Cartagena de Indias, al menos la visible, siempre está de moda. Las razones varían de acuerdo al momento: un evento internacional en el Centro de Convenciones de Getsemaní, una reunión de ministros del gobierno de turno, un congreso de la lengua española, un festival de cine o de música, o, simplemente, la llegada del presidente de los Estados Unidos, como ha ocurrido en numerosas oportunidades. Allí se alza la “Casa de Huéspedes Ilustres”, un recinto que le sirve de refugio a los mandatarios colombianos cuando el estrés de sus funciones y del mundanal ruido bogotano no los deja pensar bien. Otras veces van sólo a tomar “decisiones trascendentales para el bienestar del país”. Allí compró García Márquez una de las mansiones más costosas del cerco amurallado, donde se reunió en diferentes momentos de su exitosa carrera con expresidentes de distintas naciones, con escritores tan gigantescos como él y en donde escribió apartes de sus últimas novelas.
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El primer “grito de la independencia” de Colombia se dio en Cartagena en 1811. Allí fusilaron a los primeros héroes independentistas de esta vasta colonia. Los piratas al sirvió de la Corona Inglesa –piénsese en Sir Francis Drake— estuvieron a punto de arrasarla y de convertirla en polvo. Pero cada uno de los ladrillos resistió la embestida, cada disparo de mosquete, cada bala de cañón. De ahí el remoquete de “heroica”. A pesar de esto, ese heroísmo del que tanto habla la historia es sólo hoy un recuerdo. Cartagena se asemeja en este momento a una barcaza en alta mar azotada por fuertes vientos. Los piratas ya no son aquellas figuras caricaturescas con parche en el ojo como los retrata Emilio Salgari en sus novelas. No. Los nuevos enemigos de la ciudad hacen parte de sus entrañas. La han vendido a mejor postor. La han rifado y convertido en una especie de caja menor. Hoy, son contadísimos los nativos cartageneros que viven en San Diego, Getsemaní o el Centro Histórico. Los padres de esa democracia que representa el Concejo Distrital acabaron con las Empresas Públicas, privatizaron Telecom, convirtieron un servicio tan fundamental como el agua en un negocio rentabilísimo en una ciudad encarecida, se apropiaron de la antigua electrificadora, elevaron hasta el cielo los impuestos e hicieron del servicio de transporte uno de los más caros de Colombia, convirtiendo a la urbe de Pedro de Heredia en una de las más costosas del mundo, pero también una de las pobres.
Desde entonces, se han dedicado a vender extensos terrenos de playas a las constructoras nacionales para la creación de condominios urbanísticos como el Barcelona. Han sacado con engaño a los nativos de las islas que se alzan frente a la ciudad y secaron con la artimaña de ampliar algunas avenidas y carreteras los caños y lagunas para levantar edificios residenciales. El Juan Angola, uno de las corrientes de agua que oxigenaba a la Ciénaga de La Virgen y que la conectaba con el océano, alimentándola de nutrientes para lo supervivencia de los peces, la redujeron a tal extremo que hoy es sólo una delgada capa de barro líquido putrefacto.
Los Araújo, que durante el gobierno de Andrés Pastrana protagonizaron unos de los escándalos de corrupción más recordado de la ciudad, en cabeza de Fernando Araújo Perdomo, entonces ministro de desarrollo, se apropiaron con tramoyas –y con la ayuda del alcalde entonces, Gabriel García Romero, y de su primo hermano, Héctor García, director de Inurbe– de los terrenos de Chambacú, desalojando de sus casas a numerosas familias pobres. Las denuncias alcanzaron resonancia nacional y fueron reseñadas por los grandes medios. Pero como en Cartagena todo se investiga y nada se aclara, las indagaciones llevadas a cabo por la Fiscalía concluyeron, curiosamente, después de que el exministro fuera secuestrado por la guerrilla de las Farc en 1999, que no hubo delito alguno en la transacción comercial de los predios. Años atrás, utilizando la misma estrategia, los Araújo se alzaron con un gran número terrenos de familias humildes del corregimiento de La Boquilla, a las que le compraron sus propiedades a precio de huevo para llevar a cabo la megaconstrucción del Hotel Las Américas. En ese ejercicio, cerraron las bocas de oxigenación de la Ciénaga de La Virgen y produjeron una enorme emergencia sanitaria que llevó a la mortandad de cientos de peces, condenando al hambre a decenas de familias que vivían de la pesca en ese sector de la ciudad. Hoy, el metro cuadrado de estos terrenos supera en un 500% el precio inicial, por aquello de la inflación y del cambio en el uso de suelo.
Según un estudio de 2019 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, Colombia es el primer país del Cono Sur con la mayor tasa de desigualdad en la distribución de sus riquezas, y el de mayor corrupción del planeta, según el último informe de Transparencia Internacional, la oenegé alemana que vela por el manejo de la cosa pública en más de 170 naciones. Cartagena de Indias, por otro lado, la heroica ciudad turística, se ubica en el tercer lugar de las urbes del país con el mayor índice de pobreza, superada apenas por Cali y Cúcuta. El 60% de su fuerza laboral se enmarca en la informalidad y la tasa de desnutrición infantil en sus zonas periféricas podría calificarse de emergencia sanitaria. A esto se le suma los altos niveles de inseguridad que, en las últimas décadas, se han disparado, producto las de bandas criminales que han echado raíces en la ciudad y la presencia de capos del narcotráfico que, a través de testaferros, han invertido grandes fortunas en negocios tan lucrativo como el transporte, estaciones de gasolina y vivienda.
Lo anterior no es el resultado de una combustión espontánea, sino la suma de muchísimos años de pésimas administraciones, del robo continuo del presupuesto de la ciudad y de la escasa inversión social. Los catorce alcaldes que tuvo Cartagena durante los ocho años de gobierno de Juan Manuel Santos es sólo una muestra del deterioro político de una clase dirigente que le importa un carajo la ciudadanía. Una dirigencia tramoyera, corrupta, que ha hecho todo lo posible por regresar a Cartagena al siglo XVI.
La llegada de William Dau al Palacio de La Aduana hace un año se constituyó literalmente en un obstáculo contra el desangre administrativo que iniciaron mandatarios como Nicolás Curi Vergara, Gabriel García Romero, Guillermo Paniza Ricardo y Dionisio Vélez Trujillo. Este último tiene abierta aún una investigación en la Contraloría General de la Nación por el préstamo de 250 mil millones de pesos a la banca nacional para la ejecución de trabajos de infraestructura, entre ellos la construcción de varios hospitales en sectores vulnerables, que nunca se realizaron.
Dau, lo admito, no es una lumbrera, pero posee un gramo de honestidad del que carecían los anteriores inquilinos del Palacio de La Aduana. De ahí toda esa campaña de desprestigio e investigaciones en su contra que buscan alejarlo de sus funciones. Usar a la justicia como arma política deja claro el gran poder que tienen sus enemigos, pero también el desespero de volver a tomar, como sea, las riendas de la ciudad.
Twitter: @joaquinroblesza
Email: robleszabala@gmail.com
(*) Magíster en comunicación.