No me gusta lo que está pasando en Bogotá, y no me refiero al virus, tampoco al clima, que, aunque aburridor, es una mera anécdota comparado con lo que está pasando en otras zonas del país, donde el estado del tiempo alcanza niveles de desastre. Hablo más bien del ambiente general que se respira, con inseguridad, atropellos y otros indicadores de convivencia que no nos dejan bien parados a los habitantes de la ciudad. Siempre supimos que Bogotá era hostil, un lugar que al mismo tiempo te da oportunidades y te roba energía y años de vida, y que, en ocasiones, más que exclusivo es excluyente. Sin embargo, la sensación es que este año todo se ha disparado.
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Hay que empezar por la cabeza visible, Claudia López, que hace poco dijo que había que deportar venezolanos, culpables del aumento de los crímenes en Bogotá. Sus declaraciones no cayeron bien y no solo la hicieron quedar como una xenófoba, sino como desconocedora de la realidad de la ciudad que gobierna, como si antes de la llegada de gente de Venezuela esto no fuera ya un antro de delincuentes. Y entiendo que no quiso estigmatizar a todos los venezolanos, pero es que cuando uno ocupa un cargo como el suyo, las palabras tienen que ser tan precisas que no pueden dar cabida al equívoco, no solo porque las personas tengamos nula capacidad de comprensión y leamos y oigamos con el orto, sino porque hay mucha gente mala leche que vive esperando cualquier error para caerle encima al gobernante de turno. Cada vez que López hace algo impopular es tratada por sus opositores como Nayibe, lo que deja al descubierto que el clasismo, y no las Farc, es uno de los grandes problemas de los colombianos. Entonces, si ella sufre discriminación por su nombre, su origen o cualquier otra cosa, lo mínimo que se espera es que no aplique lo mismo con los demás.
No solo los robos están por los cielos, que esos siempre han estado altos, también subió el número de asesinatos. El ocurrido hace poco en Transmilenio ocupó todos los titulares de prensa, pero si uno va un poco más allá descubre que cuatro cuerpos sin vida han sido encontrados en las calles de Bogotá en menos de un mes, y que hace apenas unos días fue encontrado el cadáver de un recién nacido abandonado y envuelto en una bolsa plástica. Somos tantos en esta ciudad que parece que la vida es tan común que vale poco, poquísimo.
Menos grave que las muertes registradas, pero indignante también, está lo ocurrido con la actividad llamada Bogotá a cielo abierto, una iniciativa creada para reactivar el golpeado sector de los restaurantes. Todo muy bonito en el papel, como casi todo en este país, pero que llevado a la práctica ha dejado más en evidencia la segregación 24/7 que se vive en esta ciudad. Hace poco quedó grabado en video que algunos restaurantes habían cerrado calles y solo dejaban transitarlas a quienes fueran a consumir, no a la gente en general, cosa que es ilegal porque las vías (por ahora) siguen siendo de todos los habitantes del mundo.
Nunca me ha gustado la actitud de los restaurantes de lujo de la capital, más allá de que presten un servicio de muy buena calidad. Son arrogantes y abusivos, y ahora que necesitan recuperarse lo son aun más. Por la necesidad de evitar la quiebra y recuperar los meses perdidos han aplicado sus propias reglas amparados por el gobierno local, y sospecho que algunos también han subido los precios. Pero no solo eso, sino que exigen quedarse con los datos de los comensales. Nombre completo, cédula, celular y correo electrónico son los datos que piden, siempre con la excusa de que es por nuestra seguridad. Pues yo no me como el cuento de que sea por nuestro bien porque, salvo nuestros padres, cuando alguien nos dice que algo es por nuestro bien es en realidad por el bien suyo. Me parece en cambio que es una peligrosa forma de controlarnos, de aprovecharse de la coyuntura para tenernos completamente fichados, quién sabe con qué fin. No solo discriminan cerrando calles, sino que ayudan a que vivamos en una sociedad cada vez más autoritaria apoyados en las leyes, obviamente, que gracias a la coyuntura se dictan cada vez a mayor velocidad y a conveniencia del que las redacta. Mientras nosotros estamos preocupados por la llegada de la vacuna el otro año, nos están robando la cartera, literal y figuradamente, y ni nos damos cuenta.