Más cerca de los 50 que de los 40. Sí, es esa sensación en la que cada década que pasa se va rápido, siente uno que no hizo mayor cosa en esta vida y quiere hacer más. Bueno, al menos eso es positivo, más aún con todo lo del virus de por medio. Y nota uno que chapalea ante los años sin ser un viejo y sin estar ya joven. Y muchos lo dicen, a hurtadillas por lo regular, oye uno en su paranoia o realidad, el susurro de ser un viejoven.
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La palabra lo dice con claridad: es ser viejo y creerse joven. Así se lo he oído y leído a un par de “jóvenes”. Lo dicen con desdén: “Ese man es un viejoven”. Es como si de entrada el romper un listón de ciertos años, por lo regular los 40, fuera el edicto para que el pasaporte de ciertas actividades se venciera. Es, incluso, un sesgo y, si me quiero sobreactuar en este texto, diría que hay matoneo, racismo, crueldad, sevicia y resentimiento de ellos –los de menos años– con nosotros, los que rompimos el listón que indica que saliste de una etapa y entraste a otra; esto, sin osar mirar hacia atrás y tratar de hacer lo que, en unos códigos que no conozco, pero flotan por ahí, está.
Cada quién lidia lo de la edad como le venga en gana. A mí, por ejemplo, el tema a veces me estresa. Que «¿cuántos años tienes?» es una pregunta que remueve mi ego. Sí, seré tonto, pero es mi tontería. Creo que me pasa no por complejo, no por sentirme inferior o menos competitivo, me ocurre porque soy muy pasional y competitivo, no concibo una vida sin tener pasión por algo, es más, desconfío de los que no sienten pasión por nada, de los insípidos, esos hasta peligrosos son. Siento también que siempre en las etapas de mi vida he querido vivir con intensidad. Y, obviamente, hay vanidad, quiero verme bien y no sentirme minimizado por los años.
Eso sí, no caigo en la fantochada de querer ser joven viviendo con las modas, formas y estilos de los jóvenes. No, y creo que ahí hay una clave. Un viejo queriendo ser como un joven es ridículo, pero un tipo que mantiene sus principios, sus gustos (llámelo moda, música y demás), sus relaciones interpersonales y, en sí, su personalidad con energía, alegría y el ser auténtico, no chilla, antes da ejemplo.
Perder la esencia es lo que me mortifica. Tratar de encontrarla ya en estos años, eso sí me parece patético y te lleva a yerros y loberías. Mantener con altura lo que te forjó, por ahí es. Asumir lo nuevo, desechar y aceptar lo que de eso parezca bien o no, es válido. Pero estar con la duda del «¿de qué estoy hecho?», eso es peor que ser viejoven o no.
Soy viejoven. Sigo amando mis pasiones, me gusta establecer vínculos, relaciones con gente más joven y me entiendo bien con ellos. Me gusta rockear, beber cerveza, tertuliar, usar mis camisetas de rock, de Star Wars, vivir la vida con la frente en alto, respetar a los mayores, hacer ejercicio, tatuarme con la certeza de lo que de verdad quiero en mi piel, nutrirme de lo nuevo en tecnología, adaptarme, mantener el espíritu de lucha y no el facilismo; en sí, tener personalidad para seguir adelante.
Hay viejóvenes de viejóvenes. Unos no llevan la calvicie con dignidad, otros se visten como flacos cuando son gordos, otros le apuntan a lo de ahora cuando tampoco les queda, otros bailan reguetón aunque no les guste, hay los que buscan amor en corazones de 20 años cuando hay que meterle un poco de sensatez e irse hacia mujeres de 33 para arriba –eso sí, si te paran bolas, pues bienvenido sea–; otros, entre tanto, se llenan las muñecas de pulseras o falsean su léxico. Esos a veces nos hacen quedar mal y no lo digo por ser el “santo grial” de esta vaina, repito, le temo a la vejez, a los años mal llevados y vividos.
Veo a quienes con soberbia nos dicen viejoven. A veces me preocupa su facilismo para la vida, el querer ser generales sin saber ser soldados, su poca humildad y humanidad, rumeando su misma amargura. Conozco muchos pelaos así. A esos los veo muy “jovejetes”, pero de ese término hablamos después.