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‘Los periodistas ponen en riesgo su vida cuando intentan encontrar respuestas sobre su propia situación’

Durante seis años, Mathew Charles, investigador británico de la Universidad del Rosario, estudió las relaciones entre los reporteros y los grupos paramilitares del Bajo Cauca, una de las zonas más peligrosas del mundo para los comunicadores.

Por Nicolás Bustamante Hernández

Colombia es uno de los países más peligrosos del mundo para el ejercicio del periodismo. De acuerdo con la Fundación Para la libertad de Prensa (FLIP), en el país, la impunidad en los casos de asesinatos contra reporteros es del 78,8 por ciento, mientras que, en otros crímenes, como las amenazas, la impunidad llega al 98 por ciento.

Y, dentro del contexto colombiano, la región del Bajo Cauca (Antioquia) se impone como una de las más riesgosas. Según la ONG Reporteros sin Fronteras, está región, compuesta por los municipios de Caucasia, El Bagre, Nechí, Tarazá, Cáceres y Zaragoza, era en 2014 el quinto lugar más peligroso del mundo para los periodistas, solo detrás de las áreas controladas por el Estado Islámico en Irak y Siria, el este de Libia, Baluchistán (Pakistán) y Donetsk (Ucrania).

Fue precisamente en esta subregión antioqueña que el reportero británico Mathew Charles llevó a cabo una investigación como parte de sus estudios de doctorado para establecer las relaciones y dinámicas entre los periodistas y los grupos armados al margen de la ley, en este caso, las bandas criminales (Bacrim) pertenecientes al grupo conocido como los ‘Urabeños’.

El objetivo de Charles, cuya investigación fue publicada en la revista Journalism, de la editorial Sage, era ir más allá de los innumerables reportes que analizan el ejercicio del periodismo desde el punto de vista cuantitativo, para ofrecer una visión cualitativa que se adentrara en las perspectivas personales tanto de las víctimas como de los victimarios. De esta manera, el investigador podría conocer sus motivaciones, sus miedos y sus opiniones sobre el quehacer periodístico desde ambas orillas.

“Hay un dicho que dice que cuando se mata a un periodista se mata a la democracia. Yo quise entender mas allá de las implicaciones democráticas de matar periodistas y de los estudios estadísticos de los últimos años sobre la violencia contra la prensa y me pregunté por qué los periodistas quieren ejercer su profesión en una zona tan peligrosa, y cuáles son las motivaciones de quienes los matan”, afirma Charles, profesor del Observatorio de Crimen Organizado de la Universidad del Rosario, en Bogotá.

En una indagación con pocos precedentes, el académico habló no solo con cuatro comunicadores que han sido amenazados, sino con igual número de paramilitares que ya habían asesinado o intimidado a periodistas en el Bajo Cauca.

Lo que dicen las víctimas

Después de cinco años de trabajo de campo, en los que entrevistó y convivió con cuatro periodistas afiliados a medios de comunicación de prensa, radio y televisión, Charles encontró que el concepto de riesgo para los periodistas que viven y trabajan zonas rojas “está determinado por la dualidad entre callarse o autocensurarse, o investigar más acerca de lo que pasa con la violencia y el crimen organizado”.

“En el primer caso, la razón es sencilla, y es porque prefieren no arriesgarse y cuidar su integridad. En el segundo, la respuesta no es tan fácil. Lo que hallé es que el ejercicio profesional de estos reporteros está ligado con asuntos personales, como su propio concepto de ciudadanía, porque el periodismo les sirve para ayudar a la sociedad y enfrentar el contexto en el que viven”, asegura Charles, quien agrega que, en su mayoría, estas son personas que crecieron en contextos violentos, por lo que “el periodismo les sirve como una herramienta para entender su entorno”.

