Opinión

El ojo aguzado

En pleno Newcastle-Tottenham Sergio Reguilón se quedó mirando fijamente hacia la tribuna y le dijo a Mariner, el árbitro del encuentro, que detuviera todo porque no era momento de seguir jugando.

Es la sensación de estar ahí, siendo un punto más en el panorama. Es la insignificancia en medio de un cuadro que es conmovedor: el de una tribuna llena de gente, pero es imposible a veces divisar a cada uno desde el campo, en especial para el futbolista, que está concentrado en lo que pasa en la cancha. A veces hacen la visera para taparse del sol y encontrar a sus familiares más queridos, los mismos que los alientan siempre, sin importar el resultado; los mismos que a veces, deben aguantarse los insultos de los demás hacia el futbolista que también es esposo, o papá y al que ellos fueron a alentar. En otras ocasiones van relojeando al que los levanta a putazos.

Como alguna vez le pasó a Juan Román Riquelme en medio de un Boca-Racing cuando, después de marcar un golazo con fusilamiento incluido a Migliore, salió corriendo hasta la zona de los palcos y señaló a un plateísta que lo tenía cansado de tanto insulto. Paró el 10 su carrera y subió la mirada: empezó a insultar al ignoto y a decirle a la policía que lo sacara de ahí. Las cámaras lo individualizaron y era un adolescente que, sorprendido y asustado, vio cómo varios gendarmes le mostraron con poca amabilidad la puerta de salida.

Contaba Óscar Córdoba de aquel hincha que pudo ver cada vez que jugaba y que no paraba de insultarlo cada vez que Boca jugaba en casa. Domingo a domingo el arquero revisaba en medio de la multitud y ahí estaba el hombre que decantaba su odio hacia él y un día llegó la venganza: Córdoba estacionó su carro y de golpe vio cómo el fanático andaba ahí a pocos metros. El uno lo fue a encarar y el hincha se lanzó a abrazarlo con amor. Óscar, aterrado, le dijo que qué era eso de la abrazadera si siempre lo levantaba a punta de epítetos. El desconocido le respondió: “es una cábala. Cada vez que hago eso, ganamos”.

Este fin de semana se dio la imagen más increíble de un jugador de fútbol que un día decidió concentrarse en lo que ocurría en las gradas. En pleno Newcastle-Tottenham Sergio Reguilón se quedó mirando fijamente hacia la tribuna y le dijo a Mariner, el árbitro del encuentro, que detuviera todo porque no era momento de seguir jugando. El lateral español, mientras se ubicaba en el área a la espera de un corner, se dio cuenta de que un asistente al estadio colapsa, de repente, en medio de tantos puntos invisibles que crean la masa gigantesca de humanos apiñados en las sillas. Fue cuando se fue disparado a buscar asistencia médica. También su compañero Eric Dier, se lanzó con prontitud a espabilar a los ayudantes médicos del Tottenham para que empezaran a trabajar con un desfibrilador. El juego se detuvo mientras la situación volvía a control y aquel peregrino sin nombre fue atendido ahí, en el sitio en el que la vida se le iba a escapar.

El único que pudo atajarla fue Reguilón.

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