Las protestas estudiantiles de la semana pasada en Bogotá dejaron en evidencia dos cosas que andan mal en este país: la educación y el mal uso del poder. Somos brutos y pobres, y al mismo tiempo más fascistas que Goebbels, una extraña combinación. No tenemos plata para educarnos, la poquita que hay se la roban, y encima cuando los afectados alzan la voz, los reprimen.
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Se ha oído de todo a raíz de las marchas, siempre desde extremos contrarios, y lo que más me ha llamado la atención son las quejas de personas que conozco y aprecio. No creo que toda marcha sea inocente y que quien proteste siempre vaya a tener la razón o a acertar en sus formas de protesta, la película es mucho más amplia y compleja que santificar a los protestantes y satanizar a aquello que defiende contra lo que se protesta. Y aunque del asunto no sé nada más allá de lo que ha salido en la prensa, tuve varias conversaciones al respecto donde llegué a oír cosas como que había que pegarles un tiro en la rodilla a quienes protestaban, que así se ajuiciaban. No supe qué responder, la verdad, no quería una confrontación en ese momento, solo atiné a decir lo que acabo de expresar: que esto no es blanco y negro, buenos contra malos, y que dentro de la marcha había de todo. Agregué que esta sociedad estaba mal hecha y que construir sobre sus bases era un error, que ese tipo de manifestaciones eran no solo necesarias, sino un llamado para que despertemos. El mundo está cambiando y hay que subirse al bus del cambio, no hay de otra.
Y dije todo eso envuelto en un sentimiento de culpa, no solo porque no haya participado en las marchas en cuestión, sino porque yo también estoy en mi propia lucha: el lanzamiento del videojuego de fútbol FIFA 20. Me da vergüenza aceptarlo porque se trata de un tema muy pedorro y encima yo ya no estoy en edad de jugar esas vainas, pero así está la mano. Nada me hace más feliz que el fútbol, y dentro de eso, FIFA tiene un valor especial. Sale todos los años el último viernes de septiembre y desde junio yo ya estoy con síndrome de abstinencia, como un adicto, porque el de la temporada pasada ya me parece una porquería. Y ni siquiera como un adicto, sino precisamente como un adicto, porque FIFA es peor que el basuco, no porque me gusten los videojuegos, sino porque me gusta el fútbol, y con él puedo cumplir mi sueño frustrado de haber sido futbolista.
El juego cuesta un dineral y este año ha resultado ser una porquería, con equipos desactualizados, uniformes incompletos, simulaciones mal hechas, torneos de la temporada pasada y otros fallos, pequeños problemas de la vida cotidiana que hemos vuelto una tormenta y que han causado una ola de protestas de seres tan solos y precarios como yo. Es que piense usted, vivir en un sofá esperando todo un año por aquello que te alegra la vida, y que te maten la ilusión de esa manera. El mundo sufre por cosas mucho más dolorosas, de acuerdo, pero esta es la lucha que escogimos. Durante todos estos días se han visto en redes hordas de clientes tan insatisfechos y llenos de rabia que, si abandonáramos nuestra zona de confort y tuviéramos la valentía de salir a la calle, no nos conformaríamos con atacar una oficina del ICETEX, no pararíamos hasta quemar la sede general de la ONU. Por eso estoy del lado de los estudiantes y no de los que se quejan de las marchas: de alguna manera, y a mucha menor escala, de nosotros también se burlaron con promesas falsas, nos sacaron plata y no nos dieron nada.
Decía que el juego FIFA es una adicción, y eso es precisamente lo que hacen las adicciones: te atrapan, te duelen, te vuelve insensible al dolor ajeno y hacen que el resto del mundo te valga verga. Y no solo eso, se llevan tu vida por el inodoro. Desde que salió el juego, la semana pasada, no salgo, duermo poco, vivo a deshoras y trabajo lo mínimo, lo justo para no morirme de hambre. Estaba escribiendo un libro y lo paré para echarme una temporada con el Bayer Leverkusen en Alemania y con el Sevilla en España. Luego vendrán, por ahora torneos con Junior, Atalanta, Celta, Southampton, Lyon, Genk, Salzburgo, Bilbao, Torino, Werder Bremen, Trabzonspor, Aston Villa y algún club rumano. Todos los años es la misma cosa: de septiembre a enero no me dedico a nada más por culpa del juego (por culpa de mis debilidades en realidad), en febrero medio asomo la cabeza, y en junio vuelvo a recaer, despreciando el juego viejo por obsoleto y añorando el que viene.
No puedo seguir viviendo así.