“Son muy conscientes del riesgo, pero para ellos el periodismo, más que un trabajo o un oficio, fue una herramienta para ayudar a la comunidad. Cuando crecen, saben que no hay importunidades, que no hay empleo, que viven en un contexto de pobreza muy grande; el periodismo es el camino para entender la situación y su propia existencia, y responder preguntas muy personales relacionadas con su propósito de vida”, indica Charles.

Durante su investigación, Charles, formado en idiomas en el University College London, y con una maestría en ciencia política de la London Metropolitan University, llegó a formar un vínculo cercano con los colegas a los que entrevistó, y pudo ver de cerca las consecuencias de ese entorno hostil en el que estos se desenvolvían.

Mathew Charles dice que escogió investigar sobre el Bajo Cauca motivado no solo por lo peligroso que resultaba en 2014 ejercer el periodismo en Antioquia, sino por dos casos particulares de periodistas locales que llamaban la atención por sus trabajos. Uno de ellos, Luis Cervantes, de Tarasá, fue asesinado en 2014, durante los primeros meses de la investigación.

“Al comandante responsable lo capturaron, pero aún no hay condena. Otro de los periodistas a los que entrevisté se convirtió en alcohólico porque recibió muchas amenazas, y la única opción que tenía para trabajar era autocensurándose. Pero él sabía que de esa manera le mentía a la sociedad y así mismo, lo cual se convirtió en un problema de salud mental, a tal punto que intentó suicidarse”, narra Charles, de 43 años, y quien ha trabajado para medios como la BBC, CNN y el Daily Telegraph.

Las razones de los victimarios

Charles, quien ha estado afiliado a la Universidad del Rosario desde hace dos años, comenta que este estudio en particular es parte de una investigación más grande que ha adelantado para su tesis doctoral, de la cual ha publicado cuatro artículos científicos. Esta primera fase, dice, tardó dos años, un tiempo corto para una etnografía pura, pero que se suma a otros seis años de trabajo de campo entendiendo las estructuras y la cultura de los grupos paramilitares y las reglas que tienen para mantener sus organizaciones ilícitas.

Así, Charles entrevistó a cuatro jóvenes sicarios, quienes indicaron que ingresaron a los grupos narcotraficantes como una manera de enfrentar la pobreza, lo cual, no obstante, y en palabras del académico, no explicaba sus razones para matar a otras personas, se tratara de periodistas o no.

El investigador cuenta que no fue un proceso fácil ganarse la confianza de los asesinos, pues estos no entendían lo que significa ser un académico. “Por eso, yo les decía que era periodista, y hasta me pusieron varios alias, como ‘el inglés’, o ‘el profe’. También, me decían ‘chonto’, haciendo referencia al color rojo que tomaba mi piel tras varias horas bajo el sol, similar al del tomate criollo”, cuenta Charles en medio de risas.

“Fue un proceso bastante difícil, sobre todo, al principio, cuando aún no había podido ponerme en contacto con el primer sicario. Pero, una vez me gané su confianza, después de varios meses, empezó un fenómeno como de bola de nieve en el que fueron llegando uno tras otro”, recuerda.

Según Charles, para los miembros de las Bacrim, convertirse criminales es una forma de construir una ciudadanía insurgente que busca soluciones para su comunidad. “Es una forma brutal y violenta de hacerlo, y, para escapar de la responsabilidad, siempre decían que mataban siguiendo órdenes de sus superiores, de los comandantes”, reconoce.

De acuerdo con el estudio publicado, los sicarios no mataban a periodistas que, consideraban, eran como ellos, en el sentido de que también trabajan por la comunidad. De este modo, si había un periodista que hacía trabajos sobre pobreza o contra el Estado, a ese reportero lo entendían y no lo señalaban como un objetivo militar.

En cambio, a aquellos reporteros que exponen nombres e información sobre las redes ilícitas, los fichaban inmediatamente. También, los periodistas ven amenazadas sus vidas cuando publican acusaciones o lo que los paramilitares califican como ‘chismes’ para vender sus piezas informativas.

