Hace unos días escuché la canción de Residente, quien la tituló con su nombre: RENÉ. No sabía en realidad qué me iba a encontrar y por qué razón la llamó de esa forma; por un instante, en la primera parte de la canción, me identifiqué con lo que por años he guardado y he hecho mantra para tratar de evitar que pase a cosas más graves.
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Recordé mi niñez. Era la mejor para un niño que aprendía a vivir, quería ser médico, arquitecto y desde siempre he odiado el fútbol, no es lo mío. Mis padres se separaron y decidimos irnos a vivir al municipio de Soacha, allí mamá estaba pagando una casa de tres pisos, hermosa, era una mansión para mí. Allí hice mi bachillerato, allí perdí a un confidente en un accidente de tránsito, él me salvó y aún recuerdo a Michael, mi mejor amigo de infancia, aún siento su partida cada abril, no es fácil crecer sabiendo que vi morir a una persona que quería ser astronauta y a quien le conté mis mil y un secretos, aún se los cuento cuando todo está en silencio, cuando voy en algún viaje y veo al infinito, allí puedo tener un espacio para contarle mis problemas.
Años después, mamá no tuvo más como pagar la casa. Cuando llegamos con mis hermanos luego de estudiar, no había nada: la sala, los muebles, el televisor, la nevera, los cuadros, todo lo había embargado el banco, sólo nos quedaron las camas y un pino que creció hasta el último piso. Mamá había tenido a mi hermana menor hacía muy poco y allí, al lado del lindo pino, la vi llorar a ella, en silencio. Sus sueños se habían derrumbado, pero ella es fuerte y sacó adelante a sus cuatro hijos.
Como el ave fénix, renacimos de las cenizas, cuando nadie lo creía fuimos fuertes. Mamá, luego de trabajar en la Defensa Civil, tuvo que aprender a coser, se pinchó los dedos varias veces con los alfileres, allí logró junto con mi padrastro crear un taller de confecciones. Poco a poco fueron comprando las cosas, poco a poco alquilaron una bodega que estaba en obra negra, ahorraron para que siguiéramos estudiando, para comprar la casa. Terminé mis estudios y mis sueños habían cambiado, la arquitectura me gustaba, pero la electricidad la detesto, por eso no quise estudiar. Un día llegué y le dije a mamá: “quiero ser periodista”; por esos días habían asesinado a uno y la reacción de ella fue: “Si pago su estudio, no tenemos para comer, para terminar el estudio de sus hermanos. Hijo, no puedo”. Allí tomé la decisión de emprender mi camino, golpeé cientos de puertas, muchas solo se asomaban y otras se cerraban en la cara; lavé perros, repartí volantes en campañas políticas, caminé cientos de calles en la ciudad.
Un día se abrió la puerta al mundo de la radio y me gustó; aprendí de manera empírica todo lo que en una universidad podrían enseñar. Pasé de ser Camilo (como me llaman en mi casa), a ser conocido como Andrés Hernández. Desde muy pequeño mi familia sabe de mi sexualidad, es algo por lo cual estoy orgulloso, feliz, jamás me dejaría achicopalar cuando se hable de mi gusto por otro hombre, eso me ha llevado a generar un activismo en pro de los derechos de la población LGBTI.
Pasé por Caracol Radio y luego estuve cerca de cuatro años en RCN Radio, al lado de Yolanda Ruiz. Trabajé y dejé en esa casa radial todo lo mejor de mí, transmití episodios como el cese al fuego bilateral, la santificación de papa Juan Pablo II, el traslado de leones al África, el desalojo del Bronx entre muchas otras noticias con las que amanecieron los colombianos escuchando mis informes, crónicas y las varias opiniones en el programa de Julián Parra, cuando eran los San Fermines.
Por un tiempo entré en depresión. El trabajo, la dura jornada (era de noche) y una cardiopatía heredada me cobraron factura; estuve más de dos semanas incapacitado por un episodio de estrés y depresión, preferí dar un paso al costado en el mundo del periodismo y emprender nuevos rumbos. Eso sí, fui feliz, la radio me hizo feliz.
Me fui como independiente, no me fue muy bien, no hay muchas oportunidades, y fracasé en el intento. En ese entonces rompí con mi pareja y me quedó solo mi mascota, que fue una forma de cambiar la rutina. Perdí parte de cabello y pensaba en mil cosas. Siempre he tenido el apoyo de mis abuelos, son personas incondicionales, siempre están allí para cuando los necesito, jamás dicen no, ellos buscan soluciones a los problemas y siempre que vaya a casa de ellos, mi abuela tendrá una taza de café o té acompañada de una sonrisa para ser feliz.
Regresé a la política al lado de Gustavo Petro (de quien aprendo a diario) pero no sabía que esto me llevaría a exponer a mi familia, nunca me imaginé que a mi papá, un pensionado que solo vive por sacar adelante a mi hermana menor (la pequeña que queda de ocho hermanos), atentaran a su vida por buscar que me quedara en silencio. Las distintas amenazas han hecho que en cierta forma afecten a mi familia.
Todo eso hace que uno entre en depresión. Llegué a un punto de querer retirarme de mis labores, hasta que un día nació Gael, mi sobrino. Fue como un rayo de sol en medio de la tormenta, su llegada me enseñó que primero debe estar la familia, el bienestar de uno mismo; su sonrisa es un bálsamo de vida, allí prometí no desfallecer y seguir buscando un cambio en el país para él.
La forma en que superé estos duros episodios fue aprendiendo a respirar, cambie el café por el té, volví al gimnasio y ahora dialogo más con Michael, aprendí a siempre sonreír así los días estén grises, a hablar para no guardar nada y contar hasta tres antes de tomar una decisión.
La depresión y el estrés no son algo que debamos tomar a la ligera, siempre que tengamos estos episodios busquemos hablar con alguien, tampoco podemos llamar loco a alguien que pasa por esto, porque usted no sabe cuándo lo experimentará.
Todos tenemos una historia y la vida es un fragmento sin fin. Gracias.
@AndresCamiloHR