Nos acercamos a un año electoral en donde empezará a suceder de todo en Colombia: desde los escenarios judiciales desde luego vendrán movidas “audaces” para pretender marcar agenda, como a lo que nos acostumbraron Santos y sus amigos, en especial el que tuvo en la Fiscalía General. Vendrán cantos de sirena de quienes buscarán acercarse a ideas o posturas de mayor aceptación popular, con el ánimo de ganar el favor popular de estar en el partidor para la primera magistratura; movimientos desde el mismo gobierno nacional para no inhabilitar a aquellos que buscarán una silla en el Congreso de la República, y otros que trasnochan con la intención de sonar como precandidatos.
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Todo con la constante de ganar poder, pero al final ¿el poder para qué? Algunos responderán desde luego que el poder es para poder, y sí, en principio muchos creían desde la antigua Roma que para eso era el poder y buscaban “comprar” títulos y posiciones para lograr posicionarse a como fuera. La historia romana muestra cómo Craso, durante el primer triunvirato de la antigua Roma, siendo el hombre más rico de la ciudad, buscaba más poder y prestigio, y para lograr estar a la “altura” de Cayo y Pompeyo utilizaba su inmensa fortuna para ganar batallas y ganar espacio donde quizás no había necesidad.
Craso es a lo que llamamos hoy un trepador, quien por su afán de poder y prestigio terminó vencido en batalla, humillado y asesinado, obligado a tragar oro fundido; los procesos siempre son cíclicos y quien no conoce la historia está tristemente condenado a repetirla. Los politólogos, algunos entienden ello, en la necesidad de entender e interpretar los procesos, sus causas y efectos, por ello pocos son políticos y por esa misma razón los políticos no son politólogos, pero entonces ¿el poder para qué? Esa frase del que se autodenominaba socialista e ideólogo de estirpe liberal, recio para algunos e intrigante para otros, primer designado cuando dieron golpe de estado a López Pumarejo y exmagistrado de la Corte Suprema por designación del “dictador” Rojas Pinilla, una de las inspiraciones del hoy presidente Duque, así lo expresaba Darío Echandía, ¡siempre socialista!
De Craso a Echandía hay mucho trecho, pero hago el parangón porque es siempre apropiado dirigirnos a los procesos históricos. Ambos diametralmente distantes pese a la diferencia en el espacio temporal, pero totalmente convergentes en el proceso de: ¿para qué el poder? Si bien lo políticamente correcto es que el poder busca los fines comunes o el bien común y el interés general, también es asertivo mencionar que el poder es para hacer que las políticas se expandan con sus ideas fuerza, abriendo espacios en lo que se cree y en lo que se considera políticamente coherente, congruente, asertivo, correcto, y ello solo se logra materializar al administrar con bienquerientes.
Es justo por ello mencionar que es lamentable que desde el Palacio de Nariño se busque posicionar a todos los malquerientes de quien en algún tiempo le dio esperanza a Colombia desde el gobierno, y sorprendente que, como el caso de quienes condenaron a Andrés Felipe Arias, desde posiciones como conjueces gozaren de jugosos contratos en altas consejerías del actual gobierno, y que se promovieren compromisos para llevar a dignidades de la justicia, en escenarios donde se quita y se pone a esos mismos personajes que tienen hoy bajo condena al ex ministro conservador, ¿dónde quedó la coherencia?
Corolario: Utilizar la estrategia de un nefasto ex Fiscal General de la Nación para torpedear candidaturas es un flaco favor que se le hace a la democracia, mas tratándose de procesos de responsabilidad fiscal que al final en nada jurídicamente hablando, cortan las alas de aspiraciones irracionales como las de Fajardo, al final mas que una trapisonda terminarán haciéndole un favor partidista.