El video es simplemente fantástico: en Crónica TV -medio de comunicación argentino muy emparentado con el periodismo judicial desde sus páginas impresas y que en tiempos de internet siempre está al borde con sus ingeniosos titulares- una periodista a la que le fue asignado cubrir deportes cuenta, mientras observa su teléfono celular que podría haber un remezón en el fútbol argentino. De acuerdo a la versión de la presentadora, en su país se estaría evaluando volver a las canchas pero con algunas salvedades: regresarían los partidos sin público -que no es ninguna novedad pensando en esa angurria dirigencial de poner a funcionar SU negocio- pero lo que siguió fue realmente maravilloso porque además, de acuerdo al celular de la periodista, se sacarían del mercado los tiros libres y los tiros de esquina para evitar aglomeraciones.
PUBLICIDAD
De inmediato otro periodista que está en el plató pega el brinco y dice, entre sorprendido y risueño, que cómo se va a jugar fútbol sin dos elementos que son vitales en el juego. La periodista, ya algo nerviosa, pensando en que seguro alguien le jugó una mala pasada porque parece inverosímil imaginar semejante escenario, trata de llevar la discusión a lo etéreo.
Y me puse a pensar en esa posibilidad: la de un fútbol que no contara con dos de sus elementos vitales. Se acabarían leyendas como la que contaba algún exfutbolista sobre las tácticas usadas en los tiros de esquina para repeler el cabezazo de un rival. Me contaba este exjugador que Osvaldo Redondo, recio defensa que anduvo por Santa Fe entre otros clubes, dedicaba un prudencial tiempo para afilar la uña de su dedo meñique. Parte del ritual de Redondo, de acuerdo a esa versión, era la de ir limando poco a poco esa uña de su mano derecha, que era significativamente más larga que las de sus otros dedos y con la que podía cortar cables tensores de acero. Con ese pedacito de filo dejaba a los adversarios con cortes en la cara y chuzones abdominales de gran envergadura cada vez que algún rival se concentraba en buscar el cabezazo y miraba fijamente el balón. Ahí llegaba el chuzón de Osvaldo. Decían que Estudiantes de la Plata hacía lo mismo con alfileres y Amadeo Carrizo -recientemente fallecido- decía que los rivales aprovechaban los tumultos para tomar algo de tierra y echársela en la cara a los porteros para hacerles perder la visión temporalmente y vencerlos en inferioridad de condiciones. Ni hablar de otras provocaciones aún más fuertes, como la de Michel a Valderrama en aquel inolvidable Real Madrid-Valladolid del 91.
Y los tiros libres: porque no solamente son los envíos directos implacables -como los de Carlos Rendón, por ejemplo, Jorge Aravena o Jorge Ramoa (por no decirles Ronaldinho, Messi o Cristiano)-. O los bombazos que dejaron groggy a varios, como aquel que recibió el escocés McLeod de parte de Branco en un Brasil-Escocia del Mundial del 90 que lo dejó medio en la lona por casi cuatro meses por un desequilibrio producido en su oído, por cuenta del taponazo. Tampoco habríamos disfrutado de joyas de laboratorio como el tanto de Brolin a Rumania en el 94 o el de Zanetti a Inglaterra en el 98 o exquisiteces como la de Juan Fer Quintero frente a Japón.
Ahora, a veces dudo si la periodista de Crónica TV fue engañada o si es, en efecto, una idea real. Es que de la dirigencia todo se puede esperar. En especial esta clase de iniciativas.