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Fútbol de calle: identidad de la Bogotá que busca salir adelante

El deporte más hermoso del mundo. No se necesita sino una pelota, a veces de trapo, para practicarlo. El fútbol enamora gracias a su simplicidad, en el que hacer dos arcos con maletas y tener al alcance una pelota es la salida ideal a la realidad que semana a semana te golpea.

Es domingo y es importante que haya buen clima. Si no hay, se juega igual. Sin embargo, si el sol acompaña, las ganas de hacer gambetas y de destacarse aparecen en el cemento, o en el césped sintético de las canchas que a comienzo de año estrenó el Instituto de Recreación y Deporte, en la localidad de San Cristóbal, al sur de Bogotá.

Andrés Ortega se levanta, saluda a su mamá y está listo para ir a jugar. A sus 17 años, es admirada la habilidad y destreza que enseña con el balón en sus pies. Ellos le dan la voluntad para enfrentar la vida con optimismo, pese a la deficiencia en sus brazos con las que nació.

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Sus manos no pudieron desarrollarse, pero eso no le impide ser un mago del balón. Su madre, Sofía, vio en la pelota una oportunidad de inclusión de su hijo. Desde los cuatro años mostró aptitudes para el micro fútbol, o el fútbol de salón, dos disciplinas que funcionan como contención en barrios donde los sueños conviven con la drogadicción y la violencia.

A ritmo de hip-hop, Andrés se pone su ropa preferida y se va a jugar. No es un detalle menor: la ropa juega un factor fundamental en la confianza personal. Quisiera lucir la camiseta de su amado Santa Fe, pero sabe que por seguridad es mejor no hacerlo. Allá, donde el fútbol es rey, un color de uniforme puede costar la vida.

Lejos de ir a un conflicto, Andrés se dirige a donde la que considera su familia. Por fortuna tomó la decisión de pertenecer a un núcleo que desde hace cuatro años lo aleja de los vicios y demás peligros. Aunque a veces amagó con dejarlo, siempre  terminó volviendo y encontrando en la ‘canchita’ una oportunidad que lo tiene a puertas de ser profesional de fútbol de salón.

El juego de pelota en los barrios de Bogotá es más popular que el fútbol mismo. Diferente al  deporte que se practica con once, acá no se requiere más que un espacio reducido para practicarlo. Sin embargo, las comunidades agradecen cuando la Alcaldía Distrital les otorga lugares de esparcimiento, como el recién estrenado en San Cristóbal.

“Antes acá quedaba un potrero. Una montaña que servía para que metieran vicio algunos. La Alcaldía construyó un espacio para el deporte, para que los chicos encuentren una alternativa”, comenta Carolina Velásquez, administradora del Club Deportivo Real Escuela, sociedad sin ánimo de lucro que desde hace 11 años les ofrece una oportunidad a decenas de chicos que creen en un proyecto tan deportivo como social.

En la actualidad, son 76 canchas las que la administración distrital tiene a disposición de los bogotanos, con veinte más en proceso de ser estrenadas en las próximas semanas. En la de San Cristóbal, los chicos del club se reúnen a diario para el entrenamiento y forjar su sueño de profesional.

John Montenegro fue el creador del club Real Escuela. Desde siempre tuvo amor por el balón, lo que combinó con su vocación por enseñar y ofrecerles a los niños de la localidad una mejor alternativa de vida. Comenzó con cuatro niños, ahora jóvenes, que fueron multiplicándose con el pasar del tiempo y la constancia por un proyecto que pasó de insipiente a sólido.

Hoy en día, son 110 chicos entre niños y niñas que van de los  4 a los 18 años de edad. Además, existe un equipo femenino que tiene a 25 mujeres entre los 12 y 40 años.

Fe, disciplina y respeto. Bajo esos tres principios se construyó la historia de la escuela. Montenegro es un estricto maestro, exigiéndoles al máximo a sus alumnos, sin importar si son niños o niñas, jóvenes o muy pequeños.

“Último en llegar”, bajo ese grito John reúne a su ‘tropa’ en el centro de la cancha, enseñándole el valor de competir. Quien llegue al final corre el riesgo de no ser elegido para jugar. En eso, el entrenador es implacable. Los padres de familia lo ven con asombro, admirados por la ascendencia que tiene para con los niños, quienes a pesar de lo rígido y estricto que se presenta, lo aman como un padre.

Bajo esos principios se forjó la relación entre Andrés y su tutor, John. Se miran a la cara y existe confianza, un poco de camaradería y respeto. Fuera de la cancha hay espacio para las bromas entre uno y otro; adentro de ella, el jugador debe ser disciplinado y acatar las órdenes del entrenador, aunque estas sean contrarias a su amor por la pelota. Montenegro no le pide gambetear, lejos de eso quiere que suelte la pelota con mayor velocidad.

En las tribunas, los padres sueñan con el día en que sus hijos se conviertan en profesionales. Ese sueño no es para todos, pero alguien lo logró. Iván Herrera pasó de las colinas de San Cristóbal al Futsal profesional, donde en la actualidad actúa como portero del Cóndor FC de Bogotá.

Herrera es el modelo a seguir de los chicos. Siguen pateando la pelota a la espera de esa oportunidad. John Montenegro continúa rescatando niños que en el día de mañana serán personas de bien, alejadas de los malos hábitos gracias a la pelota.

Así como Andrés en San Cristóbal, son miles de niños en los barrios capitalinos los que ven en el fútbol callejero su opción de vida. Bogotá se convirtió en una Meca de esta práctica, donde lejos de gritar por “Millos y Santa Fe”, se siente más emoción al decir “pásemela, estoy solo”.

Por

ROMÁN GÓMEZ // SEBASTIÁN GÓMEZ.

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