Opinión

Colarte

@elGrafomano

Hay, o había, si se trata de dar lo pasado por pasado y de hablar con la ‘indebida indolencia’ del presente, un sitio web único y al parecer de quien escribe necesario para Colombia. Un espacio dotado de alrededor de 295.000 imágenes, 30.000 textos e información abundante acerca de 16.220 artistas locales: músicos, pintores, escultores, dramaturgos, actores de cine, teatro y televisión, personalidades de los medios, entre algunos otros insumos investigativos suficientes como para que los curiosos, fetichistas, amantes de la farándula añeja y demás pensadores, investigadores y espectadores obsesionados y afines ‘babeemos’. La más completa y colorida enciclopedia sobre la historia del espectáculo por estas tierras, sin parangón alguno en el ciberespacio.

Supongo que muchos terminamos encallando allí, cuando queríamos saber sobre una tal “Alicia del Carpio”, cuando soñábamoscon conocer “Ugo Armando” o cuando el nombre de “Lida Zamora” estallaba en medio de alguna conversación nostálgica o en la mente de un memorioso. Yo me cuento, o quise decir: “me contaba”, entre sus asiduos visitantes. Allí y sólo allí conseguía conectarme del todo con aquellas imágenes y biografías. Desligarme de la cotidianidad para luego sumergirme en ciertas cosas entrañables que ya no están, en esas que nunca vi o en aquellas otras perdidas en alguna parte de mis reminiscencias infantiles.

Colarte.com era, o es, para quienes nos resistimos a admitir su defunción, el “nombre de dominio” de dicha iniciativa cuyo rótulo, que bien podría ser interpretado como un llamado al uso irresponsable del transporte público, no alcanza a hacer justicia a las muchas horas de ocio y aprendizaje de las que tantos fuimos beneficiarios por cuenta de ésta. Pues bien: Colarte anunció a finales de diciembre su deceso. Las razones están bien explícitas en la URL correspondiente: a lo largo de sus veintiún años de trayectoria fue imposible conseguir quién se comprometiera (individualmente o como entidad) a financiar la labor. “Por motivos económicos y de salud, ahora me veo obligado a retirar ColArte de Internet”, sentenció Jaime Morales Arenas, gestor de tan meritoria iniciativa, hoy condenada a desaparecer.

Preocupante. Hoy, cuando aquel siglo XX en el que muchos nacimos luce cada vez más lejano y sus protagonistas atraviesan ese inevitable tránsito hacia el marchitamiento. Cuando la cultura y la percepción del mundo han quedado a expensas de los caprichos de San Google. Ahora, más que en cualquier otro momento, resulta indispensable tender nexos que nos permitan reconocernos en aquello que fuimos y fortalecerlos. Decir que Colombia es una tierra afín a la desmemoria y a sepultar patrimonios sin que medien compasiones es repetir lo mil veces pronunciado. Emitir quejas al respecto y avergonzarnos constituye un mantra cotidiano para quienes creemos en la relevancia del patrimonio.

Triste que proyectos de semejante envergadura y tradición caigan en el ostracismo comercial de la insostenibilidad y que un pueblo tan necesitado de símbolos y de referentes desdeñe de tal manera los que le quedan. Morbos ‘vintage’ aparte, dejar testimonio de quienes en años lejanos emprendieron el camino de hacerse creadores, constituye un propósito digno de patrocinio estatal y privado. Por mi parte, no dejaré de lamentar la anunciada desaparición de Colarte y, a la vez y en silencio, de anhelar su regreso. ¿Acaso permitiremos otra vez que la indiferencia ajena y propia sigan empujándonos “como es costumbre” hacia la orfandad patrimonial? Hasta el otro martes.

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