Pocas especies de la naturaleza son tan frágiles como el homo sapiens. Nuestras posibilidades de sobrevivir son muy bajas, aún antes de nacer; nuestras madres están en constante riesgo mientras nos desarrollamos en su vientre, el mismo o mayor del que nosotros tendremos cuando salgamos. Acciones de la vida diaria que la mayoría de especies del reino animal sortean sin dificultad, nos representan a los humanos una alta dificultad y peligro: correr, saltar, comer, tomar un vehículo, beber, cruzar una calle, soportar un aguacero, tener sexo, el frío o el calor e incluso interactuar con otros humanos son tareas que implican algo o mucho nivel de riesgo, en algunos casos mortal.
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El coronavirus Covid19 es un riesgo más, uno de los miles que enfrentamos en el día a día. Pasada la pandemia de pánico, o desde ya, habrá que convivir con esa contingencia; ese será el próximo camino después de la cuarentena.
¿O hay otro acaso?
Con vacuna o sin ella, el virus – como el dinosaurio de Monterroso – estará ahí; como muchos otros virus, bacterias y peligros que nos siguen asolando, nos acechan y nos matan desde hace miles de años, pese a los enormes avances de la ciencia y la tecnología. Además de que no hay alternativa, en esas hemos estado siempre, sobreviviendo.
El riesgo es que quieras vivir.
Ese fue el origen de los seguros, una de los sectores especulativos más rentables del mundo, que nació hace unos 4 mil años en el Código de Hammurabi y en los negocios de los mercaderes chinos, que se cubrían unos a otros en los viajes marinos, es decir se amparaba el riesgo de que la carga no llegara. Hoy se ampara cualquier cosa, desde un crédito bancario hasta los glúteos de Jennifer López o las piernas de Cristiano Ronaldo. Pero lo que más suele asociar la gente en este mercado es el “seguro de vida” que, en el fondo, es un seguro ante la muerte; es de vida, pero para los herederos.
Nuestra vulnerabilidad es tan evidente; nos puede matar desde la picadura de un minúsculo mosquito hasta la mordedura de una serpiente o las garras de un león; un enjambre de abejas, un vehículo sin frenos, resbalar en el borde de la escalera de la casa o de una piscina, enredarme en la bufanda, asfixiarme con el gas domiciliario o recibir una viga de un edificio en construcción en la calle.
Los accidentes son considerados como «la epidemia del siglo XX»; son la primera causa de muerte en el mundo en las edades entre 1 y 14 años. Sin contar los de tránsito, el resto de accidentes provocaron 3.075 muertes en Colombia en el año 2018, según datos de Medicina Legal; en 2017 fueron 3.514 casos. Algunas muertes de la historia parecen absurdas, pero suelen ocurrir aún: el papa Adriana IV murió atragantado con una mosca, al dramaturgo griego Esquilo lo mató una tortuga que se le soltó a un águila, Maximiliano de Austria se indigestó con melones y la gran bailarina Isadora Duncan falleció tras enredarse su bufanda en las ruedas de un coche.
Curiosamente, por cada mujer que muere por esta causa en Colombia, fallecen cuatro hombres. Más de la tercera parte de esos accidentes mortales (1.131) ocurrieron en las viviendas y el resto en más de 90 lugares como piscinas, ríos, montañas, minas, oficinas, iglesias, estaciones de gasolina, fábricas, moteles, asilos, colegios, talleres, centros comerciales, bosques y fincas, entre otros. “Quédate en casa”, dicen las campañas estos días; pues la casa, en cuanto a accidentes, es el lugar más inseguro.
El 80% de los casos ocurre por golpes en la cabeza o en el tórax, o heridas imprevistas por armas como cuchillos, y por asfixia.
A su vez, en el 2018 hubo 46.416 lesiones por accidentes de transporte en el país; murieron 6.879 personas; en el mundo la cifra anual es de más de 1 millón 300 mil cadáveres. Es la primera causa de muerte en las edades de 15 a 29 años. Y se repite la proporción: por cada mujer mueren cuatro hombres en las vías. Conducir un vehículo, con o sin motor, ir como pasajero o estar en su camino es una actividad de muy alto riesgo. Sin embargo, el mundo no deja de moverse por ello, no se cierra ni se paraliza y ni siquiera se considera prohibir los carros o maniatar a los conductores. Se asume, como en el resto de actividades de la vida diaria, que son un riesgo aceptable y que todos debemos enfrentarlos. Y que seguirán muriendo miles por ello. A favor de las compañías de seguros habría que decir que su negocio es que no nos accidentemos… pero si nos accidentamos y ellas deben pagar, la siguiente póliza será más cara. No dudo de que ya estén calculando el costo del seguro por el coronavirus.
Somos tan frágiles, tan frágiles (parafraseando al poeta Barba Jacob) que el resto de la naturaleza seguramente nos mira con lástima. Millones de animales vuelan poderosamente y por miles de kilómetros, otros corren al doble o más de velocidad que el mejor atleta humano, unos cargan hasta 70 veces su peso, algunos logran dormir por meses sin comer ni tomar agua, otros tienen garras tan fuertes que destrozan animales mayores a su peso. Y unos viven tanto tiempo que el más longevo de nosotros sería su tataranieto. Pero ahí vamos.
Sí, el único riesgo es que vivas. Con o sin virus, habrá que seguir tratando de existir. O de coexistir si no podemos erradicarlo. En esas andamos hace miles de años.
“Un barco en el puerto es seguro, pero no es para eso para lo que se construyen las naves”. Lo dijo la científica Grace Murray, creadora del lenguaje informático COBOL.
Estar encerrados es seguro ¿o tal vez no? Pero no es para eso que vinimos al mundo.
Melquisedec Torres
Periodista y abogado
@Melquisedec70