opinión

Por culpa de un partido

La derrota de la semana pasada de Colombia contra Brasil por Copa América fue todo un mazazo. Y vean que el fútbol es una nimiedad. A mí me gusta mucho, pero tampoco es que me trasnoche porque tengo claro que no es la gran vaina. Y encima lo lógico cuando se juega contra Brasil es perder, y para rematar, esta Copa América no despierta nada, un torneo mediocre y fantasma que no ha debido jugarse. El hecho es que esa derrota sobre el final del partido despertó inexplicablemente en mí toda la frustración acumulada por ser colombiano, todo junto por culpa de dos goles encajados en poco más de diez minutos.  

Estoy mamado de ser colombiano, y no solo eso, también estoy cansado de que el fútbol nos dé alegría un día y frustraciones el resto del año, de que en lugar de ayudar a nuestra felicidad nos hunda en la impotencia y la rabia. Quiero ganar a algo alguna vez en la vida, sentir que soy mejor que el resto del mundo así no haya puesto un grano de arena para lograr la victoria. Quiero que alguien nacido en mi misma tierra me haga sentir un triunfador pese de mi propia mediocridad.  

Hay quien dice que en ciclismo somos potencia mundial, y es cierto, pero no es lo mismo. El ciclismo es un deporte exigente y hermoso, popular y emocionante, pero es que nada se le iguala al fútbol, es el deporte de nuestros tiempos, el más grande que ha dado la humanidad. Y yo sigo cuanta carrera ciclística hay desde que tengo uso de razón, pero el subidón que te da el fútbol no te lo da nada. Pasa con frecuencia que quienes se dedican a otro deporte es porque no dieron pie con bola para el fútbol, e incluso dentro del mismo deporte hay escalas cuando se empieza a practicarlo: entre más malo, más atrás se ubica en la cancha. A los peores los ponen de arquero, a los que siguen de defensas, y así. Es decir, se puede decir que el puesto más privilegiado del deporte de élite mundial es el de delantero. Y mucho Egan y mucho Nairo, mucho Froome y mucho Hinault, que como Maradona, Pelé y Messi, nadie.  

Lo que pasó el miércoles pasado con Pitana y con Brasil golpeó fuerte en un momento en el que estamos necesitados de buenas noticias, vengan de donde vengan. Y aunque igual estemos en cuartos de final de la copa y haya quienes aún desdeñan el fútbol como si estuviéramos en 1960 y ellos fueran Borges, vencer así fuera por medio a cero hubiera sido un bálsamo milagroso. La derrota dolió no solo porque estuvimos cerca de ganar, sino porque llegó como más duele: sobre la hora y con una dosis de polémica. 

Hasta hace veinte años el fútbol sudamericano competía a la par del europeo, pero hoy estamos más cerca de asiáticos y africanos. Y no es que hayamos dejado de producir cracks, es que hay tanta corrupción que los clubes profesionales y las selecciones nacionales son cada vez más precarios. Se secó el chorro porque los dirigentes se sobreactuaron en eso de pensar más en sus bolsillos que en los logros deportivos, y hoy ver un partido de fútbol sudamericano es una mezcla de martirio y comedia.  

Así pasó con el Brasil-Colombia en cuestión. Los errores arbitrales que durante años hemos considerado eso, fallas humanas, son muchas veces actos intencionales imposibles de comprobar porque, así las reglas del fútbol estén claras, a la larga son grises, interpretables, y por lo general se aplican a favor del más fuerte con la complicidad de los de que una manera u otra comen gracias al fútbol. Esta vez fue un tiempo añadido exagerado y una jugada donde una pelota golpeó al árbitro y ayudó al primer gol del rival. Es decir, se mezcló todo: el infortunio, la interpretación de la ley y las decisiones cuestionables; un coctel explosivo que hizo todo más doloroso. 

El miércoles yo quería ganar y olvidar por un rato que somos un desastre. Así el jueves volviéramos a enfrentarnos a la impecable realidad, quería irme a la cama sintiendo que servíamos para algo. Pero no, ni eso podía darnos la vida porque parece que Dios nos odiara con todas sus fuerzas, como si no fuéramos hijos suyos. Ahora no solo volvimos a demostrar que en fútbol somos del montón, sino que nuestra vida proseguirá con más de lo mismo. Mañana y todos los días hasta el fin de los tiempos seguiremos en las mismas: más covid, más muertos, más corrupción, Polo Polo de trending topic y Duque diciendo cualquier cosa para dejarse en ridículo a sí mismo. 

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