Es el hacedor del milagro santafereño. Y en realidad no es la única vez en la que su mano ha funcionado para cambiar rumbos inciertos y llevarlos a puertos soleados y esperanzadores. Harold Rivera, que como jugador era muy buen lateral y de excelente pegada en los tiros libres, hoy anda con cuchara y tenedor en mano dispuesto a servirles sopa y seco a sus adversarios con sabiduría y motivación.
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Nacional tendrá que cuidarse de él porque ya su último comensal, Millonarios, se fue goleado y en medio de una eliminación imposible de digerir hasta ahora, en lo moral, lo deportivo y lo económico. Parece seguro el paso de Santa Fe camino a objetivos más importantes y para los que, en teoría, no parecía estar planillado durante este semestre: basta recordar que el rojo anduvo con un grillete amarrado en el tobillo que no lo dejaba salir del último puesto de la tabla de posiciones y con presentaciones lamentables, la última de ellas, en Ibagué siendo goleado por el Tolima 4-0.
Rivera instaló de nuevo en un equipo en llamas la posibilidad de sentir calma. El camino comenzó ante Patriotas -su antiguo club- y no pudo ganar, pero se vio otra idea, otra posibilidad de ver el fútbol distinto, asunto que se confirmó en Copa contra Nacional. Si Jefferson Duque hubiera calzado un número más probablemente los penales habrían sido el premio para un Santa Fe que superó en todos los sectores de la cancha a Nacional. Y desde ese momento el cambio fue para bien, más allá de tres derrotas consecutivas que hacían imposible cualquier opción de salir de la cola: Junior, América y Rionegro -los tres de trámite inmerecido en el marcador final-.
Pero la racha empezó: 2-0 a Medellín, 1-0 a Millonarios en el clásico, victoria en Manizales 1-0 ante el Once, goleada 3-0 frente a Envigado y la certeza de saber que se podía marcar más de uno, misma dosis que le aplicaron al paupérrimo Jaguares en Montería; 2-0 y la víctima de ocasión fue Bucaramanga y un 3-0 en Techo ante Equidad hicieron que el sueño se despejara: dos empates ante Huila y Cali no amargaron el alma porque los triunfos ante Unión y el definitivo 2-4 ante Millonarios lo aseguraron dentro de los clasificados. ¡Imposible pensar en semejante cambio!
Pero ahí en el banco, sin muchas estridencias estaba Rivera. Haciendo lo que le encomendaron: sacar el club de los infiernos para acercarlo al cielo y esa segunda parte del trato no estaba en su vínculo. Fue la manera de demostrar que su trabajo vale y bastante.
Suena difícil imaginar que el contrato del entrenador culmine en diciembre. Ni idea si el presidente Eduardo Méndez, ante semejante muestra de valía, lo renueve o quiera armar un proyecto distinto, que era la idea inicial, cuando el 4-0 ante Tolima prendió los riesgos de pelear descenso en 2020. Pero Rivera ya sabe lo que significa hacer bien el trabajo e irse y eso demuestra lo buen DT que es: con Unión ascendió y en medio de una nómina pobre, impuso su idea y clasificó a los ocho mejores a los samarios en el primer semestre. Equivocadamente lo dejaron ir y Unión, que estaba en paz con la vida, está a punto de irse a la B sin su presencia.