Lo de noviembre me sedujo. Las marchas de esos momentos, con la respectiva crítica y censura a la violencia de esos engendros de humanos que refugian su cobardía en una capucha, y, con la respectiva crítica y censura a la violencia y acciones desbordadas de la fuerza pública, llámelo Esmad, me pareció que tuvo un significado poderoso de parte de toda una ciudadanía que manifestó que está mamada de todo el establecimiento que hace con nosotros lo que le da la gana y nada pasa. Y más bello fue el espontáneo cacerolazo que salió desde las ventanas de todo tipo de hogares, la cacerola fina de estrato 6 se sumó a la cacerola muy usada del estrato uno en una sola voz que reclamaba ser oída por el establecimiento, por la institucionalidad, por el gobierno, por esas seis u ocho familias que han manejado mal este país por décadas.
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Me sentí orgulloso, me sentí representado. Y debo decir que no soy, en este momento de mi vida y ante el país que veo, ni de derecha, ni de izquierda. Creo que el uribismo, el petrismo, el duquismo, el santismo y los anti todo lo anterior, son el palo en la rueda que nos tiene estancados en una polarización que no deja que progresemos como sociedad. Y entonces salen otros engendros, esos que tildan desde su alta moral y pseudomatoneo a los que no estamos en esas orillas como tibios. Tibios, así no más, porque ellos son calientes y gélidos. Ellos, dueños de una moral “climatizada”, no entienden el sentido del centro, no se toman el trabajo de leer sobre eso. Y entra el tema Fajardo, que sinceramente a veces no se ayuda. Y entonces me asalta mi gran duda: yo ando buscando un líder que me represente, lo seguiré buscando y espero que aparezca por el bien de todos.
Y es que lo de las marchas de noviembre y el cacelorazo mostró una faceta distinta, tuvo mensajes distintos. Es que no fueron las tradicionales marchas de los Fecodes, los trabajadores, lo que sea, porque hay que decir que ya el tema de las marchas de estos gremios era parte del paisaje, era común y no generaba mayor cosa que ciertas revueltas y trancones monumentales. Pero la de noviembre movió cimientos y llevó a gran parte de las instancias de este país a sentarse en una mesa con los que manejan este país, no a conversar, si no a decidir y a mostrar cambios.
Y llegó diciembre y el paro, las marchas y la mesa se fueron de vacaciones. Lo que fueron 13 puntos muy precisos y concisos que plantearon los organizadores del paro, pasó a ser un pliego de peticiones de más de 100 puntos. Y ahí, creo que la cosa empezó a desconfigurarse. Quedó en el ambiente un tufo de pedir por pedir, de pedir cosas que no son posibles y de pesca en río revuelto de diferentes actores políticos, de derecha y de izquierda.
Y entonces llegaron las marchas del 21 de enero y la cosa ya no tuvo magia, unión, sentido. Fueron marchas de encapuchados acabando con todo por acabarlo, fueron marchas de excesos, de nuevo, por parte del Esmad, marchas que le midieron el aceite a los nuevos alcaldes (el de Medellín, el que más patinó), marchas de nuevos protocolos que en algunos casos funcionaron, pero que al son de la violencia y el vandalismo la ecuación terminó en sacar al ESMAD.
Y, al final, volvimos a lo mismo: la polarización. Justificar pintar la fachada del metroplús o de un banco, porque hay, literalmente en este país, un genocidio asqueroso contra los líderes sociales. Comparar indignidades en redes y juzgar a otros por ello, por omisión, privacidad y sus derechos a hacerlo. Que porque no se indigna de igual forma con una cosa que con la otra. Un festival de la idiotez en medio de un caldo de cultivo que solo arroja subdesarrollo y nada concreto que nos saque del atolladero. Sin dejar de lado que ahora la justificación a la violencia es que en Francia también lo hacen, que si el asunto es con violencia allá, pues hay que copiar el modelo ¿No damos para más, para lograr más sin ver esos espejos?
Ya el tema marcha, con violencia, está desvirtuado, estará siempre. Es el momento de sentarse en la mesa de nuevo, con argumentos y solidez por puntos que sí nos den cambios de fondo. No 100, vayan por 20 pues, por 20 sólidos. Lo de noviembre, repito, fue pletórico, hoy al son del encapuchado y el exceso de autoridad institucional, el asunto de fondo, el hastió por la corrupción y la desigualdad, no se puede diluir.