Opinión

Fleabag: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa

Columna de opinión de Mauricio Barrantes sobre la serie Fleabag, ganadora a Mejor Serie de Comedia en los Emmy 2019.

Entender al otro y entenderse a sí mismo con las complejidades propias de la existencia no es tarea fácil. Las formas de convivencia, comunicación y deseo propias de la actualidad conducen a un acelerado ritmo de vida en el que queda poco tiempo para pensar, imaginar y crear. Los discursos masivos de quienes se autodenominan creadores de contenidos han promovido series rápidas, flojas y predecibles. Hay excepciones, como es el caso de Fleabag, la producción ganadora en los Premios Emmy 2019, y que está disponible en Amazon Prime Video.

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La protagonista es una mujer llena de dolor, pero no por eso más infeliz que el resto de la humanidad. Su creadora y protagonista es la británica Phoebe Walter-Bridge, que logra imprimir honestidad y fuerza en cada escena, consecuencia de evitar la seducción de los excesos y pensar en una seducción inteligente, que pueda dar paso a que el espectador se identifique, sienta compasión, rechazo, pero que en cualquier caso sienta. Es meritorio que con Fleabag el audiovisual se atreva a hablar de las tristezas, de las contradicciones, de la culpa, del sexo infeliz, del sexo egoísta, de hacernos daño por fuera de la agresión física y, sobretodo, de la valentía de vivir pese a todo lo anterior. El orgasmo perfecto, la figura perfecta, el cuerpo perfecto, la pareja perfecta, las palabras perfectas, las familias perfectas pueden existir sí, pero no son lo único en una sociedad que se acostumbró a idolatrar la perfección y a ocultar las otras realidades. Replicar humanos bonitos, sexos placenteros, solo demuestra lo desgraciada que puede ser la humanidad cuando se niega a aceptar que la satisfacción y la insatisfacción, la belleza y la fealdad, el éxito y el fracaso conviven en, ahora sí, perfecta sincronía.

La primera temporada nos hace conscientes de la culpa de la protagonista, de lo que significa reconocer los errores, pero fundamentalmente, de lo necesario del perdón propio. En la segunda, la religión aterriza con audacia y con el riesgo de hablar de dioses cuando no está de moda hacerlo, cuando la adoración está en las marcas, en las sensaciones y en el placer. Es una serie justa en tiempos y temporadas. Porque sí, en momentos en los que las empresas de streaming no quieren dejar morir lo que carece de vida, hay quienes saben que alargar un éxito por el éxito y no por la historia es una decisión estúpida.

El argumento va tornándose más sólido a medida que avanzan los capítulos, en parte porque entendemos las emociones y la fragilidad de la protagonista, antes tan inquebrantable. Y aquí un paréntesis sin paréntesis: siempre he creído que hay ignorancia y sufrimiento en la actitud arrogante de asumir el rol de juez frente a los errores. Las redes sociales han incrementado ese escenario cruel de alzar la voz cobarde para señalar lo que está bien y está mal en una sociedad que no tiene autoridad espiritual ni moral para distinguir entre lo bueno y lo malo. Es por eso que hablar de los errores y de la culpa es una oportunidad de desagravio en Fleabag, no solo para la protagonista, sino en especial para los espectadores, que podemos aprender a dar un paso al costado antes de juzgar y juzgarnos con el objetivo de reflexionar y entender que cometemos errores, y que la verdadera grandeza está en el perdón, el amor y la compasión.

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