De Buenos Aires, un barrio humilde del suroccidente de Barranquilla, a las esferas del poder nacional. La vida de la exsenadora Aída Merlano Rebolledo es la historia de un cuento de hadas sin final feliz, la de una joven hermosa que, a los 15 años, aprendió a mover los hilos oscuros del poder regional a través de uno de los clanes políticos más poderosos del país, convirtiéndola, en 2011, en la asambleísta con la mayor votación del departamento del Atlántico. Este triunfo “democrático” le permitió proyectar su imagen más allá de los límites del populoso barrio en el que creció, más allá de la avenida Murillo con carrera cuarta, pues algunos medios de comunicación dieron cuenta del nacimiento de una cenicienta que, a diferencia del personaje del relato folclórico, mil veces adaptado por Disney y la poderosa industria cinematográfica hollywoodense, no perdió la zapatilla, sino que encontró su horma.
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Su padre, Domingo Merlano, era lo que en el argot popular barranquillero denominan “mochilero”, un hombre que conocía a la perfección el tejemaneje de esos lazos intrincados y oscuros del quehacer político de la ciudad. Es decir, un líder barrial al servicio del poder, el puente que comunicaba a su comunidad con los dignatarios, que les organizaba reuniones en tiempos de comicios y les tendía el pliego de necesidades, más particulares que colectivas.
Desde muy niña, la futura congresista no solo entendió a la perfección la mecánica del juego político en un espacio donde todo faltaba, sino que empezó a verle el lado positivo. Fue así como se le encendió el bombillo de la imaginación y empezó a tejer los lazos creativos con los que se ganó la admiración y respeto de sus vecinos. Quienes la conocieron por entonces, recuerdan a una chica que organizaba fiestas, rifas y vendía mercados para conseguir dinero para la compra de los regalos de los niños más necesitados de su cuadra en días previos a la Navidad. Esa misma estrategia la puso de manifiesto en la escuela donde cursaba bachillerato, convirtiéndola en una líder natural, capaz de convencer a medio mundo de la importancia de su causa.
Así la recuerda Emperatriz Ahumada, una mujer muy cercana a la familia Merlano Rebolledo que, durante varios años, fungió como su “cuidadora”. En una entrevista concedida para el diario barranquillero El Heraldo (06/10/2019), poco después del alboroto que produjo su captura y posterior juzgamiento por los delitos electorales que llevó a la Sala de Juzgamiento de la Corte Suprema de Justicia condenarla a 15 años, aseguró que “(…) desde muy pequeña mostró su capacidad de liderazgo, su facilidad para hablar y su disposición de ayudar a los demás. Era muy creativa y se inventaba muchas cosas para conseguir recursos para que los pelaos del barrio tuvieran juguetes en Navidad”.
Su padre fue su inspiración. El viejo Domingo era lo que en términos retóricos se denomina “un tigre”. Ella heredó el rugido y, por supuesto, las rayas. A los 15 años se convirtió en la “cargaladrillos” de los hermanos Roberto y Julio Gerlein, los pilares de esa casa política que en la Costa Atlántico es conocida como el Clan Gerlein. Los cercanos a Aída recuerdan que, más allá de su activismo, estaba su ambición: quería llegar lejos y soñaba con ocupar un cargo en las altas esferas del poder político.
Carisma para llamar la atención le sobraba, al menos eso asegura Emperatriz Ahumada y uno de los vecinos de La Unión, el barrio donde se fue vivir a los 19 años, después de contraer matrimonio con un taxista con el que tuvo dos hijos. Se trazó objetivos concretos. Y a todo el que se encontraba en el camino le decía que iba a ser diputada, pero que su meta era convertirse en congresista. Fue ahí donde entró la mano de los todopoderosos Roberto y Julio Gerlein. Aída había hecho bien la tarea durante años, que consistía en llevar a cabo el trabajo sucio: lograr que los habitantes de la gran mayoría de los barrios pobres del sur de la ciudad comprometieran su voto con la casa política para la que trabajaba. Cuenta una de sus allegadas que el asunto residía en saber ganarse a la gente, pues la confianza lo era todo. Y todo parece indicar que ella era buena en este aspecto.
El famoso TLC (tejas, ladrillos y cemento) no se lo inventó Aída, pero sí le dio el estatus del que hoy goza, ya que le adicionó las boletas para ir a ver jugar al Junior, la camiseta para el domingo de los comicios, la botella de ron y la mochila de colores, el mercadito para las familias, las viseras y hasta cupos para descuentos en la compra de ropa en almacenes de cadena.
El 23 de marzo de 2018, día en que la Policía y un grupo de agentes del CTI de la Fiscalía allanaron la ‘Casa Blanca’, sede principal del comando electoral de Merlano en Barranquilla, no solo encontraron 260.441.000 pesos en efectivo, planillas electorales, certificados, armas (implantadas, según algunos trabajadores de Merlano) y mercados, sino también muchos cupones de la boletería del partido que el Junior jugaría de local en la fecha próxima del torneo rentado colombiano.
Merlano no solo fue una “niña bonita”, inteligente y astuta, como algunos amigos, cercanos y medios de comunicación suelen retratarla. Hasta el 2011, año en que se convirtió en la asambleísta con mayor votación, su nombre era el de una completa desconocida en el ámbito de las altas esferas políticas de Barranquilla y el departamento, pero no entre los “mochileros” del Clan Gerlein y del círculo de “asistentes” del concejal Carlos Rojano Llinás, su segundo exmarido, un voltiarepas de la política local, cercano al polémico exalcalde Bernardo Hoyos, y que en su juventud enarboló las banderas de la izquierda, pero que, con los años, terminó sumergido en las aguas del Partido Conservador, defendiendo los intereses de lo más rancio del conservatismo nacional.
Cuando en 2014 alcanzó una curul en la Cámara de Representantes con más 64.000 mil votos, muy pocos barranquilleros dudaron de que detrás del triunfo de aquella encantadora mujer estaba la chequera del empresario Julio Gerlein, su enorme maquinaria política y, sobre todo, el afecto que había experimentado por ella desde aquel día en que la vio entrar por primera vez a su oficina. Por entonces, ella tenía 15 años y él un abuelo que ya superaba los 55.
(*) Esta historia continuará.
Joaquín Robles Zabala
Magíster en comunicación. Docente universitario.
En Twitter: @joaquinroblesza.
Email: robleszabala@gmail.com