En Colombia la muerte no se toma vacaciones. Durante este año el asesinato de líderes sociales y ataques a civiles en general fue tan frecuente que se volvió paisaje, un hecho más de nuestra cotidianidad como el café de la mañana, saber a cuánto está el dólar o recordar qué carros tienen pico y placa.
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Diciembre cierra con el asesinato de una pareja en Palomino y de una lideresa social en Tumaco, y creería uno que ahí paró el tren del 2019, pero no se emocionen, faltan unos días para que se acabe el año y muchas cosas pueden pasar, no subestimemos el talento para la violencia que tenemos los colombianos.
Lo que raro de todo esto, y es algo que viene desde el gobierno de Santos, pero que se ha acentuado durante este mandato, es que matan gente y el gobierno sale a decir que tomará medidas al respecto, pero nada cambia. Un muerto, una declaración de dolor y solidaridad, una investigación que ni idea qué pasa con ella y un nuevo muerto. En este punto las muertes se suceden de tal manera que se siente que al Estado le tienen sin cuidado, pero hace como si le importaran.
Mientras la sangre corre como en tiempos de antaño que creíamos que se habían ido, un Duque desconectado (o indiferente, quién sabe) habla de diálogo nacional, de avances como país y otras fábulas que existen en su cabeza y la de quienes los rodean. Y si llegaran a ser ciertas, que las comparta por favor, porque en los hogares del país tales maravillas no se sienten. Lo último que supe del presidente fue que mandó un mensaje de Navidad junto a su familia y con un árbol como decoración, un cliché llenó de las palabras vacías que suele pronunciar.
Sobre las víctimas, pocas palabras, y las que más se oyen son más o menos para culparlas por haberse dejado matar, ni más faltaba (“¿Qué hacían por allá?”; “Si hay unos niños en el campamento de un terrorista, ¿qué supone uno?”; “No estarían recogiendo café”). Mientras tanto, las fuerzas del estado haciendo lo que suelen hacer los cuerpos armados en las repúblicas bananeras y otros países subdesarrollados: ser fuertes con los débiles y débiles con los fuertes. A las protestas civiles les mandan el ESMAD para reprimirla con toda la fuerza posible, mientras que con los grupos al margen de la ley son permisivos y negligentes, cuando no cómplices. Lo de cómplices quizá no a un nivel institucional (no meto las manos al fuego), pero durante años han quedado en evidencia vínculos secretos entre miembros del estado y bandas delincuenciales.
Le oí a alguien que el estado no podía ser penal antes que social, y me pareció una frase que condensa muy bien lo que sentimos los colombianos. La ley del palo y la zanahoria es necesaria para que una sociedad funcione, idealmente más zanahoria que palo (como en ciertos países europeos) y no al revés (como en Estados Unidos), pero es que en Colombia se siente que nos dan todo el palo posible y nada de zanahoria, si acaso migajas. El palo lo aceptaríamos si nos dieran zanahoria como toca; es decir, que en vez de robarse la plata la usen para mejorar la vida de los ciudadanos. Un pueblo feliz difícilmente protesta.
Uno siempre espera que con el año nuevo la situación dé un giro y la vida nos sonría a todos, pero como se ha dicho muchas veces y de todas las formas posibles, para que las cosas mejoren lo que tiene que cambiar no es el año, sino las personas.