Carlos Fuentes

“Chac Mool, El prisionero de las Lomas, Agua quemada o Terra Nostra, así como sus innumerables ensayos y artículos son, unas veces, murales realistas, críticos y objetivos; otras veces, relatos fantásticos excepcionales; no obstante, todos ellos son textos complejos y virtuosos”: Miguel Ángel Manrique

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Tropel de caballos desbocados. “Dependiente y revolucionario”, dijo de él Emanuel Carballo. Fiel a sus raíces y descastado, orgullosa y coherentemente viejo e innovador: Carlos Fuentes padecía de excesiva conciencia. Tal vez por eso exploró en sus novelas territorios distintos a la literatura como la política, la historia, la crítica literaria, la filosofía y la sociología, aunque siempre prefirió el camino de la ficción.

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Cosmopolita. Viajó por el mundo habituándose a diversas ideas, culturas y literaturas. Fue un humanista profundamente moderno. Inspirado en las ideas sobre el carácter de lo nacional, de Samuel Ramos y Octavio Paz, se apasionó por el pensamiento de grandes pensadores latinoamericanos como Alfonso Reyes, su amigo y maestro, y el dominicano Pedro Henríquez Ureña. Y México fue su obsesión.

Leyó con fervor las novelas de Joyce y John Dos Passos, la poesía de sor Juana Inés de la Cruz, la obra de Rosario Ferré, pero tuvo presente que Cervantes fue el más grande y que la literatura es una sola: “La literatura en lengua española, para mí, es una sola, de ambos lados del Atlántico. Es lo que he llamado el Territorio de la Mancha. Para mí no existen, en sentido estricto, escritores mexicanos o argentinos”, declaró en una entrevista. Escribió novelas complejas y sólidas como La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz, en las que narró la original y contradictoria realidad histórica del hombre mexicano y su identidad fundada en el mestizaje.

En su extensa obra conjugó la visión de los vencidos con la visión de los vencedores; fundió las ilusiones de los olvidados con las desilusiones de los elegidos; verbalizó a México para socavarla y reconstruirla literariamente; plasmó con vehemencia muchas de las historias sagradas y profanas que crearon la imagen híbrida de las urbes latinoamericanas, “inundadas de objetos, de mitos y aspiraciones de plástico y aluminio”.

Chac Mool, El prisionero de las Lomas, Agua quemada o Terra Nostra, así como sus innumerables ensayos y artículos son, unas veces, murales realistas, críticos y objetivos; otras veces, relatos fantásticos excepcionales; no obstante, todos ellos son textos complejos y virtuosos.

La revolución mexicana, los mitos prehispánicos, los conquistadores, España, los reyes, la Historia, los toros, los mexicanos, la religión, México, los Estados Unidos, el poder, el consumo, los conflictos sociales, las ciudades, América Latina, las contradicciones del capitalismo y la vida cotidiana de la gente fueron una parte de sus preocupaciones literarias. Se apasionó por los barrios, las calles, la arquitectura, los objetos, el lenguaje y por todo aquello que dotó a sus personajes de carácter e identidad.

Por eso, a Fuentes no se le puede definir en una sola línea creativa: su condición de “reformista” quizá se debió a su carácter crítico y antidogmático, a su actitud de respuesta, a su posición política e intelectual y a su rechazo al silencio.

Fuentes escribió porque así se lo exigieron sus principios, porque prefirió narrar y cuestionar la realidad a ejercer otros oficios. Así que su literatura está hecha con la misma libertad y necesidad de que está hecha la literatura en general, con esa conciencia de las tradiciones históricas y poéticas que coexisten en América Latina y el mundo, y con una amplia concepción de lo que significa la cultura. La materia prima de sus novelas es “la misma sustancia de que están hechos los sueños”.

Hace muchos años, vino a Bogotá a presentar uno de sus libros, en la Casa de la Cultura de México; esa vez, habló de la condición humana, criticó con seriedad la opresión y la dependencia, y se declaró lúcido ante la fatalidad y la tragicomedia política de nuestro tiempo. Alguien me lo presentó y hablamos un rato. Advertí en su rostro fatigado una preocupación por algo que estaba más allá de él, más allá de todos nosotros: quizá estaba afligido por un sueño o por una utopía, sólo posible en el espacio de la literatura. O tal vez sólo se imaginaba otra novela.

Miguel Ángel Manrique / @miguelmanrique

 

 

 

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