La paradoja de las series de televisión sobre moda

Las series y los realities de moda se vuelven relevantes cada luna azul entre el sinnúmero de contenido que la televisión y las plataformas de entretenimiento producen a diario. Si pudiéramos comparar el número de series que gira en torno a la industria de la moda versus el mundo de los vampiros, las brujas y los hombres lobos, sería frustrante.

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Es como si el contenido de moda entrara en un hiato televisivo porque no hubiese de dónde crear contenido. En los 90s tuvimos a Sex and the city y en los 00s tuvimos a la dupla The Hills/Gossip Girl. Entre esta década brillaron intermitentemente los realities American Next Top Model y Project Runway. La nueva década de los 2010s empezó con Rachel Zoe y Fashion Police y finalizó en la actualidad con Queer Eye, y es así como prácticamente resumimos 30 años de hits de la pantalla chica que oscilaron cronológicamente como montaña rusa.

Si hay una industria que puede ofrecer el drama telenovelesco que cautiva audiencias y el imaginario de lujo y placer materializado, ese sin duda alguna sería la de la moda. Pero aún teniendo disponible una fuente de información para crear diferentes recetas audiovisuales, el contenido que se explota en la TV y las plataformas de streaming son principalmente sobre concursos de cómo un diseñador puede ser un «todero» de la moda (patronista, sastre, diseñador, estilista) o cómo una modelo no rompe en lágrimas bajo la presión de su trabajo.

¿Entretenido? Si, pero lejos de la realidad por supuesto. Los que tenemos la oportunidad de estar dentro de la industria sabemos que lo que viralizan como la cúspide de la tragedia es solo la punta del iceberg de este universo.

Netflix efectivamente está explorando las otras partes que articulan esta industria y en menos de un año estrenó 4 shows propios: Next In Fashion, otro concurso de diseño de moda con unos concursantes talentosos y unos mentores no tan apropiados; Glow Up, una competencia entre maquilladores con un formato visual de los famosos youtubers que se puede tornar algo repetitivo; Styling in Hollywood, una pareja de estilistas que se dedican a darle vida al armario de las celebridades que necesitan transitar entre una salida casual de almuerzo hasta una entrega de premios; y por último Sin miedo a la vergüenza, la docuserie de Santiago Artemis, un prominente diseñador argentino que desborda autenticidad en su día a día entre celebridades, pasarelas y redes sociales.

Todo este estallido de series tienen algo en común: son un festín de positivismo (ante la “superficialidad” que estigmatiza al sector) pero el cual es usado estratégicamente como gancho entre el consumidor promedio y la inaccesible industria de la moda plagada de elitismo, racismo, nepotismo, sexismo, entre otros. Según los mercaderistas, son precisamente estos “ismos” negativos los que hay que evitar pues perpetúan el aura de inalcanzabilidad pero le resta conexión con la gente, y es claro que sin esta masividad las series de moda morirían.

A pesar de que los programas televisivos evolucionan hacia una moda más inclusiva, y a su vez la usan como plataforma que celebra el amor propio y la autenticidad para mantenerse a flote entre la generación z, necesitamos contenido que no se aleje del contexto tradicionalista e injusto en el cual todavía se cimienta esta vieja industria. Es más auténtico y revelador. Después de todo, no hay que olvidar que una de las películas de moda mas icónicas y taquilleras en los últimos años, el diablo viste a la moda, ha sido una en la cual se ha mostrado de forma cercana la crudeza de adentrarse en los círculos que componen el universo de la misma.

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