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Modelos infantiles, una fachada a la explotación

Industria. El modelaje es solo una manera de camuflar la explotación infantil, así lo comprueba un documental, según el escritor Mommyish

Los directores David Redmon y Ashley Sabin siguieron los viajes y las esperanzas de Ashley Arbaugh, una hastiada cazadora de modelos, que busca en Siberia caras nuevas para introducir al mercado japonés. 

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En un casting abierto se encuentra con Nadya Vall, de 13 años, quien admite ser un recatado “ratoncillo de campo” y sueña con sacar a su familia de la pobreza con la lucrativa carrera del modelaje. La prepúber y desgarbada niña es preciosa: de grandes ojos azules y pelo rubio, a quién los agentes jalan pidiéndole que se incline hacia las cámaras. Ella, de ágil estructura, se tambalea en los tacones altos y se pavonea en bikini por toda la habitación. 

Ahsley, la cazadora de modelos, dice que le gusta la apariencia física de esta chica y describe al mercado japonés como algo “muy específico”. 

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Usar la juventud como fetiche es claramente su objetivo, la joven modelo Nadya tiene la figura de una niña. La sacaron de su comunidad rural y la enviaron a Tokyo donde comparte vivienda con otra joven modelo en un espacio tan reducido como el dormitorio de un tren bala. Las dos jóvenes tienen la suerte de hablar el mismo idioma y mientras que las cámaras disparan, ellas son incapaces de comunicarse con el mundo que las rodea. 

La tierna Nadya, siempre lleva consigo el diccionario cuando la envían a castings que no están supervisados.

Mientras deambula por las concurridas calles de Tokyo solo puede hacer unas pocas llamadas telefónicas, que terminan siempre ahogadas en llanto, a su familia. Estas charlas son lo único que la sostiene. Mientras tanto, acumula cada vez más deudas de sus gastos personales, de los cuales no se hace cargo la agencia. Su dudoso contrato incumple los trabajos de modelaje que le prometieron a su familia y las fotos que le toman desaparecen misteriosamente. 

Nadya encuentra por casualidad una de sus fotos mientras ojea un puesto de revistas y está encantada de ver que su trabajo es,  de hecho,  publicado. Aunque nadie se lo había dicho.

La cazadora de modelos, Ashley, presenta claros rasgos de nada menos que el Síndrome de Estocolmo. Ella admite abiertamente que la industria de la moda se basa en “nada”. Mira a la cámara con los ojos apagados y habla de sus etapas de depresión cuando era una joven adolescente que flotaba en el mercado japonés. Sus sonrisas forzadas y miradas furtivas puntúan la historia de jóvenes modelos que convierte en prostitutas y las condiciones explicitas a las que las induce.

La película saca a la luz la manera en la que se somete a los niños en la industria global, cómo esta se escapa de las leyes de trabajo infantil por medio de la envoltura del glamour. Detrás del maquillaje y de los tacones, las condiciones reales de trabajo se camuflan. El medio se hace el de la vista gorda frente al maltrato de los niños. Se les explota descaradamente y  esto permanece oculto. 

Debería condenarse de la misma manera que un padre o una madre es condenado a prisión si somete a su hija a trabajar en una mina de carbón durante 14 horas diarias. No obstante, si la lleva a trabajar en una industria en donde trabajará la misma cantidad de horas, con muy pocos descansos, sin comida y sin seguro de salud.

Mwn

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