La Real Academia Española de la lengua define eufemismo como la “manifestación suave y decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”: en este tipo de expresiones los colombianos hemos resultado aventajados, comparados con los demás habitantes del planeta, quienes, al parecer, ven la misma realidad, pero la expresan diferente. Además, mientras otros países buscaron por años algún filosofo-rey, nosotros hemos sido bendecidos, con una pléyade de gobernantes-sofistas que nos han hecho creer los cuentos más absurdos, desde que nos reconocemos como Patria Boba.
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Empezamos el año 2021 como si el 2020 hubiera pasado por un ladito. Es increíble ver todo tipo de manifestaciones, públicas y privadas, que desconocen la severidad de la situación mundial, pretendiendo que las 12 de la noche del 31 de diciembre implican una reorganización automática del mundo y de la vida, como se conocía antes del 2020.
Analizando las cosas con seriedad, no hay nada en el horizonte que permita augurar que el año que empieza va a ser mejor que el que ha terminado. Al contrario, la conducta desordenada con la que cerramos el año, sumada a las terribles decisiones de nuestros líderes políticos, establecen las condiciones para una tragedia inconmensurable, en lo que a pérdida de vidas humanas hace referencia. Del millón setecientas mil personas que han fallecido en el mundo, Colombia reporta poco más de 43.000.
En materia de eufemismos, el juego perverso entre confinamientos a medias y reactivaciones económicas fútiles va a terminar colapsando ambas, cumpliendo, una vez más, las máximas del refranero: “soplar y sorber, juntos no pueden ser”; ni se salvaguarda la economía, ni se protegen las vidas humanas; quién sabe, si en últimas, el sistema procura una reducción drástica en el número de habitantes en el planeta, para elevar la calidad de vida de los que quedan, porque a eso, sí parece que le apuntamos.
Entre las nuevas ocurrencias de alcaldes, gobernadores, ministros y el presidente, queda capturado el país de a pie, el ciudadano asalariado, el que debe tomar transporte público atestado a la misma hora que hace un año, para llegar a trabajar a una empresa que no le ha hecho ninguna de las cacareadas adaptaciones de bioseguridad, el que deberá decidir si expone a sus hijos en el colegio por dos días a la semana, para seguir con el suplicio de la virtualidad los otros cinco días de la semana, sean hábiles o no; el que debe seguir saliendo a mercar en los riesgos de los establecimientos comerciales, con protocolos a medio cumplir, en los que no se respeten ni aforos, ni distancias sociales; el que debe usar las entidades públicas y empresas de servicios en las que sus funcionarios han tomado deportivamente la catástrofe mundial, haciéndola la excusa para ralentizar, mucho más, los procesos y las respuestas.
En una virtualidad que funciona a medias, a la que no tiene acceso la mayoría de la población y la presencialidad de altísimo riesgo, se da por sentada la compra de una vacuna que todavía no existe, desde cifras mentirosas, que dejan claro cuáles son los grupos poblacionales que tendrán que ponerle el pecho a la brisa en 2021.
Ese 2021 al que entramos con una confianza ridícula, vanagloriándonos de ser los sobrevivientes a la pandemia y la generación que derrotó al COVID 19, cuando lo que hemos hecho es escondernos y mal. Un confinamiento disciplinado controlaría, primero, para reducir, posteriormente, el impacto de la pandemia. Lo que vemos es la fluctuación en las cifras de contagiados y de fallecidos; el show mediático de los políticos en campaña, junto a las más ramplonas expresiones de triunfalismo navideño, que no se compadecen con la realidad de la situación, con el dolor de las víctimas ni con los esfuerzos de quienes tienen que vérselas cada día con esta realidad.
Somos capaces de decir, en la misma frase que no creemos que el virus exista, que es una conspiración; especulando por la fecha de llegada de la vacuna a Colombia y del precio al que nos la van a vender; vociferamos que nadie nos puede obligar a enviar a nuestros hijos a estudiar, sea al colegio, sea a la universidad, por un día, dos o toda la semana; mientras conspiramos por el lugar de nuestras vacaciones soñadas, junto a la estrategia con la que vamos a evadir las medidas de confinamiento. Soltamos la risa y bebemos un trago en nuestras reuniones con más personas de las autorizadas.
A duras penas estamos sobreviviendo, pero nos comportamos como si ya estuviéramos inmunizados. Repetimos la información inexacta que los noticieros y el programa del presidente se esfuerzan en posicionar, sin entender la mitad siquiera. De esa manera, proseguimos nuestra existencia, pasando por alto un peligro que sigue latente, tal y como lo dejamos el año pasado. Un poco peor, por nuestra desatención a los detalles en las últimas semanas del 2020.
Para cerrar la explicación de eufemismos: feliz año 2021.
Por: Julio Andrés Arévalo / Docente