Ya habían avisado que la factura de la luz iba a subir por diferentes razones, pero nada te prepara para recibirla y ver que se triplicó. Y lo de la luz es un ejemplo bobo, el más bobo quizá, con lo que se podría explicar el descontento general que hay en el continente. Protestas en todos lados por aquello que nos han quitado o que nunca hemos tenido. Y eso que yo hablo desde el privilegio. Pese a que me la paso quejándome, sé que nací afortunado en muchos aspectos; no quiero imaginar entonces la rabia con la que viven quienes siempre han estado hundidos en el fango.
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Se puede sentir que las cosas están cambiando y que este impulso no va a parar, no debería. Incluso en Colombia, donde solemos considerarnos el país más feliz del mundo porque reímos a pasar de vivir comiendo mierda, la gente se hartó. Ya era hora, antes se habían demorado. No entiendo cómo pudimos pasar siglos viendo como abusaban de nosotros por todos lados y andar como si nada. Quienes llevan el estandarte de las protestas son menores de 30 años, nuevas generaciones que se cansaron de los abusos de siempre, que vieron a sus padres en las mismas precarias condiciones, pero sumisos, repitiendo que Dios aprieta, pero no ahorca.
Los jóvenes de hoy que crecieron entre carencias creyeron en las promesas de campaña y esperaban mejorar, salir del hueco, pero se cansaron no solo de no progresar, sino de que las cosas estén cada vez peor. Ya entienden también que Dios no creó al hombre, sino que el hombre creó a dios para controlar a otros hombres y que lleva milenios apretando a placer. El asunto es que esta vez se le fue la mano y ya está empezando a asfixiar.
Es que es una pequeña cosa detrás de otra: cobros abusivos por acá, recortes por allá, obras inconclusas, impuestos temporales que se vuelven permanentes. Y lo peor es que quienes fijan las reglas no están satisfechos, quieren más y ahora van por nuestras pensiones. Quienes nos gobiernan han ido corriendo la cerca cada vez más hasta arrinconando, quedándose con más monedas hasta formar su propio cerro, creyendo que nada malo va a pasarles. Y no son solo políticos que se torcieron hasta volverse delincuentes, es que también están aliados con delincuentes que en su vida se han postulado a nada. Pues que sepan que no hay nada que una persona arrinconada no pueda hacer, total, ya no tiene mucho más que perder. Quienes estamos en la mitad, que somos la mayoría, tenemos miedo también. La vida no nos ha puesto del lado del dominador, más allá de que comamos mandos de su mano, pero tampoco nos ha maltratado demasiado. Nos da pánico caer en esas marchas, desde que la vía se bloquee hasta sufrir una herida por estar en el lugar que no tocaba a la hora equivocada, e incluso que el impulso llegue a nuestras casas y terminemos con la vivienda rota, pero son luchas que tienen que darse. Es hora de despertar, de formar un escándalo y cambiar el orden establecido.
Quienes se oponen a las protestas creen que la gente las hace por joder, que está en su casa sin hacer nada y que un día le da por armar desorden a ver qué pasa. Creen también que la gente está jodida porque quiere. En vez de ver qué está pasando y por qué la gente está alborotada, se limitan a calificar todo como actos de vandalismo causados por desadaptados. Y lo dicen con la boca llena, como si nada de esto fuera culpa suya, culpa de todos. Se quejan de la violencia física pero no entienden que esta no es otra cosa que la respuesta a la violencia social a la que hemos estado sometidos. Les importa más una pared pintada que quienes viven entre dificultades. Cero empatía, cero compasión.
El problema que le veo a todo esto es que una cosa es protestar, y otra, liderar. No sé si, de llegar al poder, quienes se quejan hoy tengan idea de cómo hacer para generar riqueza y bienestar, de organizarse para crear un mundo mejor. No estoy seguro de que tengan las herramientas ni la cabeza, con todo respeto, porque solo con sensibilidad social no se llega a mucho. Liderar es un talento, como jugar fútbol o pintar, y es muy poca la gente que nace con él. También está el hecho de que somos fácilmente corruptibles y quien llega a la cima suele olvidarse de sus días como marginal, pura naturaleza humana.
Ojalá lográramos grandes cambios con amor y diálogo y gestos de buena voluntad, sería lo ideal, pero no estamos listos para semejante belleza, por eso hay que tumbar este sistema enfermo como sea, recuérdenlo cada vez que vean a un político llegar a un restaurante de lujo en camioneta blindada y rodeado de escoltas. Porque eso es lo único que quieren, no aspiran a más, por eso es que están gobernando: para comer mejor que el resto, sentirse inmunes y no tener pico y placa. Así de vulgares son. Esto es la revolución francesa, pero global, no podemos contentarnos con medianías. Que no pare hasta que caiga el tirano, duro con él.