Cuando yo era niño (eso sucedió por allá en los muy lejanos años 60) uno de los pasatiempos predilectos cuando uno andaba por las calles de la ciudad en carro o en el bus del colegio era contar Volkswagens. En trayectos de una hora de duración era posible llegar a contar hasta 100 escarabajos (así se les conoce) y el juego por lo general terminaba por físico agotamiento.
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El escarabajo Volkswagen, creado en 1938 durante el auge del “reich que duraría mil años”, llegó a los almacenes bogotanos en 1952, aunque ya desde finales de los años 40 se vieron algunos pocos en las calles de la ciudad. Por lo general se trataba de vehículos que pertenecían a funcionarios de embajadas. El escarabajo tuvo que ganarse a pulso su prestigio en una ciudad acostumbrada a los enormes modelos que producían las marcas de Detroit y otras ciudades cercanas como Ford, Chevrolet, Plymouth, Oldsmobile, Packard, Pontiac, Studebaker… Era mucho más barato, pero esto al comienzo no fue una ventaja sino un obstáculo. Como señala Rodrigo Kurmen, miembro del Volkswagen Club de Colombia en un texto que publicó en 2010, en 1952 un escarabajo costaba 2.500 pesos mientras que un Ford Fairlane salía en 16.000 y esta diferencia de precio generaba desconfianza a sus potenciales compradores.
En medio de estas portentosas naves con motores mucho más potentes y alerones cromados debían circular los tímidos escarabajos que encontraban algún consuelo cuando se cruzaban con un Fiat, un Opel Kadett, un Renault Dauphine o un Ford Taunus. Sin embargo, por tratarse de vehículos de bajo consumo de combustible y versátiles en una ciudad cada vez más congestionada, los escarabajos Volkswagen comenzaron a ganarse el aprecio de los bogotanos.
Sin embargo, la llegada al mercado de modelos económicos ensamblados en el país como el Renault 4 y el Simca 1000 comenzaron a desplazarlo. La apertura económica amplió la oferta de automóviles en la ciudad y, que yo recuerde -puedo estar equivocado-, toparse uno en los años 90 era casi un milagro.
El hecho es que el escarabajo se negó a abandonar las calles de la ciudad. Hoy día me parece verlos en todas partes. Percibo que se han multiplicado. O que han salido de garajes y bodegas donde estuvieron guardados durante años para volver a recorrer las calles de la ciudad. Puede ser una percepción mía debida a que en los últimos 10 años le he prestado atención a su presencia en las calles y durante varios años me dediqué a tomarles fotos. También puede ser que estos carros se hacen notar en una época en que la gran mayoría de los carros son casi idénticos. El escarabajo no es igual a ninguno. Y da mucho gusto encontrarlos andando o parqueados en cualquier calle, en cualquier garaje de Bogotá.