“Lo que pasa en esta zona es que los periodistas investigativos reemplazan al Estado: hacen las veces de Policía, Fiscalía y justicia, y eso es peligroso”, asevera Charles.

En este sentido, una de las principales conclusiones a las que llegó la investigación es que la violencia contra los periodistas depende del trabajo que hacen y del nivel de amenaza que suponen para los narcotraficantes.

“Los ‘paras’ entienden el papel de los periodistas, y solo deciden matarlos cuando rompen el código de silencio que existe en estas zonas”, anota Charles.

No obstante, los mafiosos entrevistados reconocieron que no es común amedrentar o atacar directamente miembros de los medios de comunicación. O, por lo menos, no antes de desplegar una serie de advertencias y amenazas. Esto es algo que, para el autor, debe ser considerado por las políticas públicas en materia de seguridad, porque si llega una amenaza a un periodista, lo más probable es que esta se convierta en hechos.

El investigador cuenta que de los cuatro sicarios con los que habló, uno ya está muerto, dos están en la cárcel y otro hace parte del programa de protección de testigos. “Fue una indagación llena de desafíos. Incluso, en algunas ocasiones me sentí amenazado, una de ellas por un sicario que iba a ser el quinto entrevistado, y a quien capturaron. Él me escribió desde la cárcel pidiéndome plata, y me dijo que me iba a enviar a sus amigos para matarme. Al inicio de la investigación me echaron del pueblo y nunca supe por qué, aunque pude volver”, cuenta.

También, recuerda Charles, durante el trabajo de campo uno de sus contactos principales se entregó, delatando a toda su red y llevando a sus capturas. “Al principio, ellos pensaron que fue por culpa de mi trabajo, pero después de un tiempo se dieron cuenta de que no fui yo”, rememora.

“Este tipo de investigaciones no es para todas las personas. Se necesita una preparación psicológica muy fuerte, y hay consecuencias que no pueden ser anticipadas. Pese a todo esto, en el Bajo Cauca tengo muchos amigos y es una región a la que le tengo mucho cariño. Para mí, es como mi segundo hogar”, puntualiza.

URosario, líder en investigación de excelencia en el país

A pesar de la crisis sanitaria por el COVID-19, entre 2018 y 2021 la producción científica en revistas de alto impacto de la Universidad del Rosario creció un 107,28%, respecto al período 2011 – 2017; se duplicó el número de laboratorios y se lanzaron 54 nuevos programas a la medida de las necesidades del sector productivo. Además, la financiación internacional aportó el 51% del total de la inversión para investigación de la institución en el año 2020, dijo Alejandro Cheyne, rector de la institución.

La Universidad del Rosario, entre 2018 y 2021, se consolidó como institución líder en investigación de excelencia en el país: 7 de cada 10 artículos científicos de la universidad han sido publicados en las revistas científicas internacionales más importantes (el 50% de mayor impacto de la base de datos Scopus, una de las más prestigiosas a nivel mundial).

El Rosario duplicó su producción en revistas científicas de alta calidad. El aumento de la producción de artículos en revistas de alto impacto pasó de 250 en el año 2015 a más de 500 en 2020. “Esto es aún más relevante si se tiene en cuenta que apenas inicia actividades la Escuela de Ingeniería, Ciencia y Tecnología de la institución, donde existen grandes oportunidades de investigación y transferencia de sus resultados”, dijo el vicerrector Sergio Pulgarín.

El fortalecimiento de la producción de la investigación ha ido de la mano de la innovación pedagógica en la universidad, que contempla, entre otros, fortalecer el sistema de laboratorios de la institución con nuevas formas de enseñanza y aprendizaje que incorporan ambientes de experimentación, de enseñanza y creación. En cerca de tres años se duplicó el número de estos espacios, al pasar de 26 en 2018 a 77 laboratorios al cierre de octubre de este año, manifestó el rector Alejandro Cheyne.

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