Estacionado en las calles del centro de Bogotá desde 2006, don Raúl Carvajal trató de buscar respuestas para dar con los culpables del asesinato de su hijo Raúl Antonio Carvajal Londoño, cabo primero del Ejército Nacional, quien habría sido asesinado a manos de sus superiores en octubre de ese mismo año. No importaba el sol, la lluvia o el viento, don Raúl estuvo todos los días intentando buscar respuestas en un país de víctimas con rostros conocidos y culpables con nombres que no se mencionan. La gran mayoría de capitalinos sabían quién era y por qué estaba allí parado buscando justicia. Sin embargo, el 13 de junio de 2021, don Raúl falleció de covid-19. Se fue sin respuestas del Estado ni perdón de los culpables.
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Después de esto, Ricardo Silva Romero decidió escribir un libro en homenaje a su vida y lucha para que en la memoria de los colombianos quede marcado no solo el nombre de don Raúl, sino la necesidad de seguir reclamando justicia.
¿Cuáles son los primeros recuerdos en su memoria de Don Raúl?
Recuerdo que de tanto en tanto reaparecía en los medios cuando hacía algún gesto, como cuando llevó los restos del hijo a la plaza de Bolívar de Bogotá, cuando se peleó con Uribe o cuando se encadenó a la Fiscalía. Me parecía que era una historia que resumía el drama del país. Parecía como una de esas obras de teatro, de esas tragedias muy originales sobre lo básico y lo esencial que vive en las personas, pues el dolor y esfuerzo de un padre porque sus hijos estén bien, la desolación de un padre si sus hijos sufren y más si mueren antes de tiempo, si son asesinados. Había algo en ese dolor que era muy del principio de los tiempos, algo esencial.
Realmente la idea de escribir un libro se me ocurrió cuando él murió. Lo vi un par de veces en la esquina que tenía como su oficina en Bogotá, que era la Jiménez con Séptima, y esas dos veces que lo vi me conmovió mucho, pero cuando murió, me impresionó más, porque sentí que había estado a punto de llegar a ser reconocido su relato, su historia, la historia de su hijo y de cómo fue asesinado.
Luego, escribí una columna en El Tiempo y apenas la terminé, me pareció que la intuición inicial que había tenido era la correcta: era un libro sobre su vida y su lucha, porque creo que no había otro modo de que uno comprendiera los tiempos de esa historia, decir lo que significa estar años diciendo lo mismo o de estar teniendo esa herida y lo que significa para esa familia toda esta odisea, como una especie de descenso a los infiernos.
Si uno lo dice en una frase o en un párrafo, creo que queda dicho y la gente lo entiende, pero en un libro, con las herramientas de la novela y de la ficción, creo que a uno, como lector, sí le duele y sí le detiene la vida un poco.
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Más allá de entender la lucha de don Raúl, también es ponerse del lado del resto de la familia. Para la escritura de este libro, ¿Cómo fue ese acercamiento y comprender esa otra cara de su lucha?
Sí, este es un libro que decidió hacer su familia, es decir, yo lo quise hacer, pero solo lo quise hacer porque la familia también lo quería hacer y eso es muy importante. No me interesaba hacer más grave el dolor, sino servir para algo, servir para la reivindicación y que hubiera una catarsis y un alivio. Eso era lo que me parecía que era interesante y, repito, lo devuelve a uno como al teatro, a las catarsis, a ponernos a todos a ver esa historia para hacer el duelo y para seguir adelante.
Lo decidimos en conjunto y ellos dijeron: ‘Adelante’. Entonces, me sentí respaldado y siempre tuve el respaldo de la hija de don Raúl, Doris Patricia, que es extraordinaria, y de la esposa de don Raúl, incluso, el hijo de don Raúl que no vive acá, que se llama Richard. Tuve respaldo, compañía y ayuda para resolver las dudas que tenía todo el tiempo.
Fue un proceso muy particular, pues yo había hecho un libro sobre mi familia que se llama Historia oficial del amor, y lo hice de la misma manera, pero con mi familia, con parientes que no había visto nunca, otros que había visto poco y otros que había visto mucho, entonces tenía cierto entrenamiento en varias cosas, en cómo la memoria juega trampas, le hace trampas a cada quien, que es mejor estar confirmando con archivos de prensa todo lo que la gente recuerda, pero todo este trabajo con una familia de desconocidos fue muy particular, porque se vuelve la familia de uno en el proceso, empezando a entender las lógicas entre ellos y es todo un trabajo para mí.
Además, también fue una terapia, porque es una historia verdaderamente dolorosa.
Ese acercamiento a la familia se da a raíz de un tema colectivo, que parece ser un duelo ajeno, pero a la hora de la verdad, no lo es. ¿Cómo se vive el duelo a través de la familia de él?
