Aceptarnos vulnerables, sensibles y románticos parece ir en contra de la felicidad maquillada de los escenarios digitales. Mientras el deseo es el rey, la idea auténtica del amor parece obsoleta y es reemplazada por puestas en escena para Instagram, tuits con palabras fabricadas y la sobreexposición del álbum de experiencias felices en Facebook (para quienes aún usan esa red social). Con un público esperando la seducción de la imagen y de lo fake, una apuesta como la serie Modern Love (Amazon Prime) es un riesgo para el mercado masivo pero un deleite para quienes lloramos, reímos y soñamos sin vergüenza ni miedo.
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Ver los ocho capítulos de la primera temporada fue la oportunidad para abrazar emociones pasadas, sentir identificación con el otro y entender las distintas formas de amor que experimentamos a lo largo de la vida. Pese a que nos han convencido en que es un sentimiento que puede ser replicado como los objetos, como la rutina, el amor hace parte del proceso personal de aprendizaje, que se conecta con el colectivo, pero cuya construcción es individual. Eso no evita que podamos clasificar su vivencia en situaciones conocidas como cuando lo encontramos en la amistad, en la pareja, en los padres, en los hijos, en los seres no humanos, en los cercanos, en los lejanos y sí, un día jóvenes y al otro, al final de la carrera. Más allá de esas formas en las que el amor se personifica, es significativo que una serie lo retome con actores de la talla Anne Hathaway, que nos ayuda a ponernos en los zapatos de aquellos a quienes la bipolaridad los puede llevar de un musical de Broadway a una película de terror.
La serie, basada en situaciones reales publicadas en una columna de The New York Times, narra en relatos independientes los tipos de amor con los que se puede llegar a vibrar según la situación, el contexto y el nivel evolutivo de cada humano (permítanme escribir un poco no solo sobre lo que veo sino sobre lo que creo). Los tres capítulos iniciales tienen un guion y una dirección impecables, gracias a la genialidad de John Carney, a quien se extraña en los siguientes tres. Los últimos dos, de nuevo con Carney, retoman algo de la potencia y dignidad con la que se narraron las primeras historias. Al final, las ocho formas de amor con las que nos encontramos en pantalla nos llevan del llanto a la risa, pasando por momentos de angustia e impotencia porque finalmente la humanidad encarna complejidades difíciles de entender en la realidad y más aún en el corto tiempo de la puesta en escena de la ficción.
Modern Love me recuerda que la sobreexposición cultural del amor ha afectado el proceso en el que se comprende y se vive el sentimiento. Estoy seguro que las relaciones serían más auténticas sin el impulso por compartir con los otros un encuadre de nuestra realidad. Es difícil no hacerlo y más difícil considerar a las otras formas de amor igual de deseadas. Por fortuna Modern Love también me recuerda que el amor puede ser una dirección anotada en las páginas de un libro, la emoción de una cita, el recordar esa sonrisa, el perderse en una mirada, el completar una frase, el sentir admiración. Y que puede ser, con igual intensidad, la rabia por la traición, la nostalgia por lo que no está, la honestidad con lo que no funciona, el despedirse, el olvidar, el aceptar equivocarse, el seguir adelante.