Primera aclaración: no cabe duda de que Colombia es una democracia. Corrupta, imperfecta, viciada, como quieran llamarla, pero democracia al fin y al cabo. Podrán gustarnos poco o nada los gobernantes, pero cada uno de ellos ha sido elegido mediante el voto. Quien diga que vivimos en una dictadura es un exagerado o busca incendiar para pescar en río revuelto.
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Lo que sí estamos viviendo son tiempos donde las fuerzas públicas y armadas (ejército y policía para hablar en cristiano) lucen más poderosas y con mayores permisos para actuar. Más que amigas de la ciudadanía parecen sus rivales. En cuanto a la policía, se hizo famoso el caso de la multa exagerada por comprar una empanada en la calle y se han oído también casos de desalojo a vendedores ambulantes con una fuerza que se antoja excesiva, además de un episodio donde patrullas se llevaron por delante a unos jóvenes que participaban en un evento de skaters. Armada y con la ley de su lado, se comporta fuerte contra el débil (los civiles comunes y corrientes) mientras algunos índices de delincuencia común y organizada siguen creciendo.
El último episodio ocurrió en Carulla, donde a una mujer la apresaron sin el debido proceso porque la seguridad del supermercado la acusó de haberse robado un maquillaje, lo que se comprobó después que era un malentendido porque el maquillaje sí era de la persona. La temible delincuente, que al final no era sino una cliente más, trató de explicarlo en repetidas ocasiones, pero poca o ninguna atención se le prestó: policía y a la URI.
En cuanto al ejército, a la noticia del regreso de los falsos positivos se le suma el asesinato de un joven de 16 años al intentar ingresar a una base militar en Santander. Los hechos fueron confusos, violentos, con provocaciones y agresiones. Esas cosas pueden pasar y hay que saber manejarlas, lo que no puede ocurrir es que gente adiestrada y armada trate como a un igual a personas en inferioridad de condiciones que no tienen ningún chance de vencerlas.
Cuando ejército y policía atacan sin contemplaciones a la población civil, ahí sí se puede hablar de un régimen, de fuerzas opresoras que echan mano de la fuerza para controlar los desórdenes. E insisto en aclarar que no vivimos en una dictadura. Tampoco se trata de que los agentes y soldados se queden quietos, posen de víctimas y permitan desmanes y abusos por parte de los ciudadanos, sino de tener protocolos claros y usar la fuerza con inteligencia y como último recurso, no a la brava porque se sienten empoderados por un uniforme, un escudo y un arma. Las sociedades funcionan con el balance exacto entre palo y zanahoria, pero no puede ser que haya exceso de rejo y cero comida, es decir, represión al cien y oportunidades de bienestar nulas, que es lo que empieza a pasar en Colombia una vez más. Eso de actuar con toda la fuerza sin tratar de entender el contexto, sin grises, análisis y flexibilidad es bien facho, y en este país, lo sabemos, parece haber más fascistas que en la Italia de Mussolini.
Segunda aclaración: no son equiparables el episodio en Carulla con lo ocurrido en la base militar La Lizama, Santander. En el primer caso hubo un malentendido sin oportunidad de aclaración, en el segundo hubo violencia manifiesta por parte de civiles, pero sobre todo, confusión. Hay muchas cosas que necesitan ser aclaradas. Ambos hechos tienen en común que las fuerzas del estado respondieron de forma desproporcionada frente a la situación que enfrentaban.
Para cerrar, y volviendo a lo de Carulla, siempre he temido y soñado al mismo tiempo que me ocurra algo así, necesariamente en un almacén famoso que mueva mucho dinero. Temido que yo no haya hecho nada y aun así termine pudriéndome en una celda acusado de quién sabe qué. Y soñado que un abogado me salve, demandemos al almacén en cuestión, me forre de dinero y pueda vivir hasta el fin de mis días sin tener que trabajar luego de ganar la demanda por haber sido acusado de un crimen que no cometí.