Opinión

El poder de Duque

Adolfo Zableh Durán 

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Así de primerazo, pienso en una película y una serie. En la primera, Richard Nixon confiesa sentirse como un marginado pese a ser presidente del país más importante del mundo; en la segunda, Tony Soprano se reconoce como un perdedor más allá de convertirse en el principal capo de la mafia neoyorkina. En ambos casos, dos hombres muy poderosos se sienten subestimados, me atrevería a decir más por ellos mismos que por los demás. 

Con Iván Duque ocurre al revés: no le ha ganado a nadie y aun así se siente importantísimo. En su caso, él se sobrevalora mientras los colombianos lo usamos para críticas y burlas. Aunque, si miramos bien, nuestro presidente tiene en efecto un poder devastador, solo que invertido, negativo. Se ha vuelto una referencia, pero al revés, y en lugar de seguir su ejemplo, es indicador de lo que no toca hacer. Es decir, en vez de potenciar e inspirar, produce resistencia. Y aunque sea para mal, tiene una fuerza que subestimamos.  

Acabó con su partido, para empezar, y con su líder. Lo que no lograron en décadas la justicia y los contrincantes políticos, lo consiguió él en par años. Hoy el Centro Democrático y Uribe están más devaluados que el peso colombiano y sus días están contados. Ojo, me refiero a ellos dos y no las ideas que representan, esas van a vivir siempre, solo que en otros formatos y abanderadas por otras personas. Y de paso, hablando de economía, Duque también logró rematar nuestra divisa, al punto de que viajar al exterior hoy sea casi imposible.  

Logró acabar con la confianza en nuestras instituciones. Antes las mirábamos de reojo, con cierta incredulidad, hoy no les creemos es nada. Fiscalía, Procuraduría, ministerios y demás, todas menos confiables que nunca. También destruyó la poca empatía que teníamos los colombianos. Antes algún funcionario sufría un atentado y salíamos a solidarizarnos por muy cuestionado que fuera; hoy, cuando ocurre un atentado contra Duque de una nos huele a montaje y, lejos de mostrar nuestro apoyo, nos preguntamos quién querría matarlo. Y es cierto, quién querría matar al presidente si no es una amenaza para nadie, ni la delincuencia ni los corruptos; tal es su inutilidad.  

Minó la educación, la suya propia, quiero decir, y hoy el colegio y la universidad a los que asistió rozan el descrédito. No doy sus nombres para no ayudar al desprestigio, pero la gente sabe cuáles son y creo que le tomará años volver a tener buena reputación. Duque no solo rompió las encuestas al obtener el mayor índice de desaprobación que recuerde un Presidente de Colombia, sino también el internet con incontables memes, cada uno más chistoso que el anterior. 

Afectó al idioma, al punto de que el apellido de una de sus ministras es ahora un verbo reconocido por la RAE. Y vean que no somos conscientes de tal logro: esa institución es de lo arcaico y rocoso que hay, así que resulta casi una proeza que haya reconocido en tiempo récord la nueva expresión. Duque consiguió también que habláramos de Providencia, uno de los puntos más olvidados de nuestra geografía, así fuera para recordar que sigue destruida. Claro, no podíamos esperar que con él de por medio las conversaciones sobre la isla fueran para bien. Ha logrado incluso que pongamos los ojos en la literatura colombiana, a veces tan olvidada como Providencia. Hoy, a propósito de la delegación colombiana enviada a la feria del libro de Madrid, se habla de literatura neutral más allá de que nadie sepa exactamente en qué consiste tal cosa.  

Sin embargo, Duque no ve nada ni entiende nada, está embebido es su propio poder. Tantas cosas malas han ocurrido durante su gobierno, tanta gente ha salido golpeada, pero él insiste en sacar pecho por su buena gestión, lo que hace pensar que su mayor poder es el de la negación. 

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