Me llevé una silla de una sucursal de mi banco y no sé cómo pasó. Fui a reclamar por unos intereses en mi tarjeta de crédito, cosa que hubiera podido hacer por teléfono desde la casa, pero de las muchas veces que llamé (diez, quince, ¿quién lleva la cuenta?) solo en dos de ellas pude comunicarme, y en ambas ocasiones me dijeron que en ese momento el sistema no permitía revisar o corregir el error. Tengo entendido que mucha gente está así, no solo con los bancos sino con las empresas del servicio al cliente en general, la demanda es tal que las plataformas alternativas no dan abasto.
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Yo tengo tarjeta de crédito por dos razones y ninguna es porque la necesite. La primera es porque el sistema está hecho para que estemos bancarizados, el que no tenga relación con alguna entidad financiera es casi como si no existiera y muchas puertas se le van a cerrar. La segunda es porque con ella acumulo millas y un par de veces al año puedo viajar sin tener que pagar por el pasaje. Entonces como no soy un comprador compulsivo y no me gusta estar endeudado, todo lo pago a una cuota, razón por la cual no había tenido que pagar intereses, hasta ahora.
La diferencia es que ahora el banco aplicó unilateralmente un auxilio a raíz de la emergencia del coronavirus, algo así como el congelamiento de los cobros durante un trimestre para ayudar a sus clientes, ayuda que por cierto nunca solicitamos. Suena muy bonito, pero la impresión como usuario es que disfrazaron de ayuda lo que en realidad es un negocio, porque una vez pasados los tres meses se cobraron los intereses por derecha, cifra que en condiciones normales muchos no hubiéramos tenido que pagar. Les comenté el hecho a algunos amigos y estaban en las mismas, e incluso uno de ellos me dijo que lo habían llamado para ofrecerle la ayuda, que él había dicho que no y que igual se la habían aplicado.
Claro, cuando ves que tus pagos a una cuota no se han aplicado y que te bloquearon la tarjeta te asustas, convencido de que es un error o de que alguien la clonó. Entras a la sucursal virtual, ves la cifra que debes y te asustas más, lees los extractos a ver si entiendes algo, pero todo es tan largo y tan confuso que quedas más desconcertado, de ahí que lo lógico sea llamar a que te expliquen qué pasó. Cuando llamas y no te contestan, te desesperas, y si logras comunicarte y no te saben dar razón, te desesperas aun más, de ahí que ir a una oficina sea la única opción.
Lo malo es que el día que escogí para ir tenía pico y cédula, razón por la que me dijeron que no me podían atender. ¿Ven cómo el sistema nos va acorralando? Hacen negocio con nosotros y cuando pedimos una explicación no nos la dan. Como no estaba dispuesto a volver al día siguiente, me senté en una silla y dije que no me movía de allí hasta que me atendieran, y como no reaccionaron, la cogí de los descansabrazos, la saqué de la sucursal, la arrastré dos cuadras, la dejé tirada en una esquina y regresé a casa sintiéndome el peor de los delincuentes. No sé qué me movió, todo fue cuestión de segundos, en un momento estaba sentado en una silla lleno de impotencia y en el siguiente la estaba arrastrando por la mitad de la calle como un poseído. Era roja de rueditas, lo que facilitó la maniobra. Me hubiera gustado verme porque toda la escena debió ser muy ridícula.
Al final no fue mucho lo que me cobraron de intereses, treintaicinco mil pesos, precisamente porque todo lo pago a una cuota. La cifra parecía mucho mayor, más de doscientos mil, por lo confuso del extracto, y lo que yo pedía era una aclaración y ni eso pude obtener porque en este país el único derecho que tenemos los usuarios es pagar. En este punto ya no sé si me cobraron de más o de menos, si se quedaron con plata que no debían, si es lo justo o si debieron cobrarme de más, y ya no importa, el punto de todo esto es a cuántas personas les habrán cobrado durante esta pandemia por un auxilio que nunca pidieron. Sumando los casos como el mío estamos hablando de una fortuna.
Fue una estupidez hacer lo que hice, pero si lo analizo con cabeza fría, tanto el banco como yo salimos ganando; ellos se quedaron con mi plata y yo boté un poco de adrenalina. Si me hubieran preguntado con anterioridad si estaba dispuesto a pagar treintaicinco mil pesos por llevarme una silla de un banco y arrastrarla por la calle, hubiera respondido que sí sin pensarlo, la vida está tan aburrida que cualquier cosa que rompa la monotonía es bienvenida. La verdad es que no la pasaba tan bien desde el último Estéreo Picnic.