Hay quienes creemos, contra todo anhelo propio, que Bogotá jamás dispondrá de un metro, bien sea este subterráneo, elevado, a nivel o bajo cualquier otra posible modalidad derivada de esa utopía enquistada como una frustración añeja en el ADN local. De hecho, no encuentro descabellado proponer, como alguien alguna vez en broma lo hiciera, la “no tenencia de metro” como un patrimonio inmaterial del pueblo bogotano que en modo alguno podemos dejarnos arrebatar.
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De ahí que algunos hallemos desgastante y de carácter ‘elucubrador’ toda discusión concerniente al particular. Una aclaración: anhelo, como cualquier habitante sensato de esta ciudad, una línea soterrada. Por ello, aunque descreído, acompañaré a quien la proponga hasta el final. Ansío, de la misma manera, que aun cuando sea por cuenta de la compasión divina se vea detenido ese adefesio paralelo a troncal de autobuses que sólo alguien provisto de dosis patológicas de cinismo osaría denominar ‘metro’. De nuevo intento tornarme reflexivo. Entonces vuelvo a sentir que hablar del tema es lo mismo que incursionar en el terreno de la ficción: dudo que Bogotá tenga metro… en diez o en mil años.
Pero en cuanto a lo patrimonial, aquello que hoy nos incumbe, existe una circunstancia que haríamos mal en soslayar: no hace mucho supe por fuentes fiables –y vía Google; ¿por qué ocultarlo?– acerca de los planes presupuestados para el monumento a Los Héroes de la calle 80 en caso de que el exabrupto elevado aquel llegue a consumarse. Según pronunciamientos oficiales, las obras de adecuación contemplan el traslado de la estructura, si uno lo analiza con cuidado uno de los pocos emblemas capitalinos que por su condición de referentes ameritan certificación de ‘verdadera monumentalidad’. Y no lo digo por devoción a la escultura ecuestre del señor Bolívar ni porque las batallas de Ayacucho, Junín o Carabobo estén entre mis temas predilectos. Lo hago porque Los Héroes constituyen un cuadrante privilegiado en donde innumerables excursiones colegiales se han dado cita desde hace décadas para luego surcar la Autopista. ¿Quién no compró una cometa en Los Héroes cuando aún allí había césped? Allá, cerca de lo que alguna vez fuera Lámparas Baccarat, Luis M. Sarmiento, Mireya Fashion y Autocine El Lago, sobreviven los fantasmas de una ciudad cuyas desfiguraciones muchos aún no asimilamos.
Así, en la muy improbable eventualidad de que el proyecto abominable aquel cristalice, la base de la mencionada pieza conmemorativa de arte tal como hoy la conocemos desaparecería para dar lugar a una nueva, adjudicada por concurso y ubicada en un futuro e improbable museo del bicentenario. Desconsolador pensar que Bogotá y su dirigencia no han aprendido de las impertinencias pasadas, cual si semejante cantidad de estatuas y bustos extraviados y tanta itinerancia indigna propinada a los símbolos distritales ni la avergonzaran. Así perdimos el monumento a Ricaurte y así hemos hecho de Colón e Isabel un par de adornos que aún ni hemos encontrado dónde poner.
Insisto: quizás sea inútil entrar en disquisiciones urbanísticas alrededor de un render que como la mayoría de los de su especie estará destinado a no ser más que eso: un render. Pero lo anterior no exonera a cualquier ciudadano sensible de deplorar que con tantas culpas históricas a cuestas todavía prevalezcamos indiferentes ante aquellos bienes simbólicos. No hay peor amnesia que la voluntaria. Hasta el otro martes.