Eso es exactamente lo que a mí parecer es el corazón de este libro. Me parece que el libro no se llama Don Raúl Carvajal, sino El libro del duelo, porque realmente es una herramienta para el duelo.
En mi familia ha habido unos duelos semejantes en la medida en que han matado a un par de tíos míos, y si bien no es el duelo que sufre un hijo, sí ha sido el duelo de mi familia, ha sido el duelo de mi mamá, que es la hermana de estas dos personas que asesinaron. Uno en Colombia se acostumbra a eso. Hay muchísimas familias que tienen historias así y creo que asumimos que así es, que así toca vivir acá y que eso es normal, que aquí todos seguimos adelante y seguimos con esas historias.
Todos nos cruzamos alguna vez con los violentos, sea con narcos, con guerrilleros, con criminales. Todos tenemos duelos muy hondos, que es lo que nos trae la vida, y a mí lo que me interesaba decir es que no es normal, que es terrible, que es irreparable, que el corazón de estas personas a las que les es asesinado un hermano o un padre o un hijo jamás vuelven a estar en su lugar. Me gustaba la figura de Raúl y me gusta cada vez más, porque justamente es un hombre, un padre de familia que se resiste a seguir diciendo que esto es normal, no podemos seguir viviendo como si esto fuera natural y fueran las reglas del país, por eso se detiene literalmente en una esquina de la capital del país y dice: ‘Yo no sigo hasta que esto no lo hablemos’, que es lo que debería hacer el país.
Nos hemos acostumbrado a eso y hemos perdido la capacidad de reflexionar, es decir, reaccionamos, nos parece terrible que alguien lo mate, pero si reflexionáramos, esto se puede parar.
Este libro parece que es la herramienta perfecta para seguir todo ese conflicto que se ha vivido como país, ¿Qué fue lo que más le marcó de este libro en medio de esa profundización investigativa?
No me he sentido nunca del todo ajeno a la violencia por esas historias familiares, también porque cuando tenía unos 10 años comenzaron a pasar un montón de cosas aquí en Bogotá que son escenas de la guerra: los carros bomba, asesinatos, la toma del Palacio de Justicia, volaban lugares que quedaban cerca de la casa de todos… Muchas veces las personas nos dicen que tenemos suerte de no vivir la guerra, pero sí la hemos vivido.
Otra de las cosas que me parecen fundamentales de don Raúl es que se paró en la esquina de la iglesia de San Francisco, en diagonal al parque Santander, diagonal al edificio tradicional de El Tiempo y a unas cuadras de la plaza de Bolívar, donde mataron a Gaitán. A unas cuadras se rompió el florero de Llorente y se pegó el grito de independencia. Es en el centro de la historia en donde estaba parado don Raúl, y eso fue de las cosas que más me impactó a la hora de escribir e ir reflexionando.
Sobre la escritura, no sólo me impresionó eso, ese contexto en el que está parado don Raúl, sino también el día a día de esa lucha, es decir, un hombre que repite el mismo día durante 10 años, con un fervor y con una disciplina que es la que se requiere para salir de esta violencia, me impresionó el corazón, porque es un trauma y a mí me parece que ese también es un posible título del libro: El libro del trauma, porque hay una investigación allí sobre el trauma, porque repito, lo que a mí más me impresionó siguiendo la lucha diaria de don Raúl, investigando sobre su forma de ser, hablando con gente que lo conoció, con mi propia memoria de haberlo visto un par de veces, la memoria de sus gestos hablando con su abogado, hablando con los periodistas que lo conocieron, escuchando sus videos entrando en su personalidad, lo que más me afecta, me impresiona y me duele es ese corazón que no tiene descanso.
Haciendo la transición al contexto actual, ¿Cómo ve el Gobierno y cómo ve el papel de las víctimas dentro de este?
Es difícil, porque mi trabajo diurno es estar pendiente de las noticias al trabajar en El Tiempo. Hago mi columna, pero uno puede quedarse enganchado en las noticias de todos los días y, sin duda, hay una cantidad de noticias descorazonadoras que vienen del Gobierno, porque de alguna manera, crecí en una familia que era cercana a la izquierda, tanto a las ideas de izquierda como a la gente de la lucha de la izquierda. Entonces en mi casa se daba por hecho que la izquierda jamás iba a llegar al poder, porque este país era y es muy de derecha, y entre más guerra haya, más de derecha seguirá siendo y la guerra seguirá en pie.
Entonces, es triste sentir que se pueda estar desaprovechando el milagro de haber llegado al poder. Es decir, cuando Mandela llegó al poder luego de décadas de estar en la cárcel, Mandela no llegó a vengarse de sus carceleros ni a acabar con la parte blanca de Sudáfrica, por más de que fuera absolutamente aberrante el sistema político de ese país, pero Mandela no desaprovechó la oportunidad.
¿Siente que Gustavo Petro lo está desaprovechando?
Sí, creo que eso se siente a ratos, porque hay muchas noticias del día a día que lo pueden distraer a uno. Está el senador influencer que sale a decir que hay unas cuentas enormes de mercado y salen otra cantidad de influencers políticos que ahora resultaron elegidos. Estos influencers se la pasan haciendo videítos insoportables y chistositos contra lo que está pasando y sobre lo que está pasando.
Entonces todo el mundo va a tuitear sobre el mercado de la Casa de Nariño y no sabemos si es cierto. No sabemos si es solo el presidente el que come todo ese queso, toda la familia o es todo el lugar, es decir, tiene que haber algo más en esas cifras, pero a nadie le importa, porque todos quieren declarar: ‘Este señor se come 30 millones al mes’. Todo es tan ligero, tan ridículo y tan patético en sí, tan superficial en ese cruce de tuits, denuncias y noticias en desarrollo.
La figura de la noticia en desarrollo no puede ser, porque me parece el fin de la civilización. Uno ve un titular, entra y no hay nada, dice ‘noticia en desarrollo’ y no hay nada. Eso puede ser lo más irresponsable y patético, porque es una sociedad respondiendo a fantasmas todo el tiempo, a rumores, a sombras que pasan por ahí. No quiero reflexionar sobre esa base. No quiero estar pensando en algo así como un plano general constantemente y el plano general para mí es que llegó la izquierda.
Llegó con un líder, que a mí me parece un tipo valioso, inteligente y valiente, que espero que aproveche la oportunidad, que no la pierda, que no se quede enfrascado en gobernar para los que no han sido reivindicados en nuestra historia, es decir, su gobierno ya es en sí mismo una reivindicación, ya es una reivindicación que una cantidad de gente que nadie había volteado a mirar se sienta representada. Eso no hay que perderlo de vista. Eso es muy importante en un país en el que siempre ganó la derecha.
Espero que él no solo gobierne para los que tenemos que reivindicar en este país, para los que podríamos llamar los ninguneados, sino que se acuerde que también hay una cantidad de gente que ha tratado de sacar adelante este país, que hay una clase media muy valiosa en Colombia que ha trabajado, que ha puesto sus tiendas, que ha sacado adelante a sus hijos partiéndose el lomo, que se han ganado con el tiempo, y a puro pulso, su vida y que tampoco puede ser desconocida.
A mí me gusta que las élites odien a Petro y se sientan descolocadas y que los señores de los gremios vivan bravos porque los dejó plantados. Realmente se ponen rojos y furiosos porque este señor no llega en corbata a saludarlos, eso a mí me encanta, que esa gente esté pasando mal. Me parece justo y necesario que a esa gente le toque replantearse y aprender otras palabras en su diccionario para poder comunicarse con el 70% de este país.
Y ya para finalizar ¿Cómo ve el periodismo actual y el afán del clic? ¿Cómo hacer buen periodismo?
Es muy difícil, porque yo lo vivo en El Tiempo. No soy empleado, pero tengo un acuerdo de contrato por mis columnas, pero vivo el drama que es tratar de estar a la par con ese vértigo de las redes y con esa cosa frenética de estar produciendo contenidos por hora y hasta por minuto.
Es muy difícil exigirle algo a un periodista hoy en día, porque todo el mundo está sepultado en una cosa frenética y veo el esfuerzo que hacen por ser serios, lo que contrasta con tratar de abrirse paso en ese mundo digital que es una selva. Uno ve todas esas noticias en desarrollo y todos esos chismes a medio contar, esos titulares, que ya son hasta chistosos, como No vas a creer lo que le dijo Piqué a Shakira, entonces uno hace clic, porque quiere saber qué le dijo Piqué a Shakira, pero hay otra cosa que no tiene nada que ver.
Mi consejo es reivindicar el periodismo y no competirle a las redes. Por ejemplo, de nada sirve tener a 40 muchachos escribiendo parrafitos durante toda una mañana para un contenido ligero; hay que negarse a hacer eso, hay que hacer las cosas bien. No hay que poner la misma historia cinco veces de diferente manera para ver si uno tiene más clics, hay que ser viejo.
El buen periodismo va un poquito más lento que las redes, pero alguien tiene que ser viejo en esta sociedad que nos quiere poner a bailar reguetón a todos y a saltar con Bizarrap, es como una dictadura del reguetón y nos quieren meter a todos en ese hoyo negro y no, el periodismo, el arte, la cultura y la literatura tienen que resistirse.
A mí me fascina cuando puedo hacer novelas de 700 páginas y sacarlas para que la gente le toque quedarse a vivir en un mundo mucho más de lo que vive en las redes vertiginosas y peligrosas.