Opinión

El show de los graduados

¿Vieron a los estudiantes de la Universidad del Norte en Barranquilla llorando porque por culpa del coronavirus no les pudieron hacer ceremonia de graduación cuando ya tenían la pinta lista? Así es esa ciudad desde el comienzo de los tiempos, posuda y esnob. Y es donde nací, crecí y a donde vuelvo cada tanto porque la quiero; allá están mi familia y mis amigos de la infancia, que son los que quedan para toda a vida, pero Dios mío, que vocación para banalizar todo.

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Nada de lo que vi en la nota del noticiero me sorprendió, todo muy a la costumbre colombiana, debatiéndose entre lo ridículo y lo chistoso. Primero, porque no sé qué tan serio sea convertir un hecho tan banal una noticia nacional, y segundo, porque quien no entiende razones y llora en medio de una pandemia porque los papás no van a poder oír su nombre mientras recibe un cartón universitario es haber estudiado por las razones equivocadas. O sea, no sobra celebrar los logros, pero los motivos para estudiar son otros, económicos, intelectuales y sociales, todos más importantes que montar un show. Es como casarse no porque se ama a alguien y se quiere compartir el resto de la vida con esa persona, sino para cumplir el sueño de vestirse de blanco frente a quinientos invitados que aplaudan y lloren cuando los vean darse el primer beso.

A ser así en Barranquilla se le llama ser ‘Espantajopo’, una persona que vive de las apariencias, y esa ciudad está llena de espantajopos, empezando por quien les escribe. No siempre, pero a ratos se me sale, y es obvio, si ser barranquillero es una condición que te define para el resto de la vida así no lo quieras. A una de las estudiantes de esta historia la ubicaron en Twitter y se la empezaron a montar, por lo que terminó poniendo su cuenta privada, que es lo que se hace en estos días: la cagues, o no, se te va a venir encima la comunidad digital, así que lo mejor es ponerle candado a tu perfil hasta que pase el aguacero con un escándalo nuevo.

El punto con todo esto del coronavirus es que te da risa y miedo a la vez. O sea, te burlas de este tipo de episodios, luego te preocupas porque es una amenaza real que puede cambiar nuestra forma de vida, luego vuelves a reírte porque alguien compartió un meme y de ahí pasas a la indignación por la forma en que estamos manejando esto, desde los gobiernos hasta la gente del común.

El otro día en algún Pricesmart del mundo hubo un ataque de pánico y arrasaron con todo, hecho que fue registrado también en redes sociales. No sé si habrá ocurrido en el de Barranquilla, pero ir a Pricesmart y comprar de más es muy barranquillero también, una ciudad de la que muchos dicen que es igual a Miami. Será por lo superficial y por la cantidad de gordos que viven en ella, porque yo conozco ambos lugares y la verdad es que ni en las curvas se parecen. Nuevamente pensarán que no me gusta Barranquilla, pero nada más alejado de la realidad; es indescriptible la felicidad que me da ir y recorrer sus calles, lo que no quiere decir que no pueda señalar las cosas que no me gustan de ella.

La historia de los grados de la Norte terminó en anécdota y al final todos recibieron el diploma en la comodidad de sus hogares. Muchos subieron fotos y videos a sus redes sociales para dejar registrado el momento, y mientras los espectadores chismoseaban las casas de los nuevos profesionales, yo pensaba que los protocolos de salud eran mínimos. Con tanta tocadera, abrazadera, hechura de videos y tanto show, mejor hubieran hecho la ceremonia y así hubieran evitado el drama y la sobreexposición. Lo único cierto es que todos ellos están listos para afrontar la vida laboral y dentro de muy poco van a empezar a descubrir que es una porquería. Bienvenidos a la realidad.

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