Dos poetas intempestivos

“Piedad Bonnett y Ramón Cote son contemporáneos porque les incumbe la oscuridad de nuestro tiempo. En su poesía se dan cita los tiempos que fueron un ahora. Son intempestivos porque, precisa Gertrude Stein, “solamente pueden vivir en el presente de su vida diaria”.”: Miguel Ángel Manrique

En una época de tinieblas, la poesía a veces ilumina. En un mundo donde reina la muerte, la poesía actúa, también a veces, de manera intempestiva. Cuando los poderosos se ensañan con los ciudadanos y los ricos se comportan de las formas más mezquinas posibles, hasta con sus padres y hermanos, la poesía es el mejor argumento, como una defensa ante lo pétreo y lo obtuso, porque es leve, irónica e inoportuna.

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Como quien dice adiós a lo perdido, de Ramón Cote, y Explicaciones no pedidas, de Piedad Bonnett, son mis libros preferidos de estos poetas. Los son, así, intuitivamente, porque he explorado cada poema y cada verso: son cantos sobre la fugacidad de la vida, sobre el amor y el tiempo, sobre el dolor y los recuerdos, pero con una visión inesperada de las despedidas y de la muerte. Él es el condenado monarca del reino de los muertos y, ella, la dueña de una casa que ya no tiene puertas ni postigos. Como la mosca, navegan por el aire poseídos por un “mismo pathos”:

Ramón

basta un mínimo descuido para que el tiempo

disperse todo lo que la soledad y el amor han reunido.

Piedad

Prueba de que el vacío también duele.

De que no siempre alivia

amputar lo que daña.

De que lo muerto

puede heder ya y seguir siendo punzada.

Piedad Bonnett y Ramón Cote son contemporáneos porque les incumbe la oscuridad de nuestro tiempo. En su poesía se dan cita los tiempos que fueron un ahora. Son intempestivos porque, precisa Gertrude Stein, “solamente pueden vivir en el presente de su vida diaria”.

En su poesía son importantes los silencios, entre los que se dan cita las palabras para aludir a lo familiar y a lo lejano, a lo presente y a lo extraño:

Piedad

La vieja que hay en ti, la de mil años,

serena el corazón, le cuenta historias,

lo amojama, lo cura con ceniza.

Ramón

Si lo que fuimos es lo que somos

y si lo que nos sucede hoy será lo que seremos,

entonces les pido a las palabras que sean

sólo presente constante, transparencia pura.

Piedad Bonnett fue mi profesora hace treinta años en la universidad. Leímos La tempestad, Hamlet, Macbeth y esa tragedia que le gustaba a Nietzsche, y que me gusta a mí: Julio César (que resume las miserias del poder). A Ramón Cote lo escuché leer, en un festival literario, “Mis contemporáneos (o crisis de identidad tardía)”, que fue un reencuentro con la poesía. Una tarde me enseñó a verla en los tejados mohosos de las casas.

Piedad Bonnett y Ramón Cote son contemporáneos porque han vivido entre dos siglos. ¿Dos tristes siglos? “Pero ¿qué ve quien ve su tiempo, la sonrisa demente de su siglo?”, pregunta Agamben: “Puede llamarse contemporáneo sólo aquel que no se deja cegar por las luces del siglo y es capaz de distinguir en ellas la parte de la sombra, su íntima oscuridad”:

Ramón

Mirando la cara de mis contemporáneos

me extraña que yo aún no tenga

la cara de mis contemporáneos.

Me explico: cuando los veo en las fotografías

que aparecen en los periódicos o en las revistas

veo en ellos ya una resolución facial,

una contextura ósea, un aplomo, un cráneo definido,

pero cuando me miro no me veo así de ajustado,

de propicio, de sereno y seguro como los tiempos mandan.

Piedad

No le digo a mi hermana lo que en su fondo sabe:

que lo que quiere atar allá se queda;

que en su maleta

ya se comienza a derretir la nieve;

que no hay segundos tiempos,

que escribimos historias

con flores disecadas y mariposas muertas

que asfixian con su polen nuestros días.

Estos meses, he aprendido que la única moneda de cambio que vale la pena es la palabra, esa “pobre limosna”; que la poesía es un lenguaje que revela misterios; que me hubiera gustado ser poeta, porque la medida del verso también es la medida del silencio.

Por: Miguel Ángel Manrique / Mi twitter es @miguelmanrique

 

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