Ser colombiano es sinónimo de estar polarizado, de criarse, convivir y llevar la vida al son de la violencia, del joder al otro y, no hay estudios oficiales, pero todo indica que también es el aceptar que, en nuestro ADN, a ese mismo espíritu violento, se suman unos genes de corrupción que nada que logran zafar de nuestra historia.
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Y sí, muy bello ese romanticismo de “Colombia tierra querida…”; sí, uno este país lo quiere, pero a diario el mismo país hace su mejor esfuerzo para que a uno el amor se le diluya en el sifón del quedarse sin fuerza. ¿Qué fuerzas adicionales nos van a pedir cuando tenemos un país rico que nosotros mismo saqueamos hasta la saciedad y le destruimos la esperanza? Es que, de verdad, antes no somos Haití (con el debido respeto por este pueblo al que le debemos parte de nuestra independencia) o una nación árida africana (con el debido respeto por su cultura milenaria), ya que nos robamos o acabamos con todo lo que esta misma tierra nos ofrece. No me imagino lo que seríamos si tuviéramos un poco, aunque sea un poco, más de valores, honradez, sentido de la efectividad, excelencia y pensamiento solidario en aras de buscar una mejor sociedad.
El cuento de los buenos somos más ya me cuesta creerlo. Pienso que es más fácil que El señor de los anillos pueda ser una realidad o que uno de los dragones de Daenerys Targaryen podría recomponer este reino maltrecho. No, no somos más los buenos, acá hay una guerra civil asintomática. Acá el asunto es de dos orillas, es la derecha o la izquierda. Y cada vez vemos cómo crece un escalón o aumenta un grado más la temperatura de sus enfrentamientos. Cada hecho lamentable que ocurre en este país pone un ladrillo más en el cuadrilátero de los de un lado y los del frente. Es el paraco-fascista vs. el mamerto-guerrillero, no se admite más. Incluso ellos, derechas e izquierdas, en el marco de la alienación fanática de sus bandos (porque en eso hay empate técnico: en su fanatismo) encuentran un punto común para elongar el dedo juzgador hacia quienes no están con ellos. ¡Son unos tibios!, dicen amparados en su fuerza poco moral, pero fuerte en gavilla, en modo pandilla, queriendo emular los juzgamientos esvásticos o los estalinistas del: “No estás conmigo, estás contra mí”.
Qué peligrosos son, y ahí, huyendo de esas hordas, estamos los del centro, los que queremos aguas tibias para tener pensamientos más claros, los que vemos liderazgos acéfalos en esas derechas e izquierdas; los que en la mitad del río buscamos algo de qué agarrarnos para pensar en un país más sensato mientras arden los fuegos de las conciencias diestras y zurdas.
Y nos juzgan y seguiremos bajo la lupa del decir, de parte de ellos, que somos débiles, que no queremos nada, que la patria no nos duele. Entre tanto, no saben que quienes buscamos algo distinto a sus creencias, los vemos a ellos debilitarse, ahogarse en su odio, mientras la patria, esa verdadera que desaprovechamos y atrasamos, a ella sí que le duele. Por ahora, seguimos perdiendo todos…