La meritocracia y la utilidad del papel higiénico

“¿Cómo puede justificar el gobierno que un criminal como Carlos Arturo Escobar Marín, un falsificador de tarjetas de crédito que estuvo preso en EE.UU. (y que hoy les maneja las redes sociales a exfutbolistas como Tino Asprilla y JJ. Tréllez) haya tenido una estrecha relación con el expresidente Uribe y sea señalado por estos días de ser la cabeza visible de esa cofradía digital que tiene como objetivo amenazar y atacar a través de las redes a todo aquel que ose criticar a Duque?”: Joaquín Robles Zabala

“Detrás de cada gran fortuna hay un crimen”. La sentencia es de Balzac y fue tomada como epígrafe por Mario Puzo para su celebrada novela El Padrino. La recordé por estos días después de charlar con un joven que acaba de terminar en México su doctorado en Estudios de Suelo y lleva más de un año cesante, no porque carezca de méritos, sino porque en Colombia para tener un buen trabajo “hay que estar en la rosca” o cerca de esta. Es decir, conocer a alguien que conoce a otro que es cercano o pariente de quien ejerce de alguna forma el poder.

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Así es Colombia, un país donde la meritocracia (según Adolfo Zableh Durán) tiene la misma utilidad del papel higiénico. El asunto, para otros, no es la “rosca”, sino carecer de esta, una afirmación que, leída con cuidado, nos habla sobre qué tanto ha avanzado nuestra democracia, considerada por la godarria colombiana como “una de las más fuertes de América Latina”.

Si esto fuera cierto, no tendríamos casos como el de Aída Merlano, quien, con la ayuda de sus padrinos políticos, gastó un poco más de cinco mil millones de pesos para comprar votos y así alcanzar una curul en el Congreso de la República. No tendríamos a un candidato a la alcaldía de Cartagena de Indias invirtiendo una suma similar para llegar al Palacio de la Aduana. No tendríamos a unos hermanos Nules que, con el contubernio del alcalde de turno, estafaron con una suma estratosférica a los contribuyentes capitalinos y hoy buscan con leguleyadas jurídicas demandar a la ciudad por incumplimiento de contrato. No habríamos tenido a un presidente como Álvaro Uribe Vélez en cuyo largo gobierno, según un libro escritos por militares retirados, fueron asesinados un poco más de diez mil jóvenes “que no estaban recogiendo café” y se realizaron las aberraciones más grandes contra los Derechos Humanos.

Decir que Colombia es la representación de la gran democracia es un chiste, como lo es que Duque le haya solicitado la extradición de la Merlano a Juan Guaidó, como lo es que haya prometido en campaña bajar los impuestos y abrir nuevas fuentes de empleo, pero que en 18 meses de gobierno ha hecho todo lo contrario: subir los impuestos y llevar al país a la debacle laboral. Treinta millones de colombianos pobres y una tasa de desempleo en su máximo histórico no ha sido suficiente para reflexionar sobre lo mal que va el país.

Todo lo que empieza mal corre el riesgo de empeorar. Es una sentencia física por aquello de que todo cuerpo en movimiento tiende a seguir en movimiento. Pensar entonces que este gobierno puede mejorar cambiando el gabinete de ministros no deja de ser otro chiste, pues es como buscar la fiebre en las sábanas. ¿Qué puede esperar un colombiano cuando nombran de embajador del país ante la OEA a un señor como Alejandro Ordóñez? ¿Qué esperar de un Francisco Santos como representante del país en Washington? ¿O qué pensar cuando ponen el ministerio de Relaciones Exteriores en manos de la madrastra de Blanca Nieves?

La última columna de Daniel Coronell en SEMANA es, por decir lo menos, aterradora. ¿Cómo explica el presidente y su partido que exista una cofradía digital, según una reciente investigación de la Liga contra el silencio, conformado por funcionarios del gobierno y terroristas digitales que le hacen la guerra sucia a todos aquellos periodistas, magistrados y dirigentes de la oposición? ¿Cómo explicar que una señora como Claudia Bustamante, que según el columnista apenas ostenta el grado de bachiller, pueda desempeñar un cargo tan importante como el consulado de Colombia en Miami? ¿Cómo puede justificar el gobierno que un criminal como Carlos Arturo Escobar Marín, un falsificador de tarjetas de crédito que estuvo preso en EE.UU. (y que hoy les maneja las redes sociales a exfutbolistas como Tino Asprilla y JJ. Tréllez) haya tenido una estrecha relación con el senador Uribe y sea señalado por estos días de ser la cabeza visible de esa cofradía digital que tiene como objetivo amenazar y atacar a través de las redes a todo aquel que ose criticar al títere en la Casa de Nariño y a todos aquellos que pongan el dedo en la llaga y señalen lo mal que navega este barco presidencial?

Desprestigiar al opositor en tiempos de redes sociales y falsas noticias es mucho más fácil que en los días en que Joseph Goebbels creó los 11 postulados nazis, pero también abre el camino para su refutación. Hace poco, la nueva responsable de la cartera de relaciones exteriores de Colombia, Claudia Blum, en su afán de señalar la paja en el ojo del vecino y no la viga en el propia, dejó ver su mala leche al asegurar que “Cuba es un país sumamente pobre donde el atraso se evidencia en su infraestructura”. La respuesta de aquella afirmación no vino, como era de esperarse, de un cubano sino de un periodista español quien le recordó: “En el mundo existen millones de personas sin cobertura médica y te aseguro que ninguno es cubano y solo en Colombia hay más de la mitad de la población sin seguro médico y aquellos que lo tienen no son atendidos en su totalidad. En el mundo hay millones de analfabetas y ninguno es cubano, pero si muchos colombianos. En lo que va corrido de este año han asesinado a líderes sociales en todo el mundo, pero ninguno en el territorio cubano, en Colombia los matan a diario”.

En Twitter: @joaquinroblesza

E-mail: robleszabala@gmail.com

(*) Magíster en comunicación.

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