1. De un lado están los privilegiados, los que nacieron con dinero, conexiones, inteligencia o belleza y creen que los demás son pobres porque quieren. Los que asumen que todos somos robots que salimos de una fábrica con idéntica configuración, los que creen que el inconforme, el que protesta, lo hace por ganas de joder y que es el causante de que Colombia se esté yendo a un abismo, como si alguna vez este país hubiera estado bien. Del otro, el que se siente marginado y quiere sacudir las cosas, el que busca una mejor sociedad, pero también una vida mejor. El que tiene tan poco que no tiene siquiera algo que perder y su manera de protestar es el ahínco, el grito, lo cual muchas veces es utilizado por los demás para invalidar su argumento.
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2. Ambos lados se desviven por tener la razón. Nos importa tanto tenerla que no solo invalidamos las ideas del otro, sino que despreciamos su forma de vida. Ricos y pobres, mamertos y fachos. Y no es teniendo la razón como vamos a llegar a un acuerdo, tener la razón no nos va a llevar a nada. Entender al otro y ver qué se saca de eso, en cambio, puede que nos lleve a algún lado.
3. No nos están matando, nos estamos matando. El odio es tan profundo que no nos permite ver que si somos iguales.
4. El pueblo no es mejor que sus gobernantes, como decía Gaitán. La frase es una invitación a la guerra y no a la unión. El pueblo es el que hace el gobierno y si odias al gobierno te odias a ti mismo, como decía George Carlin. Nosotros somos el pueblo, pero somos también el gobierno. Tenemos exactamente el país que hemos creado, nos calza como un guante y está hecho a la medida de nuestros actos y nuestras capacidades. Si nos quejamos de él nos quejamos de nosotros mismos, lo cual no es ni de cerca una razón para no querer cambiar lo que no nos gusta.
5. La violencia y la guerra no declarada que hemos sufrido durante décadas en campos y ciudades no son los culpables de nuestra situación, sino más bien el resultado de lo que somos. Firmar con las Farc fue un logro, pero no iba a acabar con la violencia porque la violencia vive en cada uno de nosotros, hayamos disparado un arma o no.
6. El presidente de turno es el presidente de todos, incluso de quienes no votaron por él. Podrá no gustarnos, podremos decir que no nos representa, pero vivimos en una democracia y esas son las reglas.
7. Queremos un mejor país, pero un mejor país se construye con mejor gente. A veces hay que apartarse, mirar nuestros asuntos personales y tratarlos individualmente antes de involucrarnos en política. Así, en vez de ser rápidos para acusar a los demás, podríamos ver nuestros errores y aceptarlos. Nos hemos acostumbrado a hablar de nosotros para decir lo que pensamos, sentimos, dar a conocer nuestros gustos y deseos, no para hacer autocrítica.
8. Solemos quedarnos en el señalamiento, nadie quiere dar el primer paso porque está convencido de que es el otro quien está obligado a darlo. Nada más colombiano que echarle la culpa al otro.
9. Protestar cuando no estamos de acuerdo con algo es necesario, que en una democracia hay que oír a todo el mundo. Pero también hay de que aportar ideas y actos concretos, no limitándose a la queja, en la concentración con cacerolas que empieza con rabia y termina en fiesta. Hay que hacer algo más que conseguir un empleo para sobrevivir y pagar las cuentas. Estamos convencidos de que con tener un trabajo que nos dé para comer ya hemos cumplido, pero si de verdad queremos un país mejor, tal cosa no alcanza. Tampoco sirve enfocarse en ganar una millonada que nos permita mandar a nuestros hijos a los mejores colegios, viajar a Europa y cambiar de celular cada vez que lancen un nuevo iPhone. Esto no se trata de plata.
10. Nos cuesta entendernos, y es ahí cuando toca respirar hondo y llenarse de paciencia. Nos va a costar mucho conciliar con quienes piensen diferente a nosotros, pero es que a ellos les va a pasar exactamente lo mismo. No se trata entonces de que ellos vengan a nuestra casa ni de que nosotros vayamos a la suya, sino encontrarnos a la mitad del camino. O, por qué no, a veces visitarlos a ellos y aceptar las reglas de su casa, y que ellos acepten las nuestras cuando visiten nuestro hogar.
11. Es fácil querer a nuestros iguales, a los amigos y a la familia. Ser buen padre, buen hijo, buen hermano, buen vecino no es gran cosa, no debería ser causal de orgullo. Lo difícil es querer y aceptar a quienes ven la vida de otra forma. De hecho, no es difícil, es muy difícil, pero solo entendiéndolos se logran cosas. Como se ha dicho muchas veces, se hacen las paces con los enemigos, no con los amigos.
12. Es tan famoso el poema de John Donne llamado ‘Las campanas doblan por ti’, que es ya un lugar común. Sin embargo, difícil encontrar algo tan preciso y cierto: «Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti». Fue escrito hace cuatrocientos años y nada que lo entendemos.
13. Si tal idea nos queda grande y definitivamente no nos soportamos, mi sugerencia es que hagamos como Los Simpson en ese capítulo donde las personas se separan, unos fundan Springfield y otros fundan Shelbyville. De ser así, yo me voy a donde haya tolerancia, respeto por todas las formas de vida y podamos casarnos con nuestras primas.