Opinión

Héctor Polanía Sánchez

“Contarles, por ejemplo que, en los años 80, fue uno de los grandes oradores del Congreso de la República; recio, de vasta cultura, aplomado y tan frentero que fue hasta Casa Verde, en La Uribe, Meta, el santuario de las FARC, a decirles en su cara que se oponía al proceso de paz que adelantaba su copartidario conservador Belisario Betancur. Parece que 17 años después las FARC no olvidaron la afrenta”: Melquisedec Torres

La historia de nuestras regiones (la “provincia” que llaman los centralistas bogotanos), no la hacen generalmente los presidentes de la República sino sus particulares líderes.

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La mayoría de los lectores quizá no tengan mayor idea de Héctor Polanía Sánchez.

Contarles, por ejemplo que, en los años 80, fue uno de los grandes oradores del Congreso de la República; recio, de vasta cultura, aplomado y tan frentero que fue hasta Casa Verde, en La Uribe, Meta, el santuario de las FARC, a decirles en su cara que se oponía al proceso de paz que adelantaba su copartidario conservador Belisario Betancur. Parece que 17 años después las FARC no olvidaron la afrenta.

Para Pitalito y el Huila es de los grandes de su historia, al lado de La Gaitana, José Eustasio Rivera, Reynaldo Matiz, Jorge Villamil, Misael Pastrana y José María Rojas Garrido.

Es el autor intelectual y político de las obras públicas de mayor relevancia que se han construido en esa región surcolombiana. La visión de Pitalito (hoy mayor productor de café del país), la arqueología monumental de San Agustín arqueológico hacia el mundo, y su vertical personalidad son su mayor legado.

Fue asesinado por sicarios de las FARC el 01 de mayo de 2001 allí en Pitalito cuando se desplazaba, ya retirado de la vida pública, en su viejo campero Land Rover, acompañado de sus perros dálmata y dos indefensos escoltas hacia su finca Pompeya, a pocos kilómetros de la zona urbana. Pocos días antes había sido el primer relevante líder político huilense en anunciar su respaldo a la naciente candidatura a la Presidencia del exgobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez.

Once meses antes había sufrido un corto secuestro en la misma vía, del cual resultó asesinado uno de sus escoltas.
Estos dos crímenes gozan de la más oprobiosa impunidad.

Fue Senador de la República desde 1978 hasta 1991 cuando la Asamblea Nacional Constituyente cerró el Congreso.

Gobernador del Huila entre 1971 y 1974, uno de los períodos más fructíferos para el desarrollo del departamento. Alcalde de Pitalito en los 60.

Su ancha perspectiva de mundo le abrió la amistad de grandes figuras del arte como los maestros poetas León de Greiff y Eduardo Carranza; de los hermanos Pío y Ricardo Baroja, del gran maestro ecuatoriano Guayasamín, de Fernando Botero, Lucy Tejada Sáenz y Alejandro Obregón; de Antoni Tàpies, Joan Miró y Rafael Alberti, entre otros.

Visionario como pocos en esta tierra de promisión casi eterna, dueño de una vasta cultura que aún hoy se puede palpar en el amplio corredor de la casona donde funcionó en AM por más de cuarenta años la emisora Radio Sur – fundada por su cuñado, el médico Manuel Castro, su hermana Fanny y por él mismo – aplomado, frontal en sus convicciones, impertérrito ante el peligro.

POLANÍA Y SUS ASESINOS

Una de sus más impactantes intervenciones se produjo durante el gobierno de Belisario Betancur, en 1984 cuando – tanto en el Congreso como ante las mismas Farc en las montañas de La Uribe (ver foto 1) – se opuso sin ambages al proceso de paz que adelantaba el Presidente antioqueño. Su discurso así en el Capitolio es pieza histórica invaluable. Para Polanía Sánchez era inconcebible que el gobierno tendiera la mano y ofreciera diálogo mientras los movimientos subversivos (M19, Farc y ELN), continuaran asesinando y secuestrando. Esa abierta oposición no se la perdonaron las Farc y le costaría la vida 17 años después.

El 10 de mayo de 1985 como Vicepresidente del Senado, en un evento en el Club Social de Neiva, ratificó sus palabras:

«Venciendo profundas repugnancias morales, hasta el punto de ir a los cuarteles generales de la principal organización guerrillera, a servir de testigos de su conversión en movimiento político desarmado.
(…)
Pero lo que resulta inaceptable… que se pretenda ejercer la actividad política pero con las armas en la mano… para infundir terror en las audiencias simultáneamente con la exposición de sus criterios partidistas y que paralelamente continúen su actividad delictiva con secuestros, extorsiones, amenazas, invasiones, asesinatos y toda suerte de agresiones contra las personas, sus bienes y los más elementales derechos humanos».

En el mismo discurso, sintetizó lo que fue su papel como líder del Huila:

«Cuando tuve el honor de gobernar a mi departamento, hablé a los huilenses para invitarlos a empresas transformadoras de nuestro medio y nuestra vida, a crear una mística del desarrollo, adquirir una clara y alta noción de las posibilidades del Huila para lograr una presencia en la Nación menos precaria que la que teníamos entonces.

Trataba de potenciar el orgullo de mi departamento para que conquistara un peso específico en la economía y la cultura nacionales. Siempre he esperado más del orgullo que de la humildad. Más del entusiasmo que de la discreción, porque estas son las virtudes de la vida ascendente que prefería Nietzsche».
Héctor Polanía Sánchez nació el 30 de diciembre de 1925.

Entre 1945 y 1955 vivió en Bogotá, donde obtuvo su grado de bachiller del Colegio de San Bartolomé, para luego iniciar estudios de Derecho en la Universidad Javeriana, que abandonó para estudiar Arquitectura en la Universidad Nacional.

Luego trabajó como periodista en el Diario de Colombia, de propiedad de su gran jefe y mentor, el «mariscal» Gilberto Alzate Avendaño. Allí se desempeñó como reportero y editor político.

Cuando Alzate fue nombrado Embajador en España, en 1955, Polanía lo acompañó como Primer Secretario. En Europa estuvo hasta 1960; luego de su paso por la Embajada estudió Dirección y Producción de Cine en París.

Lo mataron por sus convicciones, por su verticalidad. Lo mataron porque sus asesinos no soportaban, ni soportan, a quienes les plantan cara con la inteligencia y la valentía, y no con armas.

 

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