por amar una serie que realmente detenía el ritmo del tiempo y cambiaba nuestras vidas a sus espaldas y/ o frente a ellos, porque éramos felices ante adultos que no entendían por qué “aumentábamos nuestra ki”, hacíamos el “Kaioh Ken” o alzábamos las manos para hacer la “Genki Dama”.

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No hay más que ver cuando Gokú se convirtió en Super Saiyajin por primera vez en Caracol: ningún niño colombiano de la época pudo ver qué seguía después porque se interrumpió todo por el terremoto de Armenia.

Posteriormente, nos adelantamos en canales como Canal 5 o América TV ante las protestas veladas de monjas y padres asustados, que veían cómo el fenómeno crecía hasta llegar a ser un referente de memes, momentos épicos, tiernos y universales que acallaron con éxito estas instituciones ya mudas debido a la fuerza única de sus personajes y su desarrollo saga tras saga.

Desde Vegeta, ese extraterrestre enemigo de Gokú, que quería matarlo, sacrificándose ante un villano como Majin Boo, un Mister Satán que es influencer que sí influencia, hasta Gokú, tan torpe en lo práctico como genio en el combate, estos personajes maravillosos llegaron al corazón de muchos niños y niñas que lloran la partida del Sensei Toriyama y lo hicieron parte de su vida.

De “satánicos” a fans de ‘Dragon Ball’ reivindicados por la cultura

Porque Toriyama nos dio ese lujo.

El de prevalecer, años después: el manga publicado en Shonen Jump en 1986 llegó a ser un fenómeno mundial que reivindicó en tiempos más amables y/ o cuestionadores del género y la representación en sus fans y personajes, además de llegar a promocionar nuevas películas desde los años 90 y dosmiles y ser recordado en variopintos productos culturales por sus referencias, como ‘Las chicas superpoderosas’, hasta ‘El viaje de Chihiro’, oscarizada película de Ghibli, tomaba nuevos aires.

Ya para los dosmildieces, ‘Dragon Ball Súper’ dio continuidad a historias que importaban y ampliaba el universo que Toriyama nunca dejó, ya que ‘Dragon Ball Daima’ está inconclusa, por ejemplo.

Eso, a su vez, en plena era del body positivity y otras revoluciones de redes, permitió a mucho niño maltratado o castigado por ver las aventuras de Gokú y sus amigos reivindicarse en merchandising, en entrevistas, en redes sociales con cada TikTok reproducido y escena likeada en Youtube y ser feliz al volver a su maravillosa época donde añoraba a los Guerreros Z y sus amigos. De paso, como fan, ver cómo Toriyama,- que ya había roto paradigmas de género al hacer de su obra algo para las niñas sin vergüenza desde sus personajes y ahora lo volvía a hacer con personajes como Wiss, por ejemplo- tenía un segundo renacimiento que terminó de consolidar su obra.

Es así que, al sol de hoy, nadie puede cuestionar la importancia y universalidad de la obra de Toriyama encarnada en ‘Dragon Ball’ y sus sucedáneas: hasta Emmanuel Macrón, presidente de Francia, se despidió de él con un dibujo firmado por el autor personalmente y el gobierno chino, tan controvertido, lo despidió públicamente.

Toriyama recuerda a miles de niños afanados por llegar de su colegio para ver ‘Dragon Ball’ por las tardes, ignorando que toda la historia de Gokú se basó en una leyenda china (‘Viaje al Oeste’) pero gozando con verlo crecer hasta ser un abuelo, riendo y llorando con grandes momentos épicos, como el sacrificio de Vegeta ante Majin Boo o la revelación del poder de Gohan ante Cell o incluso la misma despedida de Gokú en GT (para muchos, una despedida adelantada del maestro Toriyama).

Niños que coleccionaron sus juguetes, jugaron sus videojuegos. Que se emocionaron con cada transformación hasta el final, porque la manera en que la serie presentaba las batallas atrapaba irresolutamente, mezclada con un desarrollo de personajes monumental.

Adultos que aún lo amaban, adultos que le agradecen hoy por hoy hacerlos un poquito más felices y adentrarlos en el mundo del manga y anime así su sociedad de entonces no entendiera nada.

Hoy todos esos niños y niñas, -porque nosotras estuvimos muy bien representadas con Bulma, más tesa que Tony Stark o 18, la primera mujer que venció a uno de los guerreros en la trama, inaudito- cantamos los openings que nos dio el maravilloso doblaje latino encabezado por Mario Castañeda y René García: no concebiríamos a Vegeta y a Gokú sin sus tonos de voz. Lloramos por cada canción inspiradora, por cada momento maravilloso que nos dio el mangaka, que se asombraba de que en Perú los padres vieran la serie con sus hijos.

Hoy lo recordamos con amor, con tristeza y nostalgia, porque no hubo nunca nadie quien fuera un referente y nos uniera tanto a través de un Kamehameha mientras cantamos “ángeles fuimos” y esperamos que Toriyama no se canse tanto en El camino de la serpiente, porque no necesita Esferas del Dragón que lo revivan cuando ya por sí mismo se ha hecho inmortal.

Él prácticamente crió a la Latinoamérica actual, logrando lo que ningún maestro o institcuión logró por años, y esa es una proeza tan grande como la de Gokú y compañía, que hoy lo acompañan en su tránsito a la eternidad.

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