Columnas

Uribe y Claudia

El paternalismo estatal es una de las formas preferidas del populismo para hacerle creer al ciudadano que su gobernante es quien lo cuida y que, por lo tanto, debe permitir que le limiten sus derechos individuales en aras de esa protección. De ahí la tendencia, en regímenes democráticos pero populistas y en dictaduras, a imponer normas de excesiva autoridad o amparo que son similares a las que la tradición familiar les ha asignado a los padres. Se le dice al individuo que la reducción de libertades y su menor autonomía, y las de su grupo social, son necesarias por su propia seguridad pues si disponen de mayor independencia y emancipación, pueden hacerse daño. “Y eso no lo voy a permitir”, le dice con todo indulgente y magnánimo el amabilísimo gobernante.

En el año 2002 Colombia eligió como Presidente, y luego reeligió pese a haber cambiado la Constitución en interés propio, a quien le ofrecía esa visión paternalista, protectora y dura para enfrentar los grandes desafíos de la guerrilla. La fijación de Uribe por hacer el papel del pater familias de toda la Nación era correspondida por la inmensa mayoría del país, que se sentía más segura con alguien de ese talante al mando. No importaba que, para ello, Uribe intentara normas de orden público radicales, como aquella de establecer discriminatorias “zonas rojas” o la de darles funciones de Policía Judicial a las Fuerzas Militares o permitirles allanar e interceptar sin orden judicial. También, se materializaba en un primer mandatario que llamaba a las 5 de la mañana al alcalde o al comandante de policía de cualquier pueblo, a reclamarle y a ofrecerle apoyo por una calle que no se había pavimentado o la falta de acción sobre algún grupo delincuencial.

Hoy, Uribe es percibido por buena parte de esos que le aplaudían hace 15 años o menos como un “asesino, paramilitar y matarife”.

Lo sorprendente es que el alter ego del paternalismo de Uribe ha surgido de un lado inesperado: de una centroizquierda que lo combatió fuertemente e incluso por poco lo derrota en 2010 (con Mockus) cuando el “padre putativo de la Nación” señalaba a su sucesor (Santos). El nuevo orden paternal es ahora maternal, Claudia Nayibe López Hernández, la más ascendente figura política del momento. Como las Farc en 2002 a Uribe, la pandemia en 2020 le abrió a Claudia el escenario perfecto para su “gesta heroica”.

Cerró la ciudad casi por completo antes de cualquier medida nacional y no la quiere abrir, extremó los controles, anunció multas y sanciones, regaña todos los días, pelea con cualquiera, del Presidente hacia abajo; circula con un megáfono, colgada de un carro como ayudante de bus, mandando a la gente a recluirse en sus casas; declara zonas de la ciudad como “guetos” y les echa la culpa a sus habitantes cual niños desaplicados; arma una aplicación de internet para que, si vamos a salir, le digamos quiénes somos, a dónde, cuándo, con quién nos vamos a encontrar y por qué (mi mamá me preguntaba menos)…

Pero, y ahí viene la gran actitud maternal, nos dice que todo eso es porque nos está “salvando las vidas”, que todo es por nuestro bien, que ella es la madre protectora; ante el Congreso en debate promete arrullarnos: “Yo tengo a cargo el cuidado de ocho millones de personas y no las voy a dejar tiradas… porque la vida de esos ocho millones de personas no me las va a feriar sacándolos a la calle a la brava…”. Y la masa aplaude frenética, pide más encerramiento, más multas, más sanciones y rejo para el que “no haga caso”.

La galería emocionada permite que le corten su libertad, que lo aíslen en su casa, que “hasta que haya vacuna” no podremos volver a tener una vida. “Es por nuestro bienestar” se dicen unos a otros, se mienten embrujados por este nuevo autoritarismo disfrazado de protección.

Melquisedec Torres

Periodista y abogado

@Melquisedec70

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