David Macallister Silva la recogió en el césped y fue más que llamativo darse cuenta que una navaja hechiza entre a cualquier estadio de fútbol sin ningún problema. No es un cuento nuevo ese, pero no por eso no deja de llamar la atención. La ‘patecabra’ fue arrojada desde las tribunas del estadio Atanasio Girardot hacia el campo con el fin de agredir a alguien.
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El agresor lo hizo como un gesto claro: el de hacer daño, y aunque no cayó sobre la humanidad de ninguno de los protagonistas del encuentro Medellín-Millonarios, el hecho sí permite saber que hay gente que solamente va a fútbol para crear una estela de miedo y de terror. No para alentar a su equipo, más allá del momento bueno o malo que se esté viviendo en la tabla de posiciones. La única consigna es esa: prepararse durante toda la semana para buscar ese momento en el que la locura sea capaz de transformar todo. Hay hinchas que parecen estar pensando únicamente en la posibilidad de meter miedo, de convertir el estadio en un campo de batalla, en un escenario de guerra. En una morgue.
Es el mensaje amenazante el que prima y en Medellín, en las últimas jornadas, ciertas facciones están transmitiendo eso. Hace una fecha, en el estadio Polideportivo Sur de Envigado, una facción de la barra del DIM metió una bandera ofensiva contra sus jugadores y llovieron jeringas para que, supuestamente, los futbolistas se contagiaran de la sangre que no tienen ellos y sí sus fanáticos.
Lo que más deja qué pensar es la manera impune en la que ocurren esas situaciones, teniendo en cuenta que los partidos -o eso creemos los incautos- tienen operativos policiales lo suficientemente efectivos como para que se eviten estos momentos tristes. Pero parece que no porque es poco probable que una bandera ingrese si hay un mensaje violento en ella, si es que se hace un verdadero operativo. Parece imposible que decenas de jeringas hagan su ingreso a las tribunas, si es que hay un operativo. Y parece inimaginable que un puñal pueda estar campante, volando por los cielos hasta llegar a la cancha si es que hay un operativo decente.
Y el señalamiento es para las autoridades porque ellas son las que deben encargarse de esa misión: de permitir que los que vayan a un estadio y los que dan el espectáculo puedan sentirse seguros. Tendrán que sentarse en la mesa el alcalde de la ciudad y el comandante de la Policía para saber en qué se está fallando. Y es necesario que lo hagan porque en un espectáculo masivo en el que no quedan como postales los goles de Juan David Pérez o la arremetida del DIM para ganar un partido que mereció y que nunca pudo resolver a su favor por cosas de este deporte, sino que permanece la imagen de aquel puñal que levantó Macallister Silva. Es para avergonzarse.
Y que no se castigue el cemento, que en últimas no tiene la posibilidad de apelar un fallo. Que haya individualizaciones y que no se deje entrar a fútbol a los violentos que parece, cada vez